Managing Partner de AIMS International Perú
La distancia ha sido siempre un factor limitante de la acción humana y ha determinado hechos históricos de manera trascendental. Esta distancia ha sido vencida sucesivamente con el caballo para las invasiones bárbaras y conquistas, los navíos para descubrir América, luego el ferrocarril, los autos y los aviones, y hasta las naves espaciales. Vencer esta barrera física ha estado en medio de la inmensa mayoría de los logros o frustraciones más importantes de la humanidad.
En tiempos recientes pre-pandemia, enfrentar la distancia entre compradores y vendedores, B2B o B2C, fue evolucionando cualitativamente con los avances tecnológicos no solo en informática y telecomunicaciones. La aparición de especialistas logísticos, prestadores de servicios en la cadena de suministro, la modernización de procesos y medios de transporte, almacenamiento y tratados de libre comercio, nos hicieron sentir que el mundo se hacía más pequeño. Por su lado, las redes sociales naturalmente desestructuradas y cada vez más sorprendentes, no hacen sino agregar posibilidades y complejidad enriquecedora al entorno.
Sumando a todo ello la invasión masiva de la tecnología en nuestras vidas y su rol facilitador, el comercio electrónico comienza a tener más sentido que al borde del siglo XXI, se hacen más y más factibles las integraciones de las plataformas entre las cadenas de suministro y así los negocios se fueron transformando digitalmente, acortando tiempos y haciendo cada vez menos perceptibles las distancias.
La tan mentada transformación digital es una consecuencia de esta evolución que se desarrolla quizás en los últimos 20 años y lleva a las empresas a hacerla suya para ser competitivas ante esta nueva realidad, y enfrentar la llegada de competidores que comienzan digitales y emergen como vencedores natos del tiempo y la distancia.
“Los negocios han exacerbado la necesidad de llegar rápido y eficientemente a sus clientes, esperando que sus proveedores se hagan cargo de cumplir con su parte”.
En mi artículo “El valor del tiempo en la era digital” (Gestión 8.2.19) esbocé la tesis que se creaba un gran valor agregado si el factor limitante del tiempo era percibido por el cliente como mínimo o casi cero. Afirmé que al reducir esos tiempos de atención, el cliente percibía que la distancia se acortaba y que el servicio o producto venía hacia él y no al revés. El esfuerzo que estábamos acostumbrados a emplear en una transacción era menor y ese era el valor que el cliente apreciaba, el menor esfuerzo. Hasta ahí la vida de la distancia como la conocíamos y mi tesis del valor agregado digital más apreciado: ahorro de tiempo.
Con la inamovilidad y la clausura temporal de empresas en pandemia, la sensación de lejanía de los productos y servicios por lo inalcanzable de los mismos nos ha envuelto en una pasión que se manifiesta como si viviéramos nuevamente a mayor distancia y hemos reaccionado fuertemente y no siempre de la manera más racional. Los problemas de una logística de última milla que se ha visto sobrepasada como bien lo atestiguan los reclamos a los principales retailers ante Indecopi, el anuncio de medidas absurdas que impedían el “delivery” para empresas que no superaban un monto de facturación en vez de establecer protocolos rápidamente para todos y fomentarlo, me recuerdan la saturación de las líneas telefónicas después del terremoto de Pisco, y los discursos políticos populistas culpando injustamente a las empresas “carriers” de aquello.
¿Y entonces, puede morir la distancia? Hace casi un cuarto de siglo, en 1997, Frances Cairncross, periodista de The Economist, escribió el libro “La muerte de la distancia”, avizorando un mundo en el que todos estaríamos comunicados a la velocidad de la luz por medio de masivas redes de fibra óptica y anchos de banda crecientes. Así la virtualización de infinidad de acciones humanas se haría realidad y con ello la distancia como factor limitante social y económico, tendía a morir. Muchas predicciones de Cairncross se han hecho realidad y serán más factibles aún otras de sus predicciones con la llegada de las redes 5G.
El costo cero de las “llamadas de larga distancia”, la penetración masiva de las comunicaciones móviles, la irrelevancia de la ubicación física de las personas como hoy en el teletrabajo, el surgimiento de comunidades de interés sin importar dónde se encuentren sus miembros y, finalmente, el nacimiento de una nueva corporación que llamó de “tejido suelto”, unida por su cultura y comunicaciones entre personas antes que por rígidas estructuras, son solo algunas de ellas.
Si la distancia no ha muerto del todo pese al acierto de sus predicciones, una pandemia impensable allá por 1997 y sus consecuencias de aislamiento y toma de distancia afectando a todos, han acentuado la necesidad de “matarla” como nunca. La pandemia nos dejó como si la distancia hubiera crecido súbitamente, y con ello, enfocados en dedicar nuestros mejores esfuerzos en sentido contrario para subsistir.
Siguiendo esas líneas, tiempo y distancia, la transformación digital toma especial relevancia y perdurabilidad. Los negocios han exacerbado la necesidad de llegar rápido y eficientemente a sus clientes, esperando que sus proveedores se hagan cargo de cumplir con su parte. Estamos en vías de una etapa de la transformación digital que no necesita ser costosa ni sofisticada, sino inteligente y práctica para “matar” la distancia, minimizando tiempos y llegando efectivamente al mercado. Los emprendedores que vemos en redes sociales creando productos y servicios, nos están dando una lección de cómo tomar la iniciativa y atacar el problema con simplicidad.
Seamos lógicos, prudentes y analíticos. Toca entender que la realidad de nuestros negocios es hoy sustancialmente diferente; nuestras estrategias de corto, mediano y largo plazo estarán sustentadas también en premisas diferentes ajustadas a la nueva normalidad, y será necesario ordenar nuestras prioridades de transformación digital pospandemia, en pos de reducir tiempos y acortar distancias.