¿Cómo funciona el sistema financiero?
El sistema financiero
traslada fondos de aquellos que tienen un excedente (unidades superavitarias) a
aquellos que no los tienen (unidades deficitarias) y lo puede hacer a través de
los mercados financieros o mediante el uso de intermediarios financieros. Un
ejemplo simple lo aclara.
Si una persona desea ahorrar
para el futuro puede guardar el dinero bajo
el colchón, esperar que pase el tiempo y usarlo cuando lo considere
conveniente. La alternativa es acudir al sistema financiero y aparecen dos
opciones: colocar el dinero en un banco para ganar un interés (una cuenta de ahorro) o invertirlo en algún
instrumento financiero, con algún riesgo pero con mayor rentabilidad. Desde
luego que para hacerlo es necesario tener algún nivel de educación financiera o
en su defecto acudir a los que saben, como los bancos u otras instituciones
financieras. De aquí surgen dos conclusiones: en primer lugar, la confianza es
un elemento clave; en segundo lugar, la institución financiera, para poder
pagar el interés o invertir el dinero, debe usar un dinero que no le pertenece
y generar una ganancia para quien depositó el dinero y también para sí misma,
como pago por el trabajo realizado. ¿Y
qué pasa si la institución financiera invierte de manera equivocada el dinero
de los ahorristas? En primer lugar existen una serie de regulaciones
gubernamentales que evitan que ello ocurra, pero en caso suceda, el gobierno
preserva los intereses del ahorrista a través del seguro de depósitos. La
protección no existe si el individuo opta por una inversión, pues ahí asume un
riesgo, aunque a cambio de ello puede obtener una mayor rentabilidad. La
pregunta clave, entonces es la siguiente: ¿cómo asegura el sistema financiero
que los recursos sean asignados de manera adecuada, es decir, que tengan como
destino una inversión productiva?
Un segundo ejemplo. Si una
empresa requiere dinero para una inversión productiva y decide tomar deuda,
acude al sistema financiero; enfrenta dos alternativas: emitir bonos o pedir un
préstamo a un banco u otra entidad financiera.
En la primera de ellas
habría optado por el financiamiento directo: buscar directamente en los
mercados financieros a algún prestamista; en caso lo encuentre, acuerdan las
condiciones del préstamo; la empresa (el prestatario) emite un título llamado
bono, que es un instrumento de deuda, y lo vende a cambio de efectivo. Así, el
bono es un instrumento financiero que permite que la empresa tome deuda, con lo
cual es un activo para quien presta el dinero y un pasivo para la empresa que
asume la deuda. Obsérvese que en la transacción ganan ambas partes: la empresa,
pues consigue los fondos que buscaba y realiza la inversión productiva y el
prestamista, pues obtiene un interés por el dinero prestado.
¿Qué ocurre si la empresa no
encuentra quién le pueda prestar? En ese caso, aparece el financiamiento
indirecto, a través de los intermediarios financieros, como por ejemplo un
banco. La empresa acude al banco en la búsqueda del dinero. A su vez, el banco
reúne fondos que capta de distintos ahorristas y los presta a una tasa de
interés (llamada activa) que debe ser mayor que la que le paga a los ahorristas
(denominada pasiva). Dicho de otro modo, el banco está ubicado entre la empresa
y los depositantes. Al igual que en el caso del financiamiento directo, el
préstamo es un activo para el banco y un pasivo para la empresa. Ciertamente y
sin el ánimo de una mayor complicación, una empresa formal cuenta con la
emisión de acciones como alternativa, de modo que los compradores de las mismas
asumen la propiedad de una parte de la
empresa. En este caso los fondos habrían servido para aumentar el capital de la
empresa. Una acción es una fracción de la propiedad de una empresa y es un
valor que implica un derecho sobre las utilidades, así como sus activos. En
síntesis, los bonos son deuda, mientras que las acciones son capital.
De este modo, un sistema financiero cumple una función
trascendental en una economía, pues canaliza fondos de los ahorristas (sean
internos o externos) a los inversionistas; es decir, es un intermediario entre
los depositantes y los inversionistas productivos. Traslada los fondos de quién
los tiene a quien no los tiene, pero los necesita y lo puede hacer a través de
dos vías: los mercados financieros o los intermediarios financieros. En consecuencia, la vinculación entre el
sector financiero y la actividad productiva (también llamado sector real) es
más cercana de lo que podría imaginarse. Una economía sana requiere de un
sistema financiero que funcione de manera adecuada, es decir, cumpla sus
funciones.
Sin embargo, el sistema de
intermediación financiera es frágil, pues financia inversiones de largo plazo,
con ahorros de corto plazo (descalce de plazos); en términos simples, un
ahorrista puede retirar sus fondos de un banco cuando lo desee, mediante el
recurso simple de acudir a un cajero automático (el banco siempre debe tener el
dinero disponible, pero ¿de dónde lo obtiene si el negocio del banco es prestar
el dinero?); no obstante, el banco ha prestado el dinero a largo plazo, sea
para una inversión productiva o un
préstamo hipotecario. Entonces, es inherentemente frágil, pues transforma
ahorros de corto plazo en inversiones de largo plazo. Dicho de otro modo el
banco transforma activos ilíquidos (los pagos están en el futuro como en un
crédito hipotecario) en activos líquidos.
Ahora bien, si el sistema financiero no cumple su
función de manera adecuada, la economía no podrá funcionar con eficiencia, lo
que afecta de modo negativo el
crecimiento económico del país. Esta función implica que el sistema tenga la
capacidad de evaluar qué proyectos de inversión son más rentables, de modo de
asegurar la calidad de la inversión.
Dicho de otro modo, el sistema financiero debe ser capaz de decidir cómo usar
los fondos que no son suyos. Por lo general, aunque no exclusivamente, los
problemas del sistema financiero están vinculados con una errónea evaluación de
los riesgos subyacentes de cada préstamo (colocación) realizado.