Redacción Gestión

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Analizando nuestros fallos a distancia, podemos percatarnos de cómo caímos en ellos y evitar cometerlos de nuevo.

Con frecuencia escuchamos decir que se aprende más de los fracasos que de los aciertos. Si ése es el caso, un artículo recientemente publicado por Kim Iskyan es un tesoro de sabiduría, ya que Iskyan, en su función de administrador de un fondo de cobertura en Rusia, acumuló en unos cuantos días durante la crisis financiera del 2008 pérdidas superiores a los 50 millones de dólares.

Lo que resulta interesante de las reflexiones que se hacen en el artículo son las lecciones que, a la distancia, el autor extrae analizando las decisiones que tomó y que lo llevaron a ese serio descalabro financiero.

Sin precipitarse1. La primera lección es contar hasta 10. Con ello se refiere al hecho de que la mayoría de las malas decisiones financieras (y de cualquier otro índole) que tomamos las hacemos de forma apresurada, bajo alguna forma de presión, ya sea de tiempo o ante un escenario del que pretendemos librarnos.

No se requiere que —como el autor— estemos ante la expectativa de administrar varios millones de dólares. Analizando nuestras pasadas decisiones financieras erróneas encontraremos que muchas fueron apresuradas: por ejemplo, la última vez que compramos algo con la tarjeta de crédito que representó un gasto excesivo e innecesario.

2. El segundo consejo se refiere a mantener la vista en un panorama más general. Frecuentemente sobrerreaccionamos ante un evento o una noticia que puede parecer muy ruidosa pero, en realidad, es poco relevante.

Situaciones así con frecuencia nos llevan a cambiar nuestro curso de acción o nuestro plan financiero; este tipo de conducta nos lleva a tomar muchas decisiones de corto plazo, que no necesariamente están alineadas entre sí, por lo que nos impiden avanzar en términos financieros.

Este error financiero es tan frecuente, que en el entorno de elevada volatilidad financiera presente vemos incurrir en él incluso a grandes manejadores de recursos con experiencia y conocimiento técnico.

3. El tercer consejo es mantenerse abierto a la posibilidad (y necesidad) de corregir el plan cuando, efectivamente, es evidente que las tendencias han cambiado y exigen una corrección de rumbo.

Después de analizar un cambio de entorno, habiendo analizado la información y teniendo evidencia de que el entorno o nuestra condición presentan cambios fundamentales, es indispensable estar dispuesto a hacerlos, siempre manteniendo el objetivo de hacer crecer nuestro patrimonio como prioridad.

4. El cuarto consejo se refiere a la necesidad de mantener las inversiones cubiertas y diversificadas.

Para un inversionista promedio, ello implica evidentemente tratar de tener los recursos patrimoniales en instrumentos diferentes, para evitar que la afectación de uno comprometa una proporción significativa del patrimonio total.

Se refiere también a la necesidad de protegerse contra contingencias financieras significativas y, en cierto sentido, probable.

Precisamente la experiencia de la crisis del 2008 dejó la enseñanza de no cubrirse contra lo que no tiene sentido hacerlo (como una gran cadena de autoservicio que creó coberturas de tipo de cambio sin que realmente tuviera necesidad alguna de hacerlo).

No obstante, en un plano más práctico para un inversionista promedio, también es aplicable este consejo de cobertura a la necesidad de protegerse ante eventos no previstos como puede ser una enfermedad.

Todos estamos sujetos a la posibilidad de enfrentar momentos de incertidumbre y de crisis financiera personal.

Sin embargo, atendiendo estos consejos podemos disminuir la profundidad de la afectación que suframos ante esos momentos y, sobre todo, recuperarnos gradualmente para mantenernos en la ruta de alcanzar el bienestar financiero.

Diario El Economista de MéxicoRed Iberoamericana de Prensa Económica (RIPE)