La ciudad colombiana de Medellín, que a principios de los años 90 era conocida como la capital mundial de los homicidios, para finales de los años 2000 ya reflejaba un renacimiento. A medida que la violencia disminuía, llegaban nuevas inversiones y visitantes del extranjero, y se volvió común ver a mochileros por sus calles.
Actualmente, el turismo está en auge. De la mano de la pandemia hubo una explosión de recién llegados y, con ellos, nuevos restaurantes, tiendas elegantes y visitas guiadas. Pero también subió el valor de los alquileres y se intensificó el rechazo de parte de los locales. Mientras ciudades de todo el mundo luchan contra las consecuencias negativas del turismo masivo, la ola de visitantes de corta y larga duración en Medellín crea desafíos únicos porque, según los expertos, ocurrió prácticamente de la noche a la mañana.
“Todo lo que llega de manera demasiado rápido y demasiado grande genera conflictos”, afirmó Alejandro Echeverri, experto en planificación urbana que desempeñó un papel crucial en la reactivación de la ciudad como director de proyectos urbanos de la Alcaldía de 2004 a 2007. “En España, en México y en muchos países se ha dado con especial intensidad y tiene a esas sociedades preguntándose qué hacer. Pero creo que en ninguna parte se ha dado con la rapidez y el impacto que se está generando en dos o tres años en la ciudad de Medellín”.
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El año pasado, la ciudad tuvo un récord de 1.4 millones de visitantes extranjeros, en su mayoría estadounidenses, superando por primera vez a Cartagena. Y dado que la pandemia abrió la posibilidad del trabajo remoto a millones de personas, ahora hay nómadas digitales con sus computadores portátiles en cafés y espacios de trabajo conjunto que han surgido en la ciudad. El sitio web Nomad List, que incluye recomendaciones para profesionales remotos, ubica a Medellín como el principal destino en América Latina después de Buenos Aires y Ciudad de México.
“Medellín siempre me intrigó, así que siempre tuve en mente venir”, dice Rens de Bruijn, de 32 años, que trabaja como director de proyectos para una empresa con sede en Países Bajos, de donde es originario. De Bruijn trabajó de forma remota desde Medellín durante varios meses antes de mudarse a Brasil en el verano. Aunque la ciudad está llena de extranjeros, “la cultura, la comida y la gente siguen siendo muy auténticas”, afirmó. “Se puede ver que están arraigadas a través de generaciones”.
Parte del atractivo de la ciudad es por el poder adquisitivo de los extranjeros: el peso colombiano se depreció a mínimos históricos en 2022 (aunque recientemente aumentó su valor). Otra parte se debe a que es “la ciudad de la eterna primavera” ya que está ubicada en un valle a 1,500 metros sobre el nivel del mar y rodeada por la cordillera de los Andes. Medellín cuenta con temperaturas promedio de aproximadamente 23 °C durante todo el año y está adornada de exuberante vegetación verde. Además, su infraestructura de transporte, incluido el metro y el sistema de autobuses públicos, hace que sea fácil moverse.
La historia de violencia de la ciudad ayudó a que Medellín se hiciera famosa. En los años 1980 y a principios de la década de 1990, el infame narcotraficante Pablo Escobar utilizó Medellín como sede para su cártel, que controlaba aproximadamente el 60% del suministro mundial de cocaína. Las guerras territoriales con otros grupos traficantes y la que el propio Escobar le tenía declarada al Estado colombiano desataron niveles descontrolados de violencia, llevando la tasa de homicidios a un máximo de 375 por cada 100,000 personas en 1991.
Hoy en día, los turistas se sienten atraídos por Medellín en parte debido a ese pasado desgarrador. La serie de Netflix Narcos y otras representaciones de los medios populares han creado conciencia sobre la ciudad para una generación nacida después de la era de Escobar.
Pero llegan a un lugar muy diferente. Escobar fue dado de baja en 1993 y el desarme de algunos de los grupos paramilitares en años posteriores ayudó a sofocar parte de la violencia. Las inversiones en educación e infraestructura también sirvieron, dijo Natalia Castaño, directora del Centro de Estudios Urbanos y Ambientales de la Universidad EAFIT.
Hoy en día, la tasa de homicidios ronda los 15 por cada 100,000 habitantes, muy por debajo de muchas ciudades de América Latina y Estados Unidos. Se construyeron bibliotecas, teleféricos e incluso escaleras automáticas en las zonas más pobres y violentas de la ciudad para ayudar a los lugareños a llegar a sus hogares en las empinadas comunas. Si bien no era la intención principal, estos cambios también comenzaron a atraer visitantes, comentó Castaño.
Cada vez son más los que llegan para quedarse durante meses. Kevin Ramsey, un jamaicano que trabaja para una empresa de comercio electrónico con sede en Miami, decidió establecerse en Medellín durante la mayor parte del año. El huso horario solo difiere en una hora con la de su empleador, y su familia está a menos de cuatro horas de vuelo, indicó. Entre abril y julio de este año alquiló cuatro apartamentos diferentes por Airbnb, lo que le dio la oportunidad de explorar diferentes zonas de Medellín. El más caro era un apartamento de dos habitaciones que costaba US$ 1,200 al mes, mientras que el más barato era de US$ 800 al mes para un apartamento de una habitación. Ahora evalúa comprar algo propio.
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Estos alquileres pueden resultar económicos para quienes están acostumbrados a las costosas ciudades estadounidenses, pero la historia es otra para los locales. Las propiedades que alguna vez estaban disponibles para arrendamientos anuales ahora figuran en plataformas de alquiler para estadías de corto y mediano plazo. El número de anuncios disponibles en Airbnb y Vrbo en Medellín aumentó un 45% a 12,372 en junio, desde 8,532 un año antes, según datos del sitio de análisis AirDNA.
Los alquileres se están disparando. En uno de los vecindarios dentro de Laureles —un barrio de ingresos altos en Medellín que es de los favoritos de turistas y nómadas digitales por sus aceras arboladas, parques y calles más tranquilas— los precios de alquiler aumentaron un 80% tan solo en los primeros cuatro meses de 2023, según Properati, una plataforma inmobiliaria en línea.
Es decir que el alquiler mensual promedio de un apartamento de 70 metros cuadrados aumentó a 3.2 millones de pesos (alrededor de US$ 780) en abril, desde 1.8 millones de pesos en enero. Ese aumento excede con creces la tasa de inflación y es mucho más caro de lo que muchos pueden permitirse ya que el salario mínimo mensual de Colombia es de 1.3 millones de pesos.
A Laura Polanía no le dieron mucha opción cuando en mayo su arrendador le pidió que entregara el apartamento en el que llevaba viviendo menos de dos años. Primero buscó otros apartamentos cercanos, pero rápidamente se dio cuenta de que estaban fuera de su alcance. Incluso uno similar en su mismo edificio costaba el doble de lo que venía pagando. “Lloré mis ojos”, dijo Polanía, propietaria de una startup que ayuda a los clientes con su creatividad. “Para mí es mucho, pero no para ellos”, dice refiriéndose a los extranjeros. Finalmente encontró un lugar que le encanta, pero en las afueras de Medellín.
Las empresas también han tenido que adaptarse. Como socio de Acrecer, una empresa que administra y alquila bienes raíces, Luis Miguel Peláez notó que los apartamentos salían de las listas a medida que más propietarios optaban por ofrecerlos en plataformas de corto plazo. Notó un lento movimiento por primera vez en 2021. El año pasado, “empezamos a ver el tema mucho más masivo, estábamos perdiendo participación de mercado, entonces empieza la preocupación”, dice Peláez.
Por eso, él y sus socios han fundado una nueva empresa llamada My Places para gestionar alquileres turísticos. Desde esa perspectiva, Peláez ha notado los cambios en el mercado de alquiler de Medellín. No solo están subiendo los precios, sino que la duración de las estancias en alquileres turísticos, que normalmente eran de una o dos semanas, ahora se ha convertido en dos o tres meses, afirma. Ganar en dólares y vivir en América Latina se está convirtiendo en el “nuevo sueño americano”, dijo Peláez, recordando una conversación que tuvo con uno de sus clientes sobre cuánto más rinde el dinero en Medellín que en EE.UU.
Ese sueño ha generado rechazo por parte de los locales. En las zonas públicas han aparecido carteles de color amarillo y negro brillantes que dicen en español: “No gringos. Impidan que los colonizadores inflen los precios”. Los residentes también han comenzado a quejarse del creciente ruido y desorden a medida que la avalancha de turistas incluye más vacacionistas que llegan en busca de sexo y drogas.
La respuesta de la ciudad ha sido limitada. La subsecretaria de Turismo de Medellín, Ledys López, dijo que ya existen leyes que solo permiten alquileres a corto plazo en ciertos edificios. Su oficina está ayudando a llevar a cabo una campaña de concientización para que los propietarios conozcan estas leyes, dijo. Y a partir de este año, los extranjeros reciben un folleto a su llegada al aeropuerto. Una viñeta dice: “Déjate sorprender por tanta belleza, sin consumir sustancias ilegales”.
Más temprano este año, la ciudad ubicó barricadas metálicas en las entradas de dos de las principales atracciones turísticas de la ciudad: el Parque Lleras en El Poblado, que incluye una gran cantidad de clubes nocturnos, restaurantes y cafés, y la Plaza Botero, que exhibe 23 grandes esculturas de bronce donadas por el famoso artista colombiano Fernando Botero.
Algunos vendedores ambulantes que trabajan en estas zonas acogieron con satisfacción la medida y dijeron que las barricadas evitan que prostitutas, dealers y mendigos ahuyenten a clientes potenciales. Otros, sin embargo, dicen que solo desplaza la actividad no deseada un par de calles más abajo y no es una solución real a problemas sociales profundamente arraigados. Botero, el artista, criticó las barricadas y dijo que los ciudadanos deberían poder moverse libremente por la plaza.
A pesar de los desafíos, la transformación de Medellín en una ciudad más amigable para los turistas también genera empleos y oportunidades de negocios, dijo David Escobar, director de Comfama, una institución privada que invierte en programas sociales utilizando fondos de los pagos de la seguridad social realizados por los empleadores colombianos. Espera crear programas para enseñar inglés a los locales o capacitarlos para trabajar en lugares como hoteles.
Medellín ha recorrido un largo camino desde que era percibida como la ciudad “paria de América Latina”, comentó Escobar. Entonces, cuando empezó a ver lo que él describe como “inclinaciones xenófobas”, como los carteles de “no gringos”, decidió organizar un evento donde representantes de diferentes sectores de la sociedad de Medellín pudieran discutir los problemas y oportunidades vinculados a todas las formas de turismo. “La pausa y la reflexión son necesarias, aún más en un proceso que ha sido masivo y rápido. Por eso apenas lo estamos comprendiendo”, escribió Escobar en una columna promocionando el evento, que tuvo lugar a principios de julio en el Museo de Arte Moderno de la ciudad.
Echeverri, el experto en política urbana, inició el debate recomendando que Medellín reuniera datos sobre el impacto del turismo en la ciudad para priorizar las políticas. Los líderes empresariales hablaron sobre encontrar formas de expandirse para capitalizar a los nuevos clientes. Pero algunos asistentes expresaron su frustración por no escuchar soluciones concretas. “Solo estamos oyendo personas que dicen que nos está yendo muy bien. Entonces vendamos Medellín y que la gente le sirva a los turistas”, dijo un hombre del público que provocó aplausos de los asistentes. “Me indigna estar perdiendo mi tiempo”.
La búsqueda de respuestas es una tendencia global de las ciudades que luchan por contener los efectos de la llegada de visitantes. En 2021, Barcelona prohibió a los propietarios alquilar habitaciones privadas para estancias cortas, una política que parece haber ayudado a reducir el número de anuncios. En Ámsterdam, la alcaldesa Femke Halsema ha abogado por reformar el famoso barrio rojo de la ciudad para reducir las conductas molestas y el crimen organizado. López, subsecretaria de Turismo de Medellín, dijo que su ciudad debería considerar seguir el ejemplo de Barcelona al determinar qué partes de la ciudad deberían estar destinadas a albergar turistas. Esto podría aliviar la presión sobre la vivienda en otras áreas zonificadas para residentes locales, dijo.
Pero tal política podría ser insuficiente para contener los efectos de los visitantes de larga duración. Y la marea turística de Medellín parece estar apenas en sus inicios. Estrellas de la música latina también giran el foco hacia su ciudad natal. Maluma tiene una canción llamada Medellín, que canta con Madonna. La artista de reguetón Karol G nombró una de sus canciones Provenza, en referencia a una calle conocida por su vida nocturna. Después de que la revista Time Out nombrara el año pasado a Provenza como una de las “33 calles más cool del mundo”, el negocio se disparó.
“La ciudad donde nadie antes quería vivir hoy es la ciudad que todo el mundo quiere visitar, quedarse, alojarse por periodos largos y hasta retirarse”, afirma López. “Estamos ante un reto de cómo gestionar la ciudad turística”.
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