Por Sarah Green Carmichael
Imagine una enfermedad tan grave para su salud que reduzca su esperanza de vida como si fumara 15 cigarrillos al día, que debilite su sistema inmunológico y conlleve un mayor riesgo de demencia y enfermedades cardíacas, incluso que haga que sus heridas sanen más lentamente y que perjudique su capacidad de recuperación del cáncer.
Esta enfermedad existe: es la soledad.
El excirujano general de Estados Unidos Vivek Murthy ha estado advirtiendo desde al menos 2017, sobre los efectos en la salud de lo que él llama una “epidemia de soledad”, pero su llamado de atención continúa aún más en estos días, gracias en parte a un nuevo libro lanzado en el momento preciso y meses de aislamiento inducido por el COVID-19.
Menciono los efectos físicos de la soledad en la salud porque, ante una pandemia cuya mortalidad es tan evidente como los camiones de refrigeración estacionados fuera de los hospitales, el mundo parece haber decidido que las personas –especialmente las más jóvenes– que se sienten solas en este momento son egoístas, débiles o simplemente están aburridas.
Después de todo, generaciones anteriores sobrevivieron a la Gran Depresión y pelearon en la Segunda Guerra Mundial, y a los jóvenes de hoy simplemente se les pide que se queden en casa viendo Netflix.
Esta comparación simplista ignora el hecho de que la conexión es una de las necesidades más fundamentales y básicas de la humanidad. Y aunque las llamadas telefónicas y las videollamadas pueden mantener a las personas en contacto, no es lo mismo que reunirse. Con la tecnología, tampoco es posible apoyarse mutuamente de la misma manera que en persona: una videoconferencia no permite cuidar a niños o ayudar a un amigo a mudarse.
Ha habido mucha solidaridad por los ancianos solitarios durante la pandemia. Sin restar importancia a su sufrimiento, vale la pena preguntarnos: ¿no puede esta misma empatía extenderse a los jóvenes solitarios? Una piel suave y una abundante cabellera no disminuyen el pesar del aislamiento.
Por el contrario, los jóvenes pueden sentirse incluso peor que sus mayores; encuestas realizadas antes de la pandemia revelaron que las tasas más altas de soledad se encuentran entre los jóvenes, mientras que las más bajas están entre las personas mayores de 72 años.
Las personas más jóvenes también tienen tasas más altas de ansiedad y depresión, y la pandemia no ha cambiado eso. En julio, 47% de las personas menores de 30 años dijeron sentirse ansiosas, según datos publicados por los CDC, y ese porcentaje disminuye sostenidamente con la edad.
Solo 13% de las personas de 80 años o más declararon síntomas de ansiedad. Los estudiantes de pregrado y posgrado a menudo pueden recurrir a atención de salud mental asequible a través de sus universidades, pero el cierre de escuelas ha dificultado el acceso a esos recursos.
Durante esta primavera, los trabajadores de 20 y tantos años han tendido más a ser despedidos que los trabajadores mayores. Uno de cada cuatro trabajadores menores de 25 años ha perdido sus empleos, y 13% de los que tienen entre 25 y 34 años les ha ocurrido lo mismo. Esto los ha dejado no solo sin beneficios de salud, sino también sin el sentido de propósito y estructura que proporciona un trabajo.
El trabajo brinda un importante ambiente social para los jóvenes. En general, las personas de 20 y tantos años tienen más probabilidades que las personas mayores de valorar la socialización y hacer nuevos amigos, pero esto ocurre especialmente en el trabajo, donde forman vínculos más personales y dicen que este tipo de amistades mejoran su rendimiento.
Las personas menores de 35 años también están menos asentadas en el hogar, generalmente viven con familiares, compañeros de cuarto o una pareja soltera. Pienso en cuando yo tenía 20 y tantos años, y en un solo año podría haber vivido todas esas experiencias. Los amigos proporcionaron la única fuente de estabilidad en una vida de compañeros de cuarto, novios y empleos en constante cambio. Una pandemia habría hecho que mi vida a los 20 y tantos fuera irreconocible.
Ese no es el caso ahora que estoy más cerca de la mitad de la vida que de su comienzo. De hecho, el grupo de edad que tal vez menos probablemente esté solo en este momento es la cohorte de 35 a 64 años, que tiene más probabilidades de estar empleada y la que tiene más posibilidades de vivir con un cónyuge, según datos de la Oficina del Censo de EE.UU.
Lo más probable es que las personas mayores estén mejor preparadas para hacer frente al aislamiento y sean más resilientes frente a la adversidad.
El cerebro humano cambia a lo largo de la vida, y las personas con cerebros mayores reportan niveles más altos de complacencia y satisfacción, y son mejores para ver las cosas en perspectiva y concentrarse. Son más capaces de enfocarse en lo positivo, menos reactivos a las críticas y más precisos cuando se trata de leer los sentimientos de otras personas. Los intensos altibajos de la juventud –la angustia y la ansiedad– dan paso a la ecuanimidad de la madurez.
Los mayores de 65 años tienen más probabilidades de vivir solos, lo que es un riesgo para la soledad. Por otro lado, están más acostumbrados a estar solos. Algunos jubilados con los que he hablado dicen que la pandemia casi no ha cambiado su vida.
Entonces, me gustaría que se dirigiera un poco más de comprensión a los jóvenes. La vergüenza desalienta a las personas a buscar tratamiento y las alienta a mentir sobre si han estado expuestas al COVID-19, lo que hace que sea más difícil de probar y rastrear. Si no queremos que los jóvenes de 20 y tantos años vayan a bares, deberíamos cerrar los bares, no volver a abrirlos y luego gritarles a los que acuden a ellos.
La política pública para controlar el COVID-19 no puede depender de avergonzar o acosar a las personas para que cumplan con las normas. Sí, algunos jóvenes podrían estar haciendo un mejor trabajo de distanciamiento social. Pero entiendan que, para ellos, probablemente sea más difícil.