De la edición impresa
En “Game of Thrones” (“Juego de tronos”), el temible guerrero Khal Drogo sale de un duelo casi indemne, pues apenas sufre un rasguño en el pecho. Pero la herida se agrava y lo debilita. Escenas más tarde, cae de su caballo y, finalmente, muere.
A muchos economistas les preocupa que la recuperación en el mundo avanzado podría enfrentar un destino similar. Los últimos 18 meses de confinamientos han dejado, sorprendentemente, pocas cicatrices económicas.
¿Pero el daño del covid-19 ha sido evitado o simplemente aplazado? A medida que los esquemas de estímulo implementados el año pasado llegan a su fin, esa pregunta podría ser respondida pronto.
Cuando comenzaron a imponer cuarentenas, los gobiernos desarrollados introdujeron una serie de medidas de apoyo a empresas y familias, subsidios al desempleo y licencias pagadas, hasta créditos empresariales a bajas tasas de interés y periodos de gracia para pagar impuestos y alquileres.
Los plazos de muchos de esos esquemas están terminando, o ya han finalizado. En la eurozona, al menos 75% de los periodos de gracia ha expirado. En Estados Unidos, la mitad de estados está aboliendo un subsidio al desempleo de US$ 300 semanales; el resto lo hará en setiembre. Una moratoria federal para desahucios culmina el 31 de julio.
En Canadá y Reino Unido, programas de retención de trabajadores acabarán en el otoño (boreal). Tomados en conjunto, estos esquemas han evitado mucho del daño económico que suele verse tras una recesión.
Transferencias y rescates
Eso no quiere decir que mucha gente no haya sufrido privaciones; por ejemplo, la pobreza extrema a nivel global se ha incrementado considerablemente. Pero en el mundo rico, las finanzas de las familias lucen sorprendentemente sólidas. A pesar que el PBI se derrumbó el 2020, el ingreso real disponible per cápita aumentó 3%.
El gasto gubernamental en beneficios adicionales y transferencias de dinero, que representó el 2.3% del PBI de países ricos, definitivamente ayudó. En Estados Unidos, la tasa de pobreza apenas subió de 10.7% en enero del 2020 a 11% en junio de este año, aunque hubo fluctuaciones durante ese periodo.
Las resilientes finanzas familiares garantizaron una robusta demanda por bienes y servicios, incluso en épocas de confinamiento. Hay que agregar una serie de medidas de rescate, lo que significa que las empresas también se veían incólumes.
En marcado contraste con recesiones pasadas, las bancarrotas de empresas no se dispararon el año pasado sino que su número disminuyó fuertemente en la mayoría de países ricos.
La incertidumbre ahora es cómo cambiará este escenario cuando los estímulos terminen. Un reciente informe del Banco de Pagos Internacionales —un club de bancos centrales—, identifica como una “gran interrogante que nubla las perspectivas” una posible “ola de insolvencias empresariales”.
Inquietud número uno
Son tres las áreas de preocupación: que la reducción de transferencias de dinero recorte los ingresos de las personas; que el final de los esquemas de licencias pagadas deje sin empleo a millones; y que las deudas diferidas se conviertan en vencidas, lo que frenará el gasto o forzará bancarrotas.
Comenzando por las transferencias de dinero, así como los seguros de desempleo se están haciendo más tacaños en Estados Unidos, Reino Unido está recortando su principal prestación social en £ 20 (US$ 27) semanales. Como resultado, es seguro que habrá gente que aminorará sus egresos.
Pese a ello, el gasto total no necesariamente se verá afectado. Las familias han ahorrado mucho más de lo normal. The Economist ha analizado data de la OCDE y calcula en US$ 3 millones de millones el ahorro “en exceso” en ese grupo de países mayoritariamente ricos, equivalente al 10% del gasto de consumo anual.
La principal inquietud en torno a los consumidores el 2021 no es que siga aumentado esa enorme pila de dinero, sino que la gente opte por no gastar sus ahorros.
Inquietud número dos
La segunda preocupación se relaciona con los esquemas de protección laboral. Investigaciones del banco UBS indican que aproximadamente 5% de empleados en las cuatro mayores economías de la eurozona, más Reino Unido, continúan aplicando esos programas.
Si esas personas no pueden encontrar trabajo cuando expiren tales esquemas, la tasa de desempleo promedio en esos cinco países excederá el pico registrado durante la crisis financiera global.
En este caso, Australia ofrece esperanzas. Su esquema de retención de trabajadores, que hace un año protegía a 3.5 millones de personas, culminó en marzo. Desde entonces, la tasa de desempleo ha caído a su nivel más bajo en una década.
Nueve de cada diez personas que se beneficiaron con el esquema han vuelto a trabajar. Como ocurre en muchos países ricos, el problema en Australia no es una abundancia de trabajadores sino una escasez. Es que la pandemia ha creado nuevas demandas y puestos vacantes.
Inquietud número tres
La tercera preocupación es quizá la más significativa —y también la más difícil de analizar—. Se relaciona con las deudas que están vencidas pero que siguen impagas, desde impuestos e intereses hasta alquileres.
El reporte de estabilidad financiera del Banco de Inglaterra (el banco central de Reino Unido) precisa que “las empresas podrían afrontar pagos sustanciales cuando comiencen a caducar diferimientos en el Impuesto al Valor Agregado y alquileres”.
La magnitud de tales obligaciones es compleja de calibrar. Aunque las empresas se apresuraron a tomar deudas a inicios de la pandemia, el endeudamiento ha crecido menos desde entonces. Pero no está claro qué tratamiento contable recibirán las deudas vencidas o diferidas de parte de las empresas o las cuentas nacionales.
Tal vez ni los propios deudores sepan a qué atenerse. El 2020, el no pago de alquileres de empresas estadounidenses “sucedió en privado y de manera algo desorganizada”, señala un estudio de Goldman Sachs, lo que resulta en “desacuerdos persistentes respecto de si los alquileres fueron rescindidos o simplemente diferidos”.
Grave, pero no tanto
Las estimaciones disponibles de los alquileres pendientes de pago de familias estadounidenses varían por un factor de seis. No obstante, en el agregado, la escala del problema podría ser manejable.
En el caso de los alquileres comerciales en Estados Unidos, las estimaciones de alquileres impagos varían, pero un reporte del Municipio de San Francisco estima que los negocios locales no pudieron pagar un monto de hasta US$ 400 millones entre abril y diciembre del año pasado.
Adaptar esa cifra para tener una guía aproximada general de todo el país, resulta en alquileres impagos de alrededor de US$ 30,000 millones en Estados Unidos —alrededor del 3% de alquileres comerciales anuales pagados en un año normal—.
Hasta ahora, la evidencia indica que gran parte de las deudas está siendo pagada. En Reino Unido, más del 80% de familias que optaron por diferir sus hipotecas ha retomado completamente sus pagos, lo que sugiere que muchos habrían hecho uso del esquema por precaución más que por necesidad.
En la eurozona, los préstamos surgidos de moratorias han tenido un comportamiento que solo ha sido ligeramente inferior que el resto de créditos en libros de los bancos a la fecha.
Los afectados de siempre
Pero como ha ocurrido con muchas cosas durante la pandemia, lo más probable es que el retiro de los estímulos perjudique más a las personas de menores ingresos. Recortar prestaciones podría empujar a algunos a la pobreza, y millones de inquilinos en Estados Unidos podrían afrontar el desahucio. Las empresas menos productivas podrían irse a la quiebra.
En el 2020, los gobiernos fueron rápidos en aplicar esquemas de estímulo generosos y universales. Ahora, la tarea es reducirlos y dar cabida a la destrucción creativa, al tiempo que se protege a quienes lo necesiten.
Traducido para Gestión por: Antonio Yonz Martínez