Por Ana de Mendoza
Representante de Unicef en el Perú
Muchas veces se habla de pobreza, pero son pocas las ocasiones en las que se menciona que la pobreza tiene rostro de niña, niño o adolescente. Ya en el 2016 el Banco Mundial y Unicef estimaban globalmente que la pobreza extrema en menores de edad era prácticamente el doble que el de la población adulta.
En el contexto de la pandemia COVID-19 el empobrecimiento ha sido significativo. En mayo de este año se estimaba que alrededor de 86 millones de niños, niñas y adolescentes en todo el mundo se sumarían a aquellos que ya estaban viviendo en pobreza monetaria. Esta cifra que equivale a un 15% de incremento a nivel global, alcanza un 22% de incremento en el caso de América Latina, y un alarmante 43% en el Perú.
Las estimaciones del reciente estudio de UNICEF indicarían que a finales de este año 1,200,000 mil niños caerían en pobreza, llegando a más de 4 millones de niños pobres en el país. La pobreza extrema infantil se duplicaría alcanzando a 900,000. Cuatro de cada diez niños son pobres en el país, y uno de diez vive en pobreza extrema, cifras que llevarían al Perú a retroceder una década en pobreza infantil.
Es impostergable hacer de la lucha contra la pobreza infantil una prioridad de Estado, no solo de gobierno. Se necesita pensar colectivamente un sistema de salud, educación y protección social que permita a las familias superar las dificultades económicas impuestas por la COVID-19. Es clave incrementar los presupuestos sociales, construir sistemas integrales de protección social y contar con información de calidad, confiable, oportuna y desagregada capaz de responder diferenciadamente según contextos y determinantes de la pobreza infantil.
El sentido de urgencia y prioridad se vincula a la vulneración de múltiples derechos que viven niñas y niños. Y cuando las privaciones se viven en etapas tempranas de la vida, dejan consecuencias -a veces- irreversibles. Las carencias alimentarias, de atención médica o de acceso a la educación pueden ser acumulativas, e incrementar una pobreza más permanente, heredable de generación en generación. Un asunto difícil, como la reapertura de las escuelas, resulta vital para evitar el abandono escolar niñas y niños en estado de mayor vulnerabilidad.
Si bien la medición de la pobreza con criterios monetarios arroja información crítica para la toma de decisiones, no refleja necesariamente el impacto que las carencias pueden tener en el desarrollo humano de las personas. De allí la importancia de complementar las mediciones monetarias con mediciones multidimensionales, que capturen necesidades no satisfechas y derechos vulnerados en salud, alimentación, educación, situaciones de violencia, condiciones de vivienda, acceso a agua, entre otros.
La conceptualización multidimensional de la pobreza, basada en un enfoque de derechos permite comprender el efecto que tienen algunas privaciones en las etapas más tempranas de la vida. Tener una medida multidimensional de la pobreza en Perú será crucial para diseñar políticas pertinentes, multisectoriales, que faciliten a niños y niñas desarrollar su máximo potencial, y contribuir a una sociedad con desarrollo económico, prosperidad social y consolidación democrática.