La Agencia Internacional de la Energía (AIE) pide un mayor esfuerzo para lograr una reducción continuada de las emisiones de gases de efecto invernadero y plantea por primera vez un exigente horizonte de neutralidad de CO2, en su informe anual.
La pandemia del COVID-19 ha hecho tambalearse al mundo de la energía: las últimas previsiones de la AIE recogen una caída de la demanda de 5% este año, una reducción de las emisiones de CO2 relacionadas con el sector energético de 7% y la inversión en este área descenderá 18%.
Igualmente, el petróleo (-8%) y el carbón (-7%) retroceden mientras las renovables salen mejor paradas. Más allá de esta crisis, la AIE reclama un mayor compromiso en la reducción de emisiones.
“A pesar de la caída récord de este año, los estados tienen todavía mucho por hacer para lograr un descenso decisivo de las emisiones mundiales”, recordó su director ejecutivo, Fatih Birol.
“Solo podremos corregir la tendencia actual de emisiones con cambios estructurales en nuestra manera de producir y consumir”, añadió Birol.
Como cada año, en sus más de 450 páginas, el informe de la AIE presenta una serie de escenarios de futuro.
A partir de las políticas y los compromisos existentes, y de la previsión de una recuperación económica más tardía, la AIE concluye que la bajada en las emisiones no se mantendrá más allá de este año.
La AIE ha decidido presentar un nuevo horizonte: “cero emisiones netas” de aquí al 2050 (NZE2050, en inglés), más ambicioso que su escenario de “desarrollo sostenible” del 2019.
Algunas empresas, países y regiones, empezando por la Unión Europea (UE), se han fijado un objetivo de neutralidad de carbono para mediados de este siglo para limitar el cambio climático.
Se busca reducir las emisiones de CO2 al mínimo y compensar el resto mediante diferentes sistemas de absorción (bosques, plantas, captura y almacenamiento de carbono...).
“Un primer paso insuficiente”
Sin embargo, alcanzar este horizonte de neutralidad de carbono supone aplicar una serie de acciones radicales en los próximos diez años.
Por ejemplo, para reducir las emisiones un 40% en el 2030 habría que conseguir que las fuentes de generación de electricidad con bajas emisiones, como las renovables, representen el 75% de la producción (por menos de 40% en el 2019), y que más del 50% de los coches vendidos en el mundo sean eléctricos (por un 2.5%, actualmente).
“La descarbonización de la electricidad, una mayor ganancia en la eficacia energética y los cambios de hábitos van a tener un papel importante, así como la aceleración en el desarrollo de tecnologías como los electrolizadores para producir hidrógeno o los pequeños reactores [nucleares] modulares”, informa la AIE.
La Agencia insiste en que todos los actores tienen que implicarse en este esfuerzo sin precedentes: gobiernos, empresas, sector financiero y también los ciudadanos, que tendrán que empezar a tomar decisiones sobre la manera en la que viajan o calientan sus hogares.
Encargada de asesorar a los países desarrollados sobre su política energética, la AIE ha sido a menudo criticada por los defensores del medio ambiente por su excesiva cautela, su falta de ambición climática, el peso que da al gas como energía de transición o, incluso, la esperanza que deposita en tecnologías como la captura y almacenamiento de carbono.
Y este nuevo informe está lejos de contentar a algunas ONG de defensa del medio ambiente.
“El programa NZE2050 de la AIE se queda a medio camino, es una perspectiva incompleta, limitada a diez años y que sigue apostando por las energías fósiles al tiempo que cree en el desarrollo de tecnologías todavía en duda”, lamentaron las organizaciones Reclaim Finance y Oil Change International.
“Es un primer paso insuficiente porque mientras no se ponga en el centro de este tipo de informes el objetivo de limitar el calentamiento global a 1.5º, la AIE seguirá protegiendo los intereses de la industria de los combustibles fósiles y será un freno a la acción por el clima”, criticó Romain Ioualalen de Oil Change International.