Bronwyn Russell se pone su mascarilla higiénica cada vez que sale de su casa en Illinois, aunque por supuesto ni se le ocurre ir algún restaurante o teatro o montarse en un avión.
En Virginia, Oliver Midgette rara vez se pone la mascarilla, nunca piensa en el COVID-19 y despreocupadamente va a restaurantes y teatros.
Ella está vacunada, él no.
En un indicio de la enorme diferencia en los puntos de vista sobre la pandemia que hay en Estados Unidos, los adultos de edad avanzada están más preocupados y tienden a tomar más medidas de precaución que los no vacunados, de acuerdo con un sondeo difundido por The Associated Press y el Centro NORC para el Estudio de Asuntos Públicos.
Mientras muchos no vacunados están volviendo a viajar, a reunirse en grupos, y a regresar a gimnasios y templos, los vacunados se quedan en sus casas.
“Estoy preocupada, no me quiero enfermar”, dice Russell, una residente de Des Plaines, Illinois, de 58 años de edad y quien está buscando empleo mientras subsiste con subsidios por discapacidad.
“Esa gente que está volviendo a sus vidas normales está viviendo en una burbuja, son unos egoístas que se niegan a creer en los datos científicos”, añadió.
A medida que la contagiosa variante delta provoca un aumento de los casos, la encuesta revela que entre los mayores de 50 años de edad, el 36% está muy preocupado de que ellos o algún familiar contraerán el virus, casi el doble de lo que era en junio.
Los más propensos a estar inquietos son los vacunados. Entre el sector de la población que dice no estar nada preocupado, sólo el 25% está vacunado y el 61% no está vacunado.
La preocupación generalizada está teniendo consecuencias sanitarias: Los preocupados dicen tener una peor calidad de vida, peor salud mental y física y menos actividades y relaciones sociales.
La dicotomía es a la vez sorprendente y lógica: Si bien los no vacunados están más susceptibles a contraer el virus, el hecho de que se han negado a vacunarse revela que consideran exagerada la amenaza.
Midgette, de 73 años, hoy jubilado pero antes vendedor de productos electrónicos en Norfolk, Virginia, dice que el gobierno está exagerando la amenaza a la salud pública.
Dice que “la vida ha vuelto a la normalidad” y que lo único que no ha podido hacer es irse en paseo de crucero con su esposa porque los cruceros exigen constancia de vacunación.
“Yo crecí en otra época, me ensuciaba en el suelo, tomaba agua de la manguera, jugaba en la calle. No me voy a enjaular en mi casa ahora”, expresó Midgette.
Unas dos terceras partes de la población mayor de 50 años dice que no se siente aislada casi nunca, pero entre los que admiten estar preocupados por COVID, aproximadamente la mitad dice que al menos a veces se siente aislada.
Kathy Paiva, quien fue bartender en Palm Coast, Florida, dice que le entristece quedarse tanto tiempo en casa. “Hoy en día mi vida está más limitada que nunca”, declara Paiva, de 70 años.
“Me da miedo salir de la casa. Claro que me encantaría ir a un restaurante, pero no voy a poner la vida de otros ni mucho menos la mía”, añadió.
Su hijo murió en enero de un ataque cardíaco. En julio ella y su hermana de 67 años se enfermaron de COVID-19. Paiva, que estaba vacunada, sobrevivió. Su hermana, que no lo estaba, falleció.
Aproximadamente una cuarta parte de los adultos mayores, entre ellos una tercera parte de los más preocupados por COVID-19, dicen que sus vidas sociales han empeorado en el año pasado.
Según el sondeo, los adultos mayores vacunados tienden a evitar las concentraciones de personas, están casi siempre con la mascarilla y no se montan en un avión. Comparado con las respuestas en junio, los vacunados son más propensos a decir que no irán a bares ni restaurantes en los próximos días.
El doctor Irwin Redlener, experto en políticas de salud pública y director de Centro Nacional para la Prevención de Desastres en la Universidad de Columbia, explica que los no vacunados tienden a tenerle menos miedo al virus debido “a su desprecio hacia la ciencia”.
“Los vacunados saben de la realidad científica del riesgo. Han leído los reportes de casos nuevos, de variantes y mutaciones, de gente que tiene el virus a pesar de estar vacunada”, expresó Redlener.
Ello provoca ansiedad entre los vacunados, aunada a la falta de confianza en los expertos y las autoridades especialmente ahora con el tema de las vacunas de refuerzo, indicó Redlener.
Lee Sharp, un especialista tecnológico de 54 años de edad en Houston que tuvo COVID-19 el año pasado, inicialmente pensó en ponerse la vacuna tan pronto esté disponible, pero la manera en que el gobierno ha impulsado la campaña de vacunación lo dejó molesto y ahora se resiste a inocularse.
“A medida que pasa el tiempo confío menos y menos en el gobierno. Primero dicen que las máscaras no sirven, luego dicen que sí, que hay que ponerse la máscara. Luego dicen que dos máscaras, luego que cuatro máscaras. Luego dicen que hay que usar máscaras desechables, luego dicen que máscaras de tela. ¿Qué demonios le pasa a esta gente?”, expresa Sharp.
Linda Wells, ahora jubilada pero antes administradora de una escuela en San Francisco, se siente frustrada por la pandemia. Está vacunada e incluso recibió una vacuna de refuerzo, pero debido que toma cierto medicamento para su artritis, sus médicos no saben si realmente está protegida.
Wells, de 61 años, el encantaría ir a la piscina a nadar o viajar a Los Ángeles para ir al teatro, o visitar a sus sobrinas en Arizona, o ir a un restaurante o ir de compras. Pero no hace nada de eso, por temor a la enfermedad.
“Dependo de la conducta de otros. Yo he hecho todo lo correcto: me puse la vacuna, me pongo la máscara en todas partes. Es ridículo que haya tanta gente egoísta que se niega a tomar las medidas necesarias”, dice Wells.
La encuesta AP-NORC abarcó 1,015 personas mayores de 50 años adultos y se realizó entre el 20 y el 23 de agosto usando una muestra Foresight 50+ Panel, desarrollada por NORC en la Universidad de Chicago. Tiene un margen de error de más o menos 4.1 puntos porcentuales.