Redacción Gestión

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El 27 de marzo, la Corte Superior de California dio a Ellen Pao la chance de poner a prueba una de las más preciadas piezas de sabiduría de Silicon Valley: que el fracaso es una fantástica oportunidad pedagógica. Pao perdió su caso por discriminación sexual contra su antiguo empleador, Kleiner Perkins Caufield & Byers, una firma de capital de riesgo.

Pero su éxito fue atraer la atención hacia el sexismo en el sector tecnológico: en el Valle casi no se ha hablado de otra cosa desde que su proceso se inició y, mientras transcurría, otros dos casos de discriminación fueron denunciados, esta vez contra Facebook y Twitter.

A Silicon Valley le gusta pensar que es la personificación de la meritocracia. Sus héroes con genios que transforman el coeficiente intelectual en dólares y más de la mitad de sus empresas fue fundada por inmigrantes. Pero ese espíritu se difumina cuando se trata de las mujeres (y de algunas minorías étnicas).

Si bien hay mujeres de alto perfil como Marissa Mayer (Yahoo), Sheryl Sandberg (Facebook) y Meg Whitman (Hewlett-Packard), cerca de la mitad de las compañías tecnológicas inscritas en bolsa tiene sus directorios enteramente masculinos, incluyendo Twitter.

La participación de empleos femeninos en el rubro de software y computación cayó de 34% en 1990 a 27% en el 2011. Y el de capital de riesgo, donde Pao intentó hacer carrera, es el más "macho" del Valle. Según un estudio de Babson College, el porcentaje de socias en empresas de dicho rubro se redujo de 10% en 1999 a 6% en el 2004.

La escasez de liderazgo femenino es, en parte, un asunto de oferta: en 1985, el 37% de títulos universitarios en computación y ciencias de la información fue otorgado a mujeres, pero el 2010 esa porción se redujo a 18%. Sin embargo, en la mayoría de áreas de educación superior, la tendencia es contraria y hoy la proporción de graduadas es de 140 por cada cien graduados, y el número de alumnas de MBA se ha quintuplicado desde la década de 1970.

Esto sugiere otra explicación de la escasez: cultura. Los críticos afirman que es un club dominado por hombres y moldeado por los rituales de camaradería masculina, aunque más parece una mezcla de las fraternidades universitarias con los clubes de los genios informáticos. El jurado en el caso de Pao no se conmovió con su testimonio de que, entre otros "pequeños maltratos", ninguna mujer fue invitada a un almuerzo con Al Gore.

Algunas figuras comenzaron a hacer esfuerzos para resolver el problema del sexismo en el Valle antes de que Pao presentara su demanda. Satya Nadella (Microsoft), Mark Zuckerberg (Facebook) y Brian Krzanich (Intel) se comprometieron públicamente a promover la diversidad y nombraron responsables para esa tarea en sus compañías. Facebook está reformando sus sistemas de reclutamiento e Intel proyecta que para el 2020 "representará la diversidad del talento disponible en el país".

Lo que ha hecho el caso de Pao es añadir urgencia al problema. Las compañías de Silicon Valley están reclutando asesores de recursos humanos para asegurarse de que no afrontarán causas judiciales. Por su parte, Kleiner Perkins reconoció, luego de escuchar el veredicto, que "la diversidad de género en el trabajo es un asunto importante". Pero la pregunta no es si el Valle asumirá el problema sino qué tan bien lo hará.

El más grande riesgo es que las figuras principales del sector se contenten con encargar la solución del problema a un grupo de "consultores sobre diversidad". Sin importar lo brillantes que estos profesionales son en identificar los sesgos de discriminación inconsciente y producir esquemas de cuotas, podrían poseer un escaso entendimiento de las virtudes que convirtieron al Valle, con todos sus defectos, en el más grande centro de creación de riqueza del mundo.

Así, existe el peligro de que si el trabajo se deja enteramente en manos de profesionales externos, estos terminarán diseñando sistemas burocráticos orientados en los aspectos medibles que suprimirán la creatividad que caracteriza a esas empresas, o en una reforma de las relaciones públicas que no haga mucho a favor de las mujeres.

Los directorios en muchos otros sectores han comprendido el fuerte argumento de que en los negocios se tiene que otorgar las mismas oportunidades a las mujeres. Lo que hace que este problema sea tan espinoso en el Valle –y que necesita toda la atención de los líderes del sector– es que las relaciones en el rubro del capital de riesgo y de las startups tecnológicas que respaldan, a menudo funcionan mejor cuando son manejadas por un grupo pequeño y cerrado de socios.

En estos momentos, la mayoría de tales círculos son exclusivamente masculinos y, tal como Pao parece haber descubierto, sin importar el veredicto de su caso, es difícil para una mujer penetrar en ellos. Y es mucho más arduo incluir a la primera en tal grupo que a la segunda, tercera o cuarta.

La cultura infundida de testosterona de Silicon Valley necesita cambiar a fin de que pueda abordar este asunto, pero sin perder el espíritu de equipo que parece ser la esencia de su éxito. Y ese cambio tiene que venir desde dentro, pues lo que allí sobra es inteligencia. Existe una guerra por talento entre las empresas tecnológicas y sería tonto pasar por alto a la mitad de ese potencial.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez© The Economist Newspaper Ltd,London, 2015

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