El presidente de Ecuador, Lenín Moreno, emitió su voto en una universidad en el norte de Quito. (Foto: AFP)
El presidente de Ecuador, Lenín Moreno, emitió su voto en una universidad en el norte de Quito. (Foto: AFP)

Cuando Lenín Moreno ganó las elecciones presidenciales de Ecuador en abril pasado, nadie esperaba un milagro político. El exvicepresidente de Rafael Correa venció por un margen estrecho y parecía no albergar ambiciones más que calentar el trono para el posible retorno de su jefe al palacio en 2021.

En cambio, lo que Ecuador obtuvo fue una insurrección. Solo pregunte a Correa: después de haber hecho casi lo que quiso con la empobrecida nación andina durante la última década, el destituido caudillo desde entonces ha visto como su protegido desarma su "revolución ciudadana", reforma por reforma.

La arremetida se profundizó el domingo, cuando los votantes expresaron su opinión en una consulta popular de varias preguntas para modificar artículos clave de la constitución, en temas desde minería hasta corrupción. ¿La pieza central de referéndum? Restaurar las limitaciones para la reelección que el propio Correa, siguiendo la tradición de los dictadores latinoamericanos, había establecido en un referéndum en 2015.

Resultados parciales el lunes por la mañana confirmaron que la consulta popular que restaura las limitaciones para la reelección se aprobaría por una mayoría aplastante, lo que efectivamente deja a Correa excluido de la presidencia de por vida.

La apostasía era lo último que los ecuatorianos podrían haber esperado de Moreno, quien es tan discreto y conciliador así como Correa era explosivo y descarado. Pero a los ecuatorianos les gusta lo que han visto hasta ahora.

Con apenas 10 meses en el mando, Moreno se ha acercado a líderes empresariales y partidos de oposición, terminó la disputa con medios de comunicación y tomó medidas enérgicas contra los funcionarios corruptos. Es revelador que no hizo nada para proteger al vicepresidente Jorge Glas, hombre de confianza de Correa, quien fue condenado en diciembre por permitir sobornos del omnipresente contratista brasileño Odebrecht, una advertencia inequívoca hacia el establishment político éticamente cuestionado.

"El caso Glas fue una señal para todos los demás de que no pueden esperar clemencia o trato especial bajo Moreno", me dijo Aristodimos Iliopulos, analista de Economist Intelligence Unit.

"Moreno ha demostrado que es un político brillante. Nadie esperaba que hiciera lo que hizo tan rápido como lo ha hecho", señala.

El referéndum dio a los ecuatorianos no solo la oportunidad de restablecer las limitaciones para la reelección, sino también para revertir los hitos clave del socialismo bolivariano -la marca política de “ellos contra nosotros y aplastar a los gringos” del difunto Hugo Chávez- que encantó a los populistas andinos, aun cuando envenenó la política y corroyó las instituciones nacionales.

Los votantes aprobaron disposiciones que prohíben la minería y la perforación de petróleo en zonas protegidas, inhabilita a los funcionarios que enfrentan cargos de corrupción a participar en la vida política del país y limita los poderes del Consejo de Participación Ciudadana, favorable a Correa.

La victoria de Moreno en todos los frentes sugiere hasta dónde se ha desvanecido la fama de su predecesor. Correa una vez respondió a los rumores de amenazas de muerte desgarrando su camisa para ofrecer su pecho en un balcón; el mes pasado se escondió detrás de un paraguas cuando manifestantes lanzaron huevos para protestar contra su campaña anti referéndum.

Sin embargo, no contenga la respiración por un exabrupto de morenismo, un termidor de contrarreforma ideológica.

Aunque Moreno ha aliviado las tensiones con los mercados y las entidades de préstamos internacionales, no es un contrarrevolucionario.

Por el contrario, es más un izquierdista de voz suave, que vio una oportunidad y se movió rápidamente para acumular poder y anular el dominio de Correa sobre las instituciones nacionales.

El morenismo ha mejorado las perspectivas políticas de Ecuador, y lo elevó desde un "régimen híbrido" a una "democracia defectuosa" en el Índice de Democracia anual de Economist Intelligence Unit. Sin embargo, nadie ha pedido a Moreno que ordene despidos en el sector público o agresivos recortes del gasto público, a pesar de un enorme déficit fiscal que alcanza del 5.9% del producto interno bruto, informó Fitch Ratings en una nota a clientes.

De hecho, al aumentar la deuda nacional, añadiendo otros US$ 3,000 millones el mes pasado, Moreno indicó que no tiene planes de sacrificar la tímida recuperación económica por la consolidación fiscal, de acuerdo con Eurasia Group.

Con una deuda nacional que ha aumentado a la mitad del producto interno bruto y la necesidad de US$ 8,250 millones en nuevo financiamiento durante 2018, Ecuador sin duda necesita más que un gradualismo.

Sin embargo, los acreedores de Ecuador deben tener en cuenta que Moreno también lucha contra un formidable déficit político, y sabe que un ajuste más agresivo podría amenazar la alianza política de la que depende para cambiar el rumbo y mantener a raya a los partidarios de Correa.

"Moreno asumió el cargo como un presidente débil sentado en la cima de dos facciones muy fuertes de acérrimos partidarios de Correa, de los cuales, ambos quieren poder e independencia ", me dijo Andrés Mejía Acosta, analista político de King’s College, en Londres.

"Tendrá que trabajar duro para evitar convertirse en rehén". Simplemente no lo llames apoderado.