(Bloomberg).- Los aeropuertos de Estados Unidos son los lugares donde largas colas, multitudes y la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA) se combinan para hacer la vida miserable. Pero una vez superados los detectores de metales, los rastreadores de explosivos y los cacheos, de pronto todo se transforma en boutiques, bares y restaurantes.

¿Por qué no gimnasios, también?

La terminal de aeropuerto es desde hace tiempo una propiedad inmobiliaria comercial lucrativa, gracias a un público cautivo. Para aquellos que tienen horas de espera, no hay mucho que hacer, excepto comprar, beber y comer. De ahí que dos estudiantes de posgrado de la carrera de negocios en la Universidad de Oregón comenzaran a preguntarse si acaso no podría prosperar en ese entorno un gimnasio de aeropuerto.

Después de investigar los sectores de aeropuertos y de gimnasios, Cynthia Sandall y Ty Manegold llegaron a la conclusión de que el único obstáculo es principalmente el costo, no que los viajeros aéreos lo consideren ridículo. Así nació un modelo de negocio.

Su nombre es Roam Fitness, que abrió su primer establecimiento de aeropuerto en enero en Baltimore Washington International, con la meta de sumar otros dos aeropuertos este año.

Ahora bien, para que un gimnasio de terminal sea remotamente viable, a la mayoría de los potenciales clientes se les debe proveer ropa de entrenamiento y el tiempo suficiente para que no se estresen por el temor de perder un vuelo, dijeron los fundadores de Roam.

Un pase por el día de US$ 25 incluye alquiler de ropa y calzado, una ducha, y si usted trae su propio equipo de entrenamiento, sellado al vacío para que no apeste en la cabina.

Si bien los masajes, el spa y los espacios de yoga se han convertido en servicios básicos de aeropuerto, el gimnasio con servicio completo tiene una historia muy limitada. Hace cinco años, el Aeropuerto Internacional de San Francisco fue pionero con un espacio de yoga, que resultó ser popular, y luego siguieron otros aeropuertos como Chicago-O'Hare, Dallas-Fort Worth y Burlington, Vermont.

"Ya se intentó anteriormente, pero nuestras mentes no lo elaboraron bien", dijo en una entrevista Manegold, que hace las veces de presidente de Roam. "Muchos copiaron directamente la versión citadina de un gimnasio. Y realmente no se puede trasladar dados los aspectos económicos que involucra".

Por aspectos económicos, Manegold se refiere a los costos singulares asociados a esta iniciativa empresarial. Hay una fuerte erogación en equipos e instalaciones, que incluye prendas de vestir, lavandería y accesorios de duchas, además de los distintos gastos más altos relacionados con el funcionamiento en un entorno sumamente regulado, que son aproximadamente cinco veces mayores que los de un centro comercial, por ejemplo, dijo Mangold.

"El costo de construcción en un aeropuerto es astronómico, en comparación con uno citadino", dijo Sandall, quien también es directora de marketing. Los dos socios de la empresa con sede en Eugene, Oregón consiguieron, no obstante, recaudar alrededor de US$ 15 millones, principalmente de amigos y familiares, antes de abrir el primer local.

Como empresa comercial, el gimnasio de aeropuerto tiene algunos requisitos básicos, según Roam. En primer lugar, necesita un número suficiente de viajeros de negocios en las principales terminales --pasarelas que atiendan al menos 1 millón de pasajeros al año.

El énfasis está puesto más en los viajeros por trabajo que por placer, dado que estos últimos tienden a ser más propensos a la gratificación que a las series de sentadillas.

En segundo lugar, el gimnasio debe estar situado más allá de los puntos de control de la Administración de Seguridad del Transporte, ya que pasar el chequeo es la prioridad número uno de un viajero. El atractivo de los productos o servicios posteriores es decididamente secundario.

Y, en tercer lugar, el propietario del aeropuerto debe pensar que el gimnasio es parte de un todo más grande, que ayuda a calmar a los viajeros agobiados e incrementa el gasto en otros lugares de la terminal. Esto se debe a que, en ingresos por metro cuadrado, un gimnasio de aeropuerto nunca competirá con un restaurante para sentarse, dijo Sandall. Y ese es, probablemente, el mayor problema del concepto.