Es gratificante leer algunas líneas escritas por un joven de 19 años, al reflexionar sobre la bondad o maldad de los seres humanos. Transcribo sus reflexiones porque grafican bien algo que discutimos constantemente en las instituciones educativas: la importancia de ofrecer cursos de ética a los jóvenes profesionales. Esto permite que puedan fundamentar su forma de pensar, pasando de un comportamiento ético intuitivo a un comportamiento ético razonado. Me atrevo a pensar que cambiaría en gran medida la forma de gestionar nuestras organizaciones si todos nos permitiéramos los espacios para reflexionar del modo en que este joven estudiante lo hace. Un mayor conocimiento de quiénes somos nos llevará a un comportamiento ético personal y, luego, colectivo. Actuar en base a convicciones morales resulta básico para una responsabilidad social a prueba de todo.
Este joven inicia su reflexión preguntando: “¿Existen las personas buenas y las personas malas? ¿Somos acaso como las fichas en una partida de ajedrez: cada uno en un bando contrario al otro y en constante lucha?”
Para responder esta interrogante recurre a las predisposiciones al bien y al mal por parte de los seres humanos, explicadas en la teoría kantiana.
Según esto, utiliza la metáfora de las fichas blancas del ajedrez para describir nuestras predisposiciones al bien:
“Cuando Kant habla de las predisposiciones al bien, él reconoce que hay tres aspectos a tomar en cuenta: la animalidad, la humanidad y la personalidad (de los seres humanos). En el primer caso (la animalidad), esta se caracteriza por no tener su raíz en la razón, sino más bien en lo subjetivo, lo corporal. Esta animalidad nos habla de cómo el hombre puede llegar a hacer el bien sin necesariamente proponérselo. Como ejemplo, utilizaré el acto de alimentar con la lactancia al bebé recién nacido. En este caso, la madre da de lactar a su hijo sin pensar en lo que hace, por ende, sin ser racional. Este comportamiento es instintivo, automático y el cuerpo mismo responde de esta manera. No solo es un acto bueno el alimentar a su bebé, sino que responde a instintos humanos como el de la protección al hijo, de la progenie y, por ende, de la especie.
En el segundo caso (humanidad), esta ya posee una raíz en la razón, pero esta no solo se basa en la razón y el cumplimiento del deber, sino también en la comparación con otros individuos. Hago, cumplo el deber, pero lo comparo con el cumplimiento de otros, lo que no es necesariamente aquello que se busca moralmente. Es este acto de comparación el que con mayor probabilidad puede tornarse en algo negativo que nos lleve a las propensiones del mal. Por último, el tercer caso (personalidad), esta sí posee su raíz en la razón y determina que nuestras acciones deban ser guiadas por el deber y solo por el deber. No debo robar porque simplemente no debo, no necesito otro motivo impulsor; sé que es una acción contraria al deber y por ello no debo hacerla. Cabe resaltar que es la personalidad la que nos permite respetarnos a nosotros mismos y a los demás”.
Para describir a las fichas negras del ajedrez, es decir, a nuestras predisposiciones al mal, anota:
“Para Kant existen tres predisposiciones al mal: la fragilidad, la impureza y la malignidad. En el caso de la primera (la fragilidad), hablamos del reconocimiento de la fortaleza de una máxima pero, al mismo tiempo, consideramos no poder seguirla (lo que podría ilustrarse con la frase: “el espíritu está dispuesto mas la carne es débil”). En el segundo caso (la impureza), se da efectivamente el reconocimiento, se es capaz de seguir la máxima, mas se necesitan otros motivos ajenos al deber para seguirla. En el tercer caso (malignidad), las máximas que uno sigue son perversas, malas, aunque esto no indica que no pueden estar conforme a las leyes jurídicas. Este podría ser el caso del comerciante que no cobra un precio excesivo al cliente porque quiere que este regrese y compre nuevamente. No lo hace (cobrar un precio excesivo) por creer que sería un precio injusto, sino que lo hace por una motivación egoísta”.
El joven concluye: “No somos fichas de ajedrez. Teniendo como base esta teoría, yo considero, al igual que Kant, que el hombre no puede tildarse ni de bueno ni de malo por naturaleza. No somos ni blancos ni negros. Somos una combinación y esto lo veo claramente reflejado en un personaje como Jean Valjean, de “Los Miserables”. Valjean, ex convicto y ladrón y, a la vez, un hombre amoroso, que cambia su vida después del encuentro con un obispo. Valjean no es ni una ficha blanca ni una ficha negra. Valjean es un hombre, como nosotros”.
El propio texto del estudiante creo que resalta algunos elementos centrales que mueven el comportamiento ético en las organizaciones, las cuales están integradas finalmente por personas. Los directivos deben tener claro que la actuación ética responde a la convicción del deber cumplido. Según esto, no se deja de actuar de manera responsable cuando otras empresas o instituciones no lo hacen de igual forma. Por supuesto, se procura también no actuar de manera injusta atropellando los derechos de otros y se propone tomar decisiones basados en las razones correctas, muchas veces dejando los intereses particulares de lado. Incluso, en muchas ocasiones, yendo más allá de lo que la ley exige.
El lector podrá o no estar de acuerdo y discutir estos planteamientos. Eso es bueno. Lo malo sería ni siquiera preguntarse qué convicciones guían nuestro accionar. Como bien dice el joven, esto equivaldría a convertirnos en fichas de ajedrez que se mueven al ritmo que imponen otros que tienen la partida muy bien pensada.