Hace apenas dos años, el entonces presidente de Panamá Laurentino Cortizo se jactaba del éxito de su país, diciendo que era el resultado de la unidad política, estrechas asociaciones entre el Gobierno y las empresas y maravillas logísticas. Lo que no sabía era que cuando su mandato estuviera a punto de terminar a mediados de 2024, todos los pilares que convertían a Panamá en la economía latinoamericana más exitosa de los últimos 30 años no serían igual de sólidos.
Desde los comentarios de Cortizo, se ha vivido malestar social en la nación centroamericana, la cancelación de una mina de cobre de US$ 10,000 millones (la mayor inversión privada del país) y hay serias dudas sobre la sostenibilidad fiscal del Gobierno después de que perdió su grado de inversión con Fitch Ratings. La maravilla de la ingeniería del país, el canal de Panamá, es víctima de una sequía sin precedentes que ha creado un cuello de botella de carga y ha obligado a implementar planes de emergencia para arreglar un canal que maneja US$ 270,000 millones al año en comercio mundial.
Esta combinación significa una crisis existencial para Panamá: el país que cautivó a corporaciones y banqueros con un comercio abierto, una legislación favorable a las empresas y una economía dolarizada (convirtiendo a Ciudad de Panamá en un centro financiero lleno de rascacielos, similar a Miami), necesita urgentemente una reinvención.
Es a través de este prisma que se debe observar la presidencia de José Raúl Mulino, que ganó las elecciones del domingo y asumirá el poder el 1 de julio. Debemos prestar mucha atención al enfoque del nuevo Gobierno porque el peso geopolítico de Panamá trasciende el tamaño de su geografía.
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De hecho, los problemas que heredará Mulino son un microcosmos de los grandes desafíos de América Latina: divisiones políticas, descontento popular en medio de la corrupción y la falta de empleos de calidad, una creciente migración, un rápido deterioro de las finanzas públicas y el impacto del cambio climático en las empresas. A pesar de duplicar el PBI per cápita promedio de la región este siglo y alcanzar los niveles de ingreso de un país de Europa del Este, Panamá sigue envuelto en las mismas dificultades que sus vecinos.
La buena noticia es que, a diferencia de algunos de sus pares regionales, el presidente entrante tiene un fuerte sesgo a favor del sector privado: “Promoveremos un Gobierno en pro de la inversión y de la empresa privada”, dijo a sus partidarios durante su primer mitin como presidente electo el 5 de mayo, comprometiéndose también a construir un equipo “con la mejor gente” sin olvidar a los necesitados.
La mala noticia es que Mulino llegó al poder mediante el tipo de acuerdo poco ortodoxo que con demasiada frecuencia ha desestabilizado a otros países latinoamericanos: debe su victoria al popular expresidente Ricardo Martinelli, quien renunció a su condición de candidato favorito para buscar asilo en el Embajada de Nicaragua en Panamá y evitar la cárcel tras perder una apelación para revocar su condena por lavado de dinero.
Mulino, que era compañero de fórmula de Martinelli, heredó la candidatura. Ha prometido constituir un Gobierno de “unidad nacional” después de obtener solo el 34% de los votos: eso es clave considerando la atomizada Asamblea unicameral, donde los independientes son la primera fuerza. Tendrá que llegar a acuerdos para poder aprobar leyes, pero la pregunta pendiente sigue siendo cómo tratará el nuevo presidente el tema de Martinelli.
“Mulino debe abordar primero el tema de Ricardo Martinelli, y luego asegurar la gobernabilidad con los diferentes grupos políticos, sociales y cívicos del país”, me dijo desde Ciudad de Panamá Rita Vásquez, directora del diario La Prensa. “Una vez logre esto, puede abordar otras cuestiones importantes que su Gobierno debe resolver”.
La combinación de una larga lista de cosas por hacer y un frágil ánimo público es un mal augurio: una de las lecciones de las dos últimas Administraciones es que el apoyo puede evaporarse rápidamente en esta joven democracia. El abogado de 64 años hizo campaña prometiendo volver a las formidables tasas de crecimiento de los años de Martinelli, cuando la economía se expandía a un ritmo de más del 7% anual en promedio. Eso es ahora una quimera; Panamá está limitado por una creciente crisis de pensiones y la amenaza de más rebajas de calificación por el aumento del endeudamiento tras la pandemia.
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El Fondo Monetario Internacional prevé que el país crecerá solo un 2.5% este año y mejorará hasta un 3% en 2025. Otros son mucho más pesimistas: economistas de JPMorgan Chase & Co. proyectan una expansión del 0.5% en 2024, lo que colocará a la economía prácticamente en recesión.
Acelerar el crecimiento será solo uno de los temas apremiantes de Mulino. No existe una solución fácil y rápida ni para la disputa con First Quantum Minerals Ltd. sobre la gigantesca mina cerrada ni para la sequía que afecta la gestión del agua para el canal. Además, Panamá tiene un papel crucial que desempeñar frente a la crisis humanitaria de los migrantes que cruzan el peligroso Tapón del Darién —que conecta a Sudamérica con Centroamérica— en aras de llegar a Estados Unidos.
“Todos estos desafíos, más el agotamiento de los fondos para cubrir el gasto en pensiones, tienen a Panamá contra la pared”, escribieron Steven Palacio de JPMorgan y sus colegas en su informe del 6 de mayo. “Los problemas son fácilmente identificables, las soluciones no son claras”.
Mulino no puede darse el lujo de llevar una presidencia mecánica. Panamá necesita reconfigurar su sistema económico y político para adaptarlo a un nuevo mundo donde las cadenas de suministro y los flujos comerciales están cambiando y la deslocalización y la transición energética emergen como oportunidades para Centroamérica.
El país ya no puede seguir siendo simplemente un paraíso para el capital y los refugiados marítimos; también necesita satisfacer las crecientes demandas sociales de sus 4.4 millones de habitantes, entre ellas una mayor transparencia y rendición de cuentas. Y tiene que hacerlo mientras recupera la credibilidad fiscal.
Un nuevo Gobierno siempre ofrece la posibilidad de una corrección radical de rumbo. La estrategia frontal y de creación de consenso inicial de Mulino va en la dirección correcta. Pero a pesar de todo su atractivo a corto plazo, depender del deshonrado Martinelli como pilar de su apoyo político tendrá un costo.
Mulino no puede gobernar si es visto como el títere de un poderoso hombre tras bambalinas. Y un electorado que ya está molesto por la corrupción se enojará aún más si Panamá no recupera su impulso económico. Mulino necesita resolver rápidamente su problema de Martinelli y conseguir el amplio apoyo que se requiere para que Panamá se encamine nuevamente hacia la prosperidad.
Por Juan Pablo Spinetto
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