Las grandes economías se han hecho a pulso de trabajo, de convicción, de igualdad de condiciones, de institucionalidad y visión de futuro. (Foto: GEC)
Las grandes economías se han hecho a pulso de trabajo, de convicción, de igualdad de condiciones, de institucionalidad y visión de futuro. (Foto: GEC)

Economista PAD - Escuela de Dirección Universidad de Piura

A más de la mitad del año transcurrido, ahora sí disponemos seriamente de elementos para dar señales más certeras y orientadoras acerca del comportamiento de la recesión del 2020 y del crecimiento del 2021.

Entremos directo al tema. Para el 2020, como es conocido, hemos decrecido 3.5% el primer trimestre y 30.2% el segundo. Nos falta recorrer los dos últimos trimestres. En ese contexto, si asumimos, por ejemplo, un escenario donde decrezcamos 10.6% y 6.3% los dos trimestres finales, obtendríamos una cifra recesiva de -12.8 % para el año. En un escenario más pesimista, podríamos asumir -14.3% y -11.1%, con lo que cerraríamos el 2020 con -15%. En términos gruesos, hoy podemos considerar, con una alta probabilidad de ocurrencia, que nuestro decrecimiento podría estar en un 12% con un rango de 1.5 puntos porcentuales de variabilidad para arriba o para abajo.

Esto no es como para alegrarse, pero la cifra es sustancialmente diferente de la reseñada por ciertas posiciones extremistas y alarmistas. Cierto, si las cosas se hubieran hecho bien, hubiéramos decrecido la mitad; si no se hubiera hecho nada –no podemos ser mezquinos– el decrecimiento hubiera sido el doble.

¿Qué sucedió para haberse desacelerado la expectativa de decrecimiento de este año? Lo que sucedió es simple, las proyecciones realizadas hasta hace poco no consideraron con prolijidad el impacto de la recuperación de los precios de los minerales, la excelente campaña de extracción de anchoveta, la fortaleza y dinamismo de nuestro sector agroexportador. Factores en los que poco tiene que ver la política económica peruana, pero parte de una realidad irrefutable. Tampoco se tomó en cuenta que, a pesar de la lentitud e ineficiencias de nuestro frente público, se incorporará progresivamente el impacto de la ejecución de proyectos inexplicablemente diferidos o paralizados. Para variar, tampoco se consideró cabalmente el impacto de la reapertura económica, con sus limitaciones y todo.

Para el 2021, además del natural y poco meritorio rebote estadístico del crecimiento que dispondremos, nuestra economía se impulsaría por la mantención relativa de nuestros fundamentos frente a los del resto del mundo y por la continuidad del impacto natural de la reapertura de nuestra economía. Es claro que siempre habrá riesgos a nivel político, sanitario e internacional y estructural, pero en un escenario base los mismos no deben cambiar la tendencia a la recuperación progresiva.

Han sido tan altas las limitaciones que hemos sufrido en el 2020, que ya no hay espacio para escenarios apocalípticos en el 2021. Por todo ello, el FMI, el Banco Mundial, JP Morgan Goldman Sachs. Moody’s, entre otras entidades serias e independientes, le asignan un crecimiento entre el 6.5% y 11.5% al Perú en el 2021. Eso no significa que nos recuperaremos al nivel de actividad alcanzado en el 2019, pero sí nos permitirá volver a mostrar la más alta tasa de crecimiento de la región nuevamente.

Es en este escenario del 2021 donde debemos concentrar todos nuestros esfuerzos y el proceso de toma de decisiones a nivel empresarial. Si continúa la tendencia a la recuperación en los últimos meses de este año, el próximo debe ser muy diferente. Daremos inicio a una recuperación que debemos consolidar y darle sostenibilidad a mediano plazo. Sin duda, el listado de los pendientes es amplio y complejo.

Debemos ser más agresivos en el proceso de reconstrucción de infraestructura; debemos crear una nueva base institucional que limite el libertinaje y mercantilismo político, empresarial y mediático; debemos aplicar una reingeniería integral al Estado; debemos estar claros en que la inversión privada es absolutamente esencial en un contexto de competencia plena; debemos estar claros en una renovación plena y sin medias tintas de nuestros cuadros políticos. La lista de pendientes es copiosa.

Todo esto no será fácil dada la reducida presión y base tributarias, la deficiente bancarización, la dependencia a la evolución de los precios de minerales, la pobreza y desigualdad. Todas ellas innegables, pero también disponemos de razones para no ser lapidarios con nuestras posibilidades de recuperación. Es inaceptable que hayamos hecho casi una prédica cotidiana ver el vaso “medio vacío”, es inaceptable generar ánimos de desesperanza en nuestra población sin sustento adecuado, es inaceptable no ver más allá del 2020 empresarialmente hablando, es inaceptable que nos hagamos daño nosotros mismos.

Debemos entender que las grandes economías no se han hecho sobre la base de lamentos, de temor, de mediocridad, de pesimismos extremos. Se han hecho a pulso de trabajo, de convicción, de igualdad de condiciones, de institucionalidad y visión de futuro. El 2020 debe ser parte de nuestro pasado, duro, penoso; pero de nuestro pasado. El cercano 2021 debe dejarnos espacio para reposicionarnos e iniciar el éxito que nos merecemos. No verlo así lo único que reflejará es que aún disponemos de una visión miópica de nuestro país, de nuestra economía, de nosotros mismos.