Redacción Gestión

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La cautivante destreza de y la muscular gracia de son un placer para la vista. Pero la verdadera belleza del fútbol radica en su alcance pues más que ningún otro deporte se ha beneficiado con la globalización. Cerca de la mitad de la humanidad verá por TV el que se inicia este jueves.

Por eso es triste que el torneo comience bajo una sombra tan grande como el Maracaná. Documentos obtenidos por el dominical británico The Sunday Times revelaron la realización de pagos secretos que ayudaron a que Catar gane la organización del Mundial 2022. Hay más: ha trascendido que la habría descubierto que varios partidos de exhibición previos al Mundial 2010 estuvieron arreglados. Como de costumbre, nadie ha sido castigado.

Esta genera otras preguntas. ¿Por qué se pensó que un Mundial en pleno verano árabe era buena idea? ¿Por qué el fútbol no usa tecnología para revisar las decisiones de los árbitros como se hace en el rugby, tenis o críquet? ¿Y por qué el principal deporte del mundo es liderado por un grupo de mediocres, notablemente el presidente de la FIFA desde 1998, ?

En cualquier otra organización, los interminables escándalos financieros habrían provocado su salida hace mucho tiempo. Es que a sus 78 años y disfrutando su quinto periodo al frente de la FIFA, Blatter es el típico dinosaurio corporativo que sigue viviendo en el pasado. Tampoco es esperanzador que los intentos por frenarlo estén liderados por Michel Platini, el mayor burócrata futbolero de Europa, en su tiempo un maravilloso centrocampista, pero que jugó un penoso papel al apoyar la candidatura de Catar.

Muchos aficionados son indiferentes a todo esto pues lo que les importa es el juego bonito —no los avejentados ejecutivos que lo manejan—, pero están equivocados si piensan que no hay costos. Primero, la corrupción y complacencia en la cúspide hace más difícil combatir las trampas en la cancha, y cada vez se apuesta más dinero —se estiman hasta US$ 1,000 millones por partido en el Mundial—. Debido a presiones externas, la FIFA ha contratado a algunas personas capaces, incluyendo un respetado zar de la ética, Mark Pieth. ¿Pero alguien escuchará clases sobre reforma de una entidad cuya figura pública es ?

Segundo, la corrupción no termina cuando el país anfitrión es elegido. Para los regímenes turbios —que son los que sobornan a los funcionarios del fútbol— un evento deportivo de envergadura es también una oportunidad para defraudar las arcas fiscales, por ejemplo, otorgando contratos sobrevalorados.

Tercero, existe un importante costo de oportunidad. El fútbol no es tan global como se cree ya que no ha podido conquistar los tres países más grandes: China, India y Estados Unidos. En este último, el "soccer" se juega pero no es visto por TV, mientras que lo opuesto ocurre en los otros dos, que no clasificaron para el Mundial.

En defensa de la FIFA, hay que decir que la reticencia de estos países se debe en gran parte a la fortaleza de los deportes existentes, notablemente el críquet en India. Y el fútbol está ganando terreno lentamente, en especial en Estados Unidos, lo cual no hace más que subrayar la insania de la FIFA de preferir a Catar cuando ese país también competía por la sede del 2022.

Un mundo sin SeppSería bueno prescindir de Blatter, pero eso no resolvería el problema estructural de la FIFA. Aunque está legalmente constituida como una organización suiza sin fines de lucro, no tiene dueño. Aquellos a quienes podría rendirles cuenta, tales como las asociaciones nacionales o regionales, dependen de su dinero. Además, las altas barreras de entrada hacen improbable que emerja un rival, así que posee un monopolio natural sobre el fútbol internacional. Una entidad como esta debería estar regulada, pero la FIFA no responde ante ningún gobierno.

Pese a ello, podría hacerse más. Los suizos deberían exigir una limpieza bajo amenaza de retirarle su estatus tributario. Los auspiciadores deberían sopesar la corrupción y la necesidad de aplicar tecnología nueva: se podría comenzar con una revisión inmediata en video de cada penal y gol concedido.

La pieza más complicada del rompecabezas es el proceso de elección de las sedes. Una opción sería organizar el Mundial siempre en el mismo país, pero el equipo anfitrión tendría una ventaja significativa, y los torneos se benefician cuando se trasladan a distintas zonas horarias.

Una opción económicamente razonable sería otorgar al ganador de este año y a cada campeón sucesivo, la opción de organizar el torneo dentro de ocho años o de subastar ese derecho al mejor postor. Esto favorecería a las potencias futbolísticas, pero debido a que la mayoría de ellas ya cuenta con los estadios, habría menos malgasto de recursos y proporcionaría un mayor incentivo para ganar la copa.

Lamentablemente, los aficionados son nacionalistas románticos y no economistas lógicos, de modo que esta propuesta tiene menos chances de triunfar que las del equipo de Inglaterra.

Un pequeño paso hacia la cordura sería formalizar la rotación del torneo de modo que se dispute en Europa y luego en África, Asia y América, lo cual al menos detendría la corrupción intercontinental. Pero muy poco de esto ocurrirá sin que haya un cambio en las altas esferas en Zúrich.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez© The Economist Newspaper Ltd,London, 2014