Gwyneth Kutz, embajadora de Canadá en el Perú, define su labor diplomática como "una cuestión de comprensión", la cual le ha permitido aprehender los desafíos del país en que vive y la manera en que sus pobladores los están enfrentando.

Pero no solo le ha facilitado conocer las culturas ajenas, esta dinámica también le ha supuesto entender a su propia sociedad mediante la comparación con otras.

¿Cuál es la situación actual de las mujeres en la diplomacia?Ahora hay mucho apoyo a la idea de una diplomacia donde las mujeres tengan tanta representación y presencia como los varones. Cuando empecé en el servicio, no había estadísticas. Decidimos conocer las barreras para acceder a la carrera diplomática y corregirlas.

¿Qué se logró desde entonces?El incremento de oportunidades lo ha hecho más fácil para las familias en las que la mujer es diplomática. En Canadá, particularmente, hemos implementado hace poco una política feminista de cooperación internacional.

¿Usted se considera feminista?Por supuesto. Creo firmemente en la igualdad de los derechos de hombres y mujeres. En la embajada valoramos mucho la diversidad de la sociedad peruana y consideramos a las personas iguales en dignidad y derechos, más allá de su género.

¿Cómo decidió iniciarse en la vida diplomática?Vi un póster en la universidad. En él se animaba a trabajar en el servicio diplomático, vivir en otros países y conocer sus culturas. Yo estudiaba Humanidades en ese momento y el examen era abierto a cualquier canadiense con un grado de universidad.

¿Siempre deseó convertirse en embajadora?Hasta la universidad no pensé en la diplomacia como carrera. Luego de ver el póster me di cuenta de que era una oportunidad de estar no solo como turista en un país, sino conocer su gente, su historia, y poder vivir muchas vidas en una. Cada capítulo en mi vida, en un país distinto, es un nuevo comienzo.

Como representante de un país, ¿le resulta difícil separar la vida laboral de la personal?Es difícil, porque los diplomáticos tienen un tiempo limitado en un país y tratan de aprender lo máximo posible. Es un trabajo de 24 horas. Pero, si uno lo ve como parte de un todo, la vida privada y el aspecto laboral son complementarios y se enriquecen mutuamente, especialmente siendo embajador.

¿Cuáles son sus pasatiempos?Me encanta practicar cabalgata en Mala, y cuando vienen a visitarme mis hermanas vamos a cabalgar al Valle Sagrado. También me gusta observar a los caballos de paso, son una maravilla.

¿Cómo nació esa afición?Mis padres pensaron que tener caballos sería una buena manera de ocuparnos durante los fines de semana y los veranos. Una de mis hermanas aprendió a jugar polo cuando yo estaba en Argentina, pero yo no tengo tanto talento, mi carrera de polo terminó en segunda elección cuando me caí y me rompí el brazo.

¿Qué extraña más de Canadá?Mi familia y el paisaje. También el sentido del espacio de Canadá, donde hay poca población y las distancias entre ciudades son grandes. Estamos acostumbrados a eso. Por ejemplo, nos encontramos muy incómodos en los ascensores y no nos gusta conversar cuando estamos dentro de uno (risas).

En Lima parece haber cada vez menos espacio…Sí, el tráfico es parte de eso. Todos los días veo esta especie de ejercicio de física mágica, donde hay cuatro conductores tratando de ocupar el mismo lugar al mismo tiempo, lo cual es imposible, pero aún así lo intentan.