Por César Antúnez de Mayolo
Profesor de Pacífico Business School
Usted está empezando una reunión de un proyecto importante programando actividades. Al estimar plazos y objetivos, dos personas del equipo sostienen que es muy probable que se incumpla lo anhelado, ya sea porque todo demoraría más de lo previsto, se darían hechos inesperados o la competencia sería más rápida al reaccionar.
Dichos comentarios se basan no solo en experiencias pasadas, sino también en el pesimismo de estos colaboradores; y generan serias dudas sobre el éxito del proyecto, que desmotivan a muchos.
¿Por qué el pesimismo y la negatividad pesan tanto en ciertos emprendimientos directivos? ¿Qué tanto pesan las experiencias pasadas en nuestra previsión del futuro? ¿Por qué tendemos a recordar mucho más los sucesos negativos de nuestra vida en contraste de los positivos? ¿Cómo podemos lograr que los colaboradores pesimistas no desalienten a los optimistas? ¿O deberíamos de rodearnos solo de gente optimista?
Lo bueno y lo malo
Lo bueno y agradable, así como lo malo y lo feo, es entendido e identificado por cualquier persona con mínima capacidad lingüística -como niños pequeños- e inclusive por ciertos animales.
Por bueno entendemos lo deseable, beneficioso o placentero, ya sea a nivel de sensaciones o consecuencias; mientras que por malo entendemos lo contrario, que es lo indeseable, dañino o doloroso.
El sesgo de lo negativo
Una pérdida monetaria es más dolorosa que una ganancia equivalente en magnitud.
Una única pésima recomendación sobre un restaurante que encontremos en redes sociales borra la impresión que nos pueden causar muchas buenas recomendaciones y una frase ofensiva de nuestra pareja en medio de una acalorada discusión nos puede hacer olvidar decenas de instantes memorables a su lado.
Las malas experiencias nos producen efectos más prolongados, multifacéticos y duraderos en contraste con las buenas, por lo que una impresión desafortunada suele dejar de lado una buena.
¿Optimismo vs. pesimismo?
El optimismo y el pesimismo tienen que ver con nuestras expectativas sobre futuros sucesos, lo que se relaciona con nuestra motivación.
Al esperar los optimistas buenos acontecimientos, serán más propensos a experimentar una mezcla de sentimientos positivos. Y al esperar los pesimistas malos acontecimientos, será más probable que experimenten sentimientos negativos, como ansiedad, tristeza y desesperación.
Diversos estudios concluyen que el optimismo está relacionado a una buena salud, como es el caso de menor riesgo de mortandad en pacientes con cáncer, recuperaciones más rápidas tras operaciones al corazón y mejores niveles de salud en hombres en riesgo de Sida y mujeres embarazadas.
El poder de lo malo
En su reciente libro “The Power of Bad”, el sicólogo social Roy Baumeister estudia el efecto de los acontecimientos negativos en nuestras vidas, sosteniendo que el sesgo de lo negativo nos brinda una visión retorcida del mundo y nos causa muchísimo estrés.
Esto se debe a que nos concentramos solo en lo que está yendo mal y asumimos que esas cosas seguirán yendo mal, desesperándonos y perdiendo la esperanza.
El sesgo de lo negativo en nuestro cerebro es producto de nuestra evolución, pues mantuvo alerta al hombre cavernícola y nómade ante peligros fatales; sin embargo, distorsiona nuestra visión de la realidad, como sucede con las malas noticias que leemos continuamente en redes sociales.