Visión. Slocovich sostiene que muchas de las escenas son los resultados de sus experiencias como reportero. (Foto: Marco Ramón)
Visión. Slocovich sostiene que muchas de las escenas son los resultados de sus experiencias como reportero. (Foto: Marco Ramón)

Iván Slocovich ha sido reportero 13 años de su vida, ha vivido en Trujillo tres años, allí era director de la edición local de Correo (ahora lo es de la versión nacional que se hace desde Lima). Es periodista y autor de “El cerco blanco”, una breve novela que narra la historia de un narcotraficante señalado por el destino, cuya familia apacible es su principal fachada.

El texto se escribió durante todo el 2017. Slocovich recuerda que entró en un proceso disciplinado de escritura: horas y días inamovibles. “En el 2018, llegó la revisión, que implicó ampliar las historias de varios de los personajes”.

¿Qué tan costoso fue reflejar una persecución como la de su protagonista cuando no la ha habido?

Lo bueno de la literatura es que te permite fantasear. Sin embargo, mi personaje lo pierde todo, debe huir a Lima, refugiarse en un departamento. Yo viví una historia similar, de un momento a otro, terminé en un departamento alquilado sin saber qué iba a pasar más adelante. Tanto al personaje como a mí se nos desmoronó la vida, se acabó la seguridad y el proyecto futuro. Ese fue el símil que hice.

¿La literatura fue un exorcismo para usted?

Lo fue. Absolutamente.

Usted crea a un narcotraficante que parece una buena persona. Hay una suerte de conflicto moral… La idea es que quien lea el libro lo considere (a Roberto Iturri, su protagonista) un delincuente o una víctima de un negocio (el narcotráfico) que heredó y no pudo salirse.

¿Cómo construir un mundo de narcos?

Hay un narco de segunda generación. Ya no los ves con cadenas de oro, autos, mujeres, ahora el narco es el heredero. Muchas de las escenas graficadas en el texto me las han contado policías. La calle es muy rica para contar historias, están en la punta de la nariz.

¿Y el periodismo le dio el olfato para hallarlas?

Tengo 26 de periodista y 13 en la calle. En otra profesión hubiera sido difícil conseguir los insumos para esta novela. He cubierto la caída de ‘Vaticano’, de los López Paredes, he estado en Uchiza, en Tocache y he escuchado muchísimas historias sin saber que me iban a servir de insumo para escribir. Cuando uno está en la calle, ve a un delincuente detenido sin saber qué hay detrás. La literatura permite armar una historia que lo acompañe.

¿Hay un mensaje de hipocresía social instalada en toda la narración, en el papel de los personajes?

Está instalada. En la sociedad de Trujillo, donde se desarrolla gran parte de la historia. Hay todavía muchos espacios en que los apellidos y el abolengo tienen mucho protagonismo. Pero todo ese ritual social los personajes lo pierden. Este es un libro de desmoronamiento, de finales, de inicio de etapas en las que no sabes qué viene.

¿Cuál es la sensación de acabar una novela?

Hay un vacío muy fuerte, sentía mucha energía y fortaleza para hacer más. Sentía que me sobraba el tiempo.

¿Extrañaba a sus personajes?

Sí, porque a muchos los creé, pensé cómo serían, qué pensarían, cómo se sentirían. Había una sensación de ausencia.

Este es un libro de desmoronamiento, de finales, de inicio de etapas en las que no sabes qué viene.


Hoja de Vida

Estudios: Periodismo en la Universidad Jaime Bausate y Meza.
Otros libros: “El olor de las flores a fines de abril” y “Los
ojos de Kairel”.

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