Redacción Gestión

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Es rutinario que los peces gordos y las altas bonificaciones aviven el enojo popular, pero ahora los indignados son los accionistas. El 14 de abril, los de BP (antes British Petroleum) manifestaron su desacuerdo con un aumento para el CEO, Bob Dudley, furiosos porque el año pasado ya había percibido un 20% extra pese a que la multinacional registró la mayor pérdida operativa de su historia.

El mismo día, los accionistas de la fabricante de equipo médico Smith & Nephew criticaron que se efectúen pagos adicionales, pues no se habían alcanzado las metas fijadas en su política de remuneraciones. Esta compañía forma parte del índice FTSE 100 (Bolsa de Londres). Las firmas que asesoran a accionistas han realizado muchas más recomendaciones que el año pasado para votar contra esas políticas en empresas que conforman dicho índice.

Entre ellas figura Anglo American, cuyo CEO se embolsó una bonificación de US$ 1.5 millones, a pesar que la compañía perdió US$ 5,600 millones el año pasado. En tanto, el directorio de Volkswagen ha indicado que reducirá significativamente las bonificaciones, debido al escándalo de las emisiones (que ha afectado seriamente su negocio).

Estos brotes de descontento son llamativos. En primer lugar, porque rara vez ocurren discrepancias públicas entre inversionistas y directorios. De hecho, todo parecía ir bien: la reforma financiera de Estados Unidos (dictada el 2010), otorga a los accionistas la capacidad para votar sobre las remuneraciones de los ejecutivos; pero el año pasado menos del 1% de las compañías del índice S&P 500 perdió esa votación y la mitad obtuvo la aprobación del 95% de sus accionistas. En Reino Unido ocurrió lo mismo: solo una empresa del FTSE 100 perdió tal votación.En segundo lugar, las estructuras remunerativas han modificado la forma de pensar de los accionistas. La crisis financiera mostró cómo los gerentes podían ganar millones mientras los accionistas pagaban los platos rotos, además que el enojo público en torno a la inequidad ha hecho que los directorios sean más conscientes de la mala publicidad que generan los pagos astronómicos.

Las empresas afirman que han forjado un vínculo más estrecho entre los honorarios de los CEO y el desempeño corporativo. Y hay algo de cierto: según la investigadora Equilar, el porcentaje de empresas del S&P 500 que atan los pagos al desempeño ha pasado de 63% a 83% desde el 2011.

¿Qué explica entonces el actual minimotín? No es que los inversionistas hayan experimentado una suerte de epifanía sobre las maldades de los excesivos sueldos ejecutivos. Si bien dichos montos pueden ser enormes a los ojos de la gente, son insignificantes en términos corporativos y no son una prioridad clave para los accionistas cuando las cosas van bien.

Pero cuando los inversionistas sufren y los ejecutivos no, la actitud cambian. Por ejemplo, el 86% de las recomendaciones que emitió la consultora Institutional Shareholder Services para votar "no" en políticas remunerativas, reflejaron su preocupación sobre las desconexiones existentes entre los honorarios y los resultados.

án haciendo que las compensaciones dependan cada vez más del desempeño, pero estas desconexiones todavía existen. Un factor que lo explica es la complejidad, de modo que ya es digno de una bonificación el zambullirse en las páginas de densos textos que explican las variedades de premios para diferentes logros, ya sean los precios de las acciones, aspectos operativos o indicadores financieros.

En el papel, se ve muy bien, pero los resultados pueden ser perversos. Es que fijar metas detalladas podría distorsionar el funcionamiento. La política remunerativa de la farmacéutica Valeant, solía ser aplaudida por su énfasis en el desempeño, pero hoy muchos estiman que la meta de 15% de aumento anual en el precio de su acción contribuyó con el surgimiento de los problemas que ahora enfrenta.

Comparar el desempeño de una empresa con otras de su sector es algo lógico. De otro modo, los ejecutivos podrían ser recompensados o perjudicados por eventos que están fuera de su control como un mercado de valores impulsados por la flexibilización de la política monetaria o una caída del precio del petróleo.

Pero obtener resultados más malos que la peor empresa del sector, que fue el logro de BP el 2015, es una rara definición de éxito y, ciertamente, no es la forma de alinear los intereses de los gerentes con los de los accionistas. A la vista de esta clase de anomalías, están surgiendo algunos pensamientos heréticos.

Un artículo de la revista Harvard Business Review publicado a inicios de año proporciona argumentos para eliminar los pagos variables y remunerar a los CEO con un sueldo fijo. Los accionistas no se decidirán por eso, pero es necesario simplificar los premios basados en resultados: una opción es entregar a los ejecutivos acciones de la empresa sin fijarles metas pero restringiendo su capacidad de venderlas. Ello aseguraría que los honorarios están ligados a un buen desempeño a largo plazo.

El brote de rebeldía observado este mes podría verse como una pugna entre directorios que no perciben la realidad y accionistas agraviados, pero estos últimos han jugado un rol en la creación de la situación a la que ahora se oponen.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez© The Economist Newspaper Ltd, London, 2016