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| Muy lejos en las montañas nevadas, a kilómetros de cualquier carretera, todavía es posible darse un gusto.

Piense en el Tucker Sno-Cat. Cuenta con cuatro orugas, aparentemente diseñadas para un tanque, que sin embargo parecen flotar sobre la nieve en polvo que se extiende a gran profundidad. La cabina está pintada de un naranja industrial que contrasta como dibujo animado contra el paisaje de algodón.

Un Tucker, como todo gran vehículo, es un cruce entre una máquina seria -diseñada para trabajar- y el juguete de un niño. Es difícil mirar uno y no sentir la necesidad de subirse, encender la calefacción y conducir a algún lugar o, mejor dicho, a ningún lugar en particular.

Mark Abma, esquiador profesional que vive en Columbia Británica, sabe bien que se siente. Durante años lo experimentó cada vez que pasaba por el taller de soldadura de su amigo y miraba el viejo Tucker que se oxidaba en el patio trasero.

Abma viaja la mayor parte del año y es una de las pocas personas a las que se les paga para andar en helicóptero en busca de nieve polvo fresca, sin embargo, pasó la mayor parte del invierno pasado resucitando el durmiente vehículo de nieve. "Me he preguntado durante 10 años qué se necesitaría para que funcione", dice. "Finalmente decidimos intentarlo".

Con la ayuda de varios voluntarios no remunerados, Abma pasó cinco meses, casi 800 horas hombre, renovando la máquina de 48 años. Ahora, cuando no está volando a una remota columna de nieve en Alaska, Abma prende su Tucker, conduce por un barranco cubierto de nieve y pasa sus días caminando hacia arriba y esquiando de vuelta al vehículo de nieve.

Tiene una tienda de acampar atornillada al techo para que pueda pasar la noche y ocho sogas de remolque instaladas, para que sus amigos puedan ser arrastrados como una surrealista tropa de esquiadores de agua invernales, aunque el vehículo de 1969 alcanza un máximo de 5 mph (8kph).

"Es una especie de campamento base móvil", dice. "Definitivamente no se trata de intentar llegar rápido a ningún lado".

Resulta que Abma no está solo en su pasión. La demanda de Tucker Sno-Cats, tanto nuevos como usados, está aumentando gracias a terratenientes adinerados, coleccionistas de clásicos y “tuercas” amantes de la nieve. En el mundo del transporte, este es uno de los mercados de nicho más fascinantes en este momento.

Fabricar el Sno-Cat
Tucker está celebrando su aniversario número 75 produciendo máquinas de nieve desde su sede central en Medford, Oregón. La firma es más reconocida por haber equipado el primer cruce terrestre de la Antártida en 1957. Cuatro de sus máquinas hicieron el viaje bajo el mando de Vivian Fuchs, navegando a través de un frío brutal y varias situaciones inciertas.

Con el paso de los años, los rivales de Tucker o bien dejaron de operar o evolucionaron lentamente sus vehículos para adaptarlos a centros de esquí que necesitaban trazar acres de pistas. Las orugas se hicieron más anchas y pesadas. Tucker, sin embargo, no siguió ese camino: se limitó a fabricar máquinas con cuatro orugas más angostas que se articulan para conducir de forma independiente, posándose sobre la nieve como un animal ágil. (De ahí el apodo de "cat" o gato).

En la mayoría de sus máquinas, incluida la de Abma, las orugas circundan pontones huecos de acero o fibra de vidrio, de modo que las plataformas flotan en la nieve polvo como un bote en un lago. Así, los Tucker son los más adecuados para viajar sobre la nieve, en lugar de apisonarla, lo que ha terminado siendo una protección útil contra el calentamiento global y las recesiones económicas que azotan a la industria mundial del esquí.

En la actualidad, la compañía produce de 50 a 100 máquinas al año y está dirigida por Marilee Tucker Sullivan, nieta del fundador E.M. Tucker. "Somos una empresa de nicho y nos ha funcionado bastante bien ", dice Sullivan.

Nueva base de clientes
Los mejores clientes de Tucker incluyen al Ejército de Estados Unidos, equipos de perforación petrolera en Alaska y Dakota del Norte, y empresas de electricidad que necesitan reparar líneas eléctricas azotadas por la nieve. 

Este año, Tucker obtuvo casi US$ 600,000 en contratos gubernamentales, incluida una orden para reparar siete de sus máquinas en el Centro de Montaña de Entrenamiento de Guerra del Cuerpo Marina de EE.UU. en Sierra Nevada, California.

Sin embargo, el grupo de clientes de más rápido crecimiento es el de terratenientes privados que desean ir a sus refugios de montaña con estilo. Las motos de nieve, después de todo, son frías y relativamente malas para escuchar música clásica. "Es un gran mercado para nosotros y definitivamente hemos notado un aumento este año", dice John Meilicke, director de ventas de la compañía.

"Desde allí, les digo a mis clientes, el cielo es el límite", dice Meilicke. Hace unos meses, un cliente con una finca cerca del lago Tahoe de California ordenó un Tucker en rojo Ferrari. Meilicke estuvo feliz de cambiar el característico naranja de la compañía, previo pago.

Escasez de máquinas antiguas
Se puede decir que la ganancia está en las máquinas más antiguas, que son más asequibles y se aprecian rápidamente. La compañía a menudo fabricaba máquinas según especificaciones personalizadas y mantenía registros deficientes, por lo que no hay forma de saber cuántas Tuckers antiguas se están oxidando en graneros y sitios llenos de pastizales. La cantidad, sin embargo, es baja; Meilicke calcula un par de miles, como máximo.

Jesse Cook, quien dirige una tienda de automóviles cerca de Portland, Oregon, posee 10 de ellos en varios estados de resurrección. Cook tiene mucha práctica arreglando y restaurando autos, pero no puede convencer de vender uno de sus Tucker. "Definitivamente es una enfermedad", dice. "Se dice que si estás en el mundo Tucker: ’has estado bebiendo demasiado Kool-Aid naranjo’".

Cook usa todas sus máquinas, remolcándolas hasta carreteras forestales alrededor de Mount Hood y adentrándose en tierras vírgenes. "Es como una mezcla de todo lo que amo junto", explica. "Me encanta la construcción, la restauración y me encanta el invierno"."No sé dónde encontraría uno", dice Cook. "Y si lo supiera, no se lo diría, porque iría a comprármelo".

Mercado de coleccionistas
La escasez, en parte, ha impulsado la demanda. Cook dice que los valores de los Tucker Sno-Cats antiguos se han triplicado en los últimos cinco años, con precios que oscilan entre los US$ 10,000 por un montón de óxido congelado a más de US$ 100,000 por una plataforma completamente restaurada. Los modelos más codiciados incluyen las máquinas llamadas "rock ’n’ roll" que cruzaron la Antártida.

Tucker también está aprovechando su historia. Hace tres años, la compañía comenzó un servicio de reventa y restauración de máquinas antiguas. Encabezada por Jeff McNeil, el bisnieto del fundador, se ha convertido en una de las líneas de negocios más rentables de la compañía.

Mientras tanto, dos coleccionistas secretos han acaparado el mercado. La fraternidad Tucker no divulgará sus nombres, pero sospecha que los hombres han acumulado más de 200 Tuckers antiguos.

"Son más valiosos para ellos que los autos", dice McNeil. "Son fanáticos".

Restaurar un Tucker es más fácil de lo que uno podría pensar. Los motores se obtuvieron de varios lugares a lo largo de años, pero Tucker prefirió el de seis cilindros de cabeza plana de Chrysler, que todavía es fácil de encontrar. Los Tucker más grandes estaban atornillados a motores hemis grandes de ocho cilindros de Dodge, otro motor producido en masa.

Las cabinas eran igualmente simples, unidades de aluminio que se asemejan al fuselaje de un bombardero de la Segunda Guerra Mundial. Los aspirantes a compradores, sin embargo, deberían mirar cuidadosamente las orugas y los pontones. La fibra de vidrio tiende a agrietarse y reemplazar un juego completo de rodillos puede costar US$ 12,000.

"Son los Cadillacs de la industria", dice McNeil. "Pero todavía hay que tener en cuenta que básicamente son tractores".

Cuando McNeil no trabaja en la tienda, pasa gran parte de su tiempo en Google Earth, cazando grabaciones satelitales de vehículos fabricados por sus antepasados hace décadas. "A veces puedes verlos en patios, abandonados", dice. "Entonces simplemente comienzas a llamar a la gente para ver si están interesados en venderlos".