Eduardo Morón Presidente de Apeseg (*)
Cuando hablamos de un país macroeconómicamente estable pensamos básicamente en dos cosas: (i) la inflación es siempre muy baja; y (ii) una economía con cuentas fiscales sostenibles, es decir, la deuda sobre PBI que no sobrepasa algún nivel digamos tolerable. Deberíamos también incluir que no hay crisis cambiarias o bancarias, pero dejemos eso a un lado.
De esa descripción de estabilidad macro surge casi de manera obvia lo que se llaman reglas (o anclas) para la estabilidad monetaria y fiscal. Una meta de inflación baja y una meta de deuda/PBI baja. En el viejo debate de reglas versus discreción, se imponen unas metas, pero se deja mucha libertad, mucha discreción a la autoridad monetaria y fiscal en cada caso respecto a cómo alcanzar dichas metas.
Así es como nuestra economía y la mayoría de las economías estables (previo a la pandemia) se han manejado. El problema es que todo esto servía mientras las desviaciones que enfrentásemos fueran, digamos, pequeñas. Si los choques que enfrentamos son enormes claramente las metas se vuelven irrelevantes, las ponemos de lado y de pronto nos enfrentamos con una situación donde ya no es tan claro qué es lo que hace que aún mantengamos esa estabilidad fiscal de la que tanto nos preciábamos.
En un paper muy reciente un trío bastante controversial Orzag, Rubin y Stiglitz (Enero, 2021) sugieren que la política fiscal debe ser rediseñada para enfrentar estos escenarios de gran incertidumbre poniendo a quien está a cargo de conducirla en lo que los autos de hoy llaman “dirección asistida”. En nuestros modernos vehículos, la computadora del auto nos ayuda a dar una vuelta más segura en un terreno donde normalmente patinaríamos, o evitando que el auto pierda tracción simplemente haciendo ajustes automáticos que nos hacen sentir como si nosotros fuéramos mejores conductores, aunque en realidad el mérito se lo lleva el programador.
Este punto es muy importante, y a pesar de estar de acuerdo con la idea, el problema es la implementación. Lo que uno quisiera como ministro es la facilidad de contraer o expandir el gasto con esa dirección asistida, porque la sensación con que se quedan quienes pasan por el MEF es que alguien le sacó todo el cableado a los botones de mando. La orden de expandir el gasto no se implementa en el tiempo previsto. La consecuencia de ello es que el vehículo de la economía peruana se estrella contra el muro en vez de dar la vuelta. Los autores sugieren que se debe contar con un permanente programa de inversión pública diseñado para acelerarse o limitarse según convenga a la situación.
Otro punto, y quizás el central del argumento de estos tres pesos pesados, es que la política fiscal debe tomar una página prestada de los seguros y administrar mejor los riesgos. Los seguros están para cosas catastróficas y la política fiscal debe estar en capacidad de responder masiva y oportunamente cuando algo catastrófico ocurre. La pandemia es un perfecto ejemplo y otro podría ser un desastre natural. Ellos sugieren que los mecanismos automáticos de estabilización macroeconómica se expandan más de manera automática en respuesta de shocks de gran magnitud. Otra vez, esto se dice fácil, pero nos tomó 6 meses entregar un bono universal. Lo complicado es diseñar e implementar esas tuberías. Lo interesante del documento es que pide que la política fiscal funcione como un seguro, donde el pago (la acción de la política fiscal) sea proporcional al daño. La política fiscal y el presupuesto público no están diseñados para tiempos inciertos.
Permítanme la licencia de rendir mi homenaje desde aquí a Renzo Rossini, una de las anclas de la estabilidad macroeconómica del país.
(*) Escribe a título personal.