Era 1976, bajo la sombra del Gobierno militar, cuando Juan José Marthans estaba indeciso entre convertirse en administrador o economista. “Era evidente la necesidad de corregir problemas de inflación, deuda externa, brecha fiscal, etcétera. Las lecturas que tenía, propias de buscar una transición democrática, me convencieron de que la economía era mi tema”, cuenta.
¿Cómo el tiempo recompensó haber tomado esa decisión?
Años después, hice buena amistad con Manuel Moreyra, quien presentó el primer libro que escribí. Luego, en mi condición de superintendente de Banca y Seguros, trabajé con Javier Silva Ruete. Es decir, conocí y trabajé con gente que admiraba en mi juventud. Gran suerte.
¿Recuerda cuál fue su primer trabajo?
Además de ser un joven jefe de práctica en Política Monetaria, paralelamente trabajé en el Centro de Investigaciones de la Universidad de Lima. Y al mismo tiempo fui funcionario del Departamento de Estudios Económicos e Inversiones de Cofide. Mi mentor fue el gran economista Reynaldo Susano.
¿Cómo todas estas personas que conoció considera que impulsaron su éxito profesional?
La gente que me conoció me dio oportunidades y confió en mí. Es algo que agradezco siempre. Sin embargo, el éxito es producto de excelentes equipos profesionales. Allí está mi secreto.
En una de las recomendaciones que veo en su LinkedIn lo describen como una persona honesta hasta el tuétano. ¿Le trajo problemas alguna vez ser tan honesto?
Más que problemas, lo que ha generado son incomprensiones y mortificación en ciertas personas o grupos. No me arrepiento. Mi carácter, que en ocasiones dicen que es duro, no va con malas prácticas.
¿Qué es lo que le satisface haber logrado con ello?
Contra viento y marea, hicimos que las cajas municipales por primera vez en la historia entren al mercado limeño. Exigimos también prácticas que como respuesta tuvieron cierta mortificación. Pero buenos resultados y hoy están casi generalizadas a nivel internacional.
¿Cuáles son sus hobbies?
Mis pasatiempos están vinculados a la música. Mi madre y mi padre escuchaban música clásica. Sin imponérmela, me hicieron identificarme con ella. Luego estudié piano.
¿Cómo le fue?
La verdad que no muy bien. Hoy me encanta disfrutar la música en todas sus formas y melodías, pero lamentablemente no puedo interpretarla.
¿Cómo está pasando estos días de cuarentena?
La coyuntura sanitaria nos ha cambiado a todos. Los despachos son virtuales, los directorios también. Las clases y conferencias he tenido que replantearlas desde la computadora. Hoy lo hago desde mi casa. Lo bueno de esto es que ha limitado los viajes de trabajo.
¿Qué es lo que más extraña en este momento?
La posibilidad de interactuar directamente con la gente. El mundo virtual es una realidad, pero nunca será un sustituto perfecto al trato personal. A veces, me genera una sana risa observar a jóvenes banqueros volcando todo su esfuerzo al mundo digital, al Twitter o la inteligencia artificial. El objetivo es reducir costos, los entiendo.
¿Y qué es lo que no comparte?
Que descuiden temas tan simples como, por ejemplo, mejorar la calidad de atención a sus clientes, impulsar honestamente más transparencia a favor de los usuarios y cómo lograr fidelizarlos. Mucha tecnología y poca humanidad. Si uno de ellos falla, la banca no va a andar. El mundo digital es un medio, no un fin.
¿Ha intentado algo nuevo en estos días de cuarentena?
Mi hijo se ha independizado, por ello ahora soy el único hombre en casa. Ando con mis dos hijas y mi esposa.
¿Cómo es la convivencia?
Bueno, eso de que son el sexo débil es una fantasía. Hoy disponen de todo para alinear sus puntos de vista sincronizadamente. El problema es cuando mi opinión no necesariamente coincide. Bueno, ellas son mayoría. Igual tengo que ser sincero con lo que pienso. Caballero, nomás.