Redacción Gestión

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Hay buenos y malos tiempos, pero nuestro estado de ánimo cambia con más frecuencia que nuestra fortuna.Thomas Carlyle, historiador escocés

Para muchos, el estado de ánimo ejerce una clara influencia en nuestra conducta y, consecuentemente, también en nuestras decisiones económicas y financieras.

Existen por ejemplo personas que compran más cuando están tristes y otras que lo hacen cuando están contentas; además de aquellas que lo hacen con cualquiera de ambos estados de ánimo.

Diversos estudios han demostrado, desde diferentes disciplinas, que el estado de ánimo afecta el proceso por medio del cual las personas tomamos decisiones, así como otros aspectos que a su vez condicionan nuestras decisiones, tal como la percepción y aversión al riesgo.

En el estudio "Mood effects in optimal debt contracts", de Apergis y Voliotis, se trata de analizar cuál es el efecto puntual del estado de ánimo en la contratación de deuda, por la importancia que este proceso tiene en la determinación y evolución del bienestar económico de las personas.

Ahí se hace referencia a que, tratándose de administradores de recursos, por ejemplo, alguna investigación arrojó que un buen estado de ánimo orientaba a los manejadores a permanecer más abiertos a alternativas diversas de inversión durante su proceso de toma de decisiones estratégicas; mientras que un estado de ánimo negativo llevaba a conductas exageradamente cautelosas, que trataban de evitar a toda costa el error pero derivaban en un comportamiento exageradamente conservador, lo que conducía a procesos lentos e ineficientes de toma decisiones.

Otras investigaciones han probado que un estado de ánimo positivo, como el de alegría, está asociado con un proceso de decisión más rápido, mientras que estados de ánimo negativos (como los asociados con condiciones de tristeza) producen decisiones lentas y deficientes.

Sin embargo, no todo es lineal: las investigaciones también indican que en estados de ánimo negativos, si bien disminuye la velocidad de las decisiones, se produce una valoración más detallada de la información con que se cuenta para tomar la decisión; mientras que, en estados de ánimo exageradamente optimistas, disminuye el nivel de atención, provocando que se deje de analizar información relevante.

Otro efecto asociado con el estado de ánimo se refiere a cómo se incorpora la experiencia de decisiones previas a las decisiones sobre temas nuevos. Algunos estudios refieren que estados de ánimo positivos rescatan de una mejor manera las experiencias pasadas para incorporarlas en las nuevas decisiones; mientras que en estados de ánimo negativos se tiende a juzgar de la misma manera las experiencias pasadas y, consecuentemente, a disminuir su influencia en la toma de nuevas decisiones. En temas de endeudamiento, por ejemplo, estados de ánimo positivos, sin análisis, pueden llevar a endeudamiento exagerado al sobredimensionar las condiciones financieras futuras; aunque, por su lado, estados de ánimo negativos pueden evitar tomar decisiones favorables de endeudamiento que fortalezcan el patrimonio futuro, como, por ejemplo, para la adquisición de un bien inmueble.

Todos los días, de manera consiente o inconsciente, de manera explícita o implícita, tomamos decisiones financieras o asumimos conductas que influirán en nuestra vida financiera y económica futura.

Evidenciar y reconocer cómo nuestro estado de ánimo afecta la calidad y orientación de nuestras decisiones es fundamental para que de forma individual aprendamos a reconocer los patrones de emociones que inducen nuestras decisiones.

La tristeza, la felicidad, el optimismo y el pesimismo son estados inherentes a la naturaleza humana. Aprovechar y vivir con esas emociones es parte de la experiencia de vida. Pero aprender a canalizarlas para evitar decisiones inadecuadas es parte de un proceso de responsabilidad financiera personal que nos ayude a tomar el control del futuro financiero.

Diario El Economista de MéxicoRed Iberoamericana de Prensa Económica (RIPE)