Brillan las estrellas y el público aplaude en la entrega de medallas sin caer en cuenta de las manos que, lejos de los focos, ayudan a esculpir el triunfo en los Juegos Panamericanos de Lima 2019.

Patrick, mucho más que un ‘fisio’

Sentando sobre un escalón, el rostro sumergido en las manos, lloraba compulsivamente. La agónica derrota en la final de básquetbol 3X3 era una despedida cruel para Puerto Rico.

Recibió una tímida caricia en el hombro, pero Patricio Chutney, 'Patrick' para el grueso de la delegación boricua, tardó en incorporarse e ingresar al camerino, desconsolado, con la cara enrojecida a viva lágrima.

Patrick no es base, ni alero, ni pívot. Patrick no juega al básquetbol. Luce el mono rojo del equipo, sí...pero en calidad de preparador físico del Comité Olímpico.

En realidad Patrick, de 53 años y 25 de servicio, ejerce de fisioterapeuta, psicólogo, entrenador, gurú espiritual y autoproclamado refranero.

"El sol de hoy no seca la ropa de mañana", suelta, superado ya el disgusto y tras fotografiarse con los que llama "mis muchachos".

También pueden ser amigos, pero sin equívocos. "El trabajo es trabajo y la amistad, amistad", advierte nuestro protagonista, cuyo rol se ciñe a trabajar la recuperación, aunque en varias disciplinas.

"Estoy solo para todo y me clono como puedo: me levanto a las siete y termino a medianoche. Ayer empecé en sóftbol femenino, luego 3X3, gimnasia, voleibol, básquetbol, ciclismo...donde me manden", explica este declarado autodidacta, que cuando no anda multiplicándose en torneos acude a conferencias.

"Es bien desprendido, se preocupa mucho por los atletas y se desvive por el deporte. Es esa chispa que nos mueve y nos levanta cuando estamos caídos. Además de ser un buen preparador, es un gran motivador. Tiene un valor añadido incalculable", explica el federativo Roberto Collazo.

Patrick siempre acarrea la maleta más grande. "En mi bulto no pueden faltar las pelotas medicinales, bandas, conos y escaleritas. Le llaman 'Wilson' como la pelota de la película Náufrago, y me hacen broma: '¡A ver si se pierde'!", ríe.

Y recuerda que en los pasados Centroamericanos se sacó una foto desde el jardín central del béisbol "como un novatito", por un instante iluminado por el brillo de los focos.

Fabricio, 45 segundos en la esquina

Tiene 45 segundos para contener la sangre y calmar la furia que ofusca al guerrero. Llegó el momento de la acción para el argentino Fabricio Nieva.

"Nuestro trabajo es fundamental: atender al boxeador, prestar atención a todas sus necesidades", comenta Nieva, entrenador y 'cutman' -el hombre que atiende los cortes- de Leonela Sánchez, la primera argentina campeona en el boxeo panamericano.

Nieva nació hace 45 años en Córdoba, Argentina, pero su familia huyó de la dictadura militar (1976-1983), por lo que creció en Suecia. Volvió a casa, ya adulto, para boxear. Representó a Argentina en los Olímpicos de Atlanta 1996.

La mayoría de las heridas, cuenta, no se producen por puñetazos, sino por cabezazos. Cuando la sangre mana, Fabricio limpia la herida con una gasa y le aplica vaselina y una solución de epinefrina, químico que incluye una mínima dosis de adrenalina para contraer los vasos sanguíneos. Son "secretos" de esquineros.

No hay margen de error. El juez puede suspender el combate si no hace bien su trabajo y la herida se abre. Una nariz rota también requiere también una respuesta veloz: presión con hisótopos. En el caso de Leonela, por fortuna, ayuda el casco protector que ya no usan los varones desde el 2016.

La labor de Fabricio trasciende por mucho los curetajes: "Tenemos que levantar el espíritu en los malos momentos". Debe saber qué decir segundos para que su protegido recupere el equilibrio mental. Construir un campeón es mucho más que enseñarle a soltar puños.

José, custodio de la caballeriza

El cielo gris lo opaca todo en Lima. Pero el pelaje oscuro de DiCaprio exalta cuando entra a la pista con su jinete.

Vestido de jogging y campera de algodón, José Antonio observa el dressage desde la tribuna. "Hoy estoy tranquilo porque está 'otimo', de buen humor y concentrado", dice el hombre que se ha ocupado de DiCaprio por una década.

Ágil a sus 17 años, el potro encadena galopes, cambios de mano y serpentinas en una coreografía elegante. José aplaude y se apura a volver tras bambalinas.

El día empezó temprano para el caballo de raza oldenburg y su groom, cuidador o petisero, según el país. Tras servirle una ración de alfalfa seguida por un balanceado, José le trenzó la crin, decoró la frente con una testera de cuero con cristales Swarovski y lo ensilló.

"Algunos piensan que a un caballo se le da cariño con terrones de azúcar, pero no es verdad". DiCaprio "ama" que le acaricien el cuello. "Aquí", explica, moviendo la mano detrás de la mejilla.

El caballo persigue sus zanahorias, que guían sus estiramientos de arriba abajo y de derecha a izquierda.

"Siempre hay que acercarse con la mano baja, para que pueda verte y no se asuste". Antonio lo aprendió en las 12 horas diarias que pasa con su compañero de equipo.

El primer día de competencia en Lima, el jinete guio a DiCaprio al bronce en la prueba de adiestramiento. “Cuando sale me pongo en su piel y siento que estoy compitiendo con él”, dice el cuidador, que nunca vistió saco de cola ni botas altas.