La castaña y los frutos del açaí y el cumarú se han convertido en una importante fuente de renta para la comunidad de descendientes de esclavos de Oriximiná, quienes han encontrado en la naturaleza la manera de prosperar económicamente sin dañar una Amazonía cada vez más devastada por el hombre.
"La selva es nuestro seguro de vida" dice Rogerio de Oliveira Pereira, líder de una comunidad quilombola de Oriximiná, un municipio amazónico de Brasil donde creció rodeado de agua y árboles.
Su mayor desafío, cuenta, es lograr el progreso sostenible del denominado pulmón vegetal del planeta, el cual sufrió el pasado mes de agosto los peores incendios en los últimos años debido, en parte, a la creciente deforestación en el mayor bosque tropical del mundo.
Él conoce bien la "floresta" (selva), de su padre aprendió como vivir de ella, él le enseñó a recolectar castañas en medio de la vegetación propia de esta región, una tradición que surgió en el siglo XIX cuando los esclavos que huyeron del dominio del hombre blanco buscaron refugio en la selva o en pueblos indígenas y conformaron las primeras comunidades quilombolas de Oriximiná.
Con más de 107 kilómetros cuadrados de extensión, este municipio, que limita con Guyana y Surinam, es más grande que países como Portugal, Austria y Corea del Sur.
A sus 48 años, este hombre de tez morena y mediana estatura tiene claro que quiere un futuro mejor para sus tres hijos y para las nuevas generaciones de las 35 comunidades quilombolas que viven en las riveras de los ríos.
En la búsqueda de un futuro sostenible
A pesar de las dificultades y de la falta de credibilidad de algunos en el progreso sostenible, De Oliveira Pereira no se rinde, nunca lo ha hecho aunque el primer impulso le salió en reversa.
Este líder quilombola buscó ayuda, se capacitó y conformó una cooperativa para comercializar castaña y semilla de cumarú (con la que se elaboran aceites esenciales), pero la falta de técnicas y la desorganización interna le impedían cumplir con los tiempos de entrega de productos.
Aunque su primer intento fue fallido, volvió a intentarlo y con el apoyo del proyectos como "La selva en pie" y "Origens Brasil", iniciativas impulsadas por las organizaciones Imaflora e Instituto Social Ambiental (ISA), entendió que debía diversificar los cultivos y contar con más productos para mantener una línea de producción activa durante todo el año.
De esta forma, si la castaña no estaba en cosecha, se podía reemplazar por el açaí (fruto reconocido por sus propiedades nutritivas), y cuando pasara la cosecha de este, se daba la opción de comercializar la harina de mandioca (una especie de yuca), y así crear una cadena productiva diversificada que mantuviera constante los ingresos en las comunidades.
La idea ya fue trazada y el primer paso fue crear una asociación que funciona desde hace ocho meses en la comunidad quilombola de Arancuan Baixo -más conocida como Verjao-.
Una planta procesadora de açaí, que permite elaborar la pulpa y congelarla en menos de 24 horas que es el tiempo máximo para que no se dañe, así como la elaboración de pan, se suman al trabajo adelantado con la recolección de castañas y de semillas de cumarú, y cultivo de mandioca y piña.
Ya organizados, pudieron vincularse con un programa del Gobierno que les permite surtir a los restaurantes escolares de sus regiones hasta en el 100 % de los alimentos.
Actualmente, con una participación de un 30% de productos, entre los cuales açaí y pan de castaña, brindan alimento para unos 3,000 alumnos de escuelas quilombolas y la meta es llegar a todas las escuelas de la región.
Uno de los mayores desafíos es la logística para el transporte de los alimentos ya que en Oriximiná, por estar rodeada de ríos, prácticamente no hay vías. Así las cosas, desde la comunidad de Varjao hasta el municipio son unas dos horas en lancha, lo que genera no solo bastante tiempo de desplazamiento sino altos costos por el combustible.
Frente a esas dificultades a veces le sugieren dedicarse a sembrar en su parcela y vivir de eso para dar de comer a su familia.
"Nosotros no nacimos para administrar tierras, sino para hacer generación de renta con los recursos que la selva nos ofrece", asegura este líder que tiene claro que puede encontrar un mejor futuro para las nuevas generaciones respetando a la madre naturaleza.
Pero para este líder comunitario, la Amazonía no es una sola y en cada región que la conforma existen diversos mundos que solo conoce quien ha nacido y crecido en esas tierras amenazadas por la creciente deforestación.
De Oliveira Pereira, por ejemplo, entendió que tiene más valor la "selva en pie" que la venta de árboles talados para comerciantes ilegales de madera, o la extracción ilícita de oro, una actividad común en esa región.
Este tipo de situaciones aún es motivo de conflicto entre algunos miembros de las comunidades que prefieren el "dinero vivo" que dejan esas actividades para comprar arroz, fríjol y leche, para alimentar a la familia, que participar de un sistema de uso responsable de recursos que genere ganancias futuras y constantes.
“La selva es nuestro seguro de vida, ella es la que une a nuestros pueblos”, asevera.