FOTO 3 | Cintas de casete,
FOTO 3 | Cintas de casete,

Es posible explicar el reciente auge en las ventas de vinilos en términos que tienen sentido para un audiófilo: un disco en vinilo tendrá más matices que la música comprimida en un formato digital.

Sin embargo, las ventas crecientes de casetes de audio no se prestan al mismo tipo de explicación técnica: están más relacionadas con la cultura y la psicología que con el sonido.

El siseante casete nunca fue la primera opción de los amantes de la música. La única razón por la que esas cosas fueron populares durante mi infancia y mi adolescencia en las décadas de 1970 y 1980 es su portabilidad: podían reproducirse en una grabadora, en un carro, en un Walkman, cuando aparecieron hace 40 años.

El CD los mató con menos piedad que a los vinilos: simplemente ya no había necesidad de sacrificar tanto la calidad del sonido.

Y aun así, el casete ha regresado. En el Reino Unido, las ventas subieron 112% al año en el primer semestre del 2019, incluso si eso significa que solo se vendió 36,000 casetes. Las ventas en Estados Unidos también están subiendo.

Hay incluso comentarios positivos sobre el sonido del casete, como esta publicación en Medium de Aubrey Norwood: "El sonido de la cinta es cálido. Saturado. Muestra un grado de imperfección y crea un flujo del famoso siseo con el que el formato se siente desnudamente honesto, lo que es oro para el músico inclinado por la sinceridad".

Los formatos digitales, por supuesto, pueden replicar cualquier imperfección que desee el artista, pero no sería sincero, ¿verdad?

Si fuera por el sonido, el casete estaría tan extinto como el cilindro de cera (aunque, por supuesto, todavía se produce versiones plásticas de estos para los que no pueden despedirse de sus fonógrafos).

No obstante, nuestra relación con la música es mucho más complicada que el simple disfrute del sonido. No puede describirse en términos de rango dinámico. Si así fuera, los populares servicios de streaming no habrían podido vendernos las grabaciones comprimidas que, para colmo, a menudo escuchamos por Bluetooth.

En parte, el fenómeno del casete se debe a las diferentes mezclas relacionadas con la película Guardianes de la Galaxia, en la que una cinta tiene un papel importante y emocional en la trama; se han mantenido en la lista de los más vendidos por años.

De igual manera, la película Baby: el aprendiz del crimen, en la que el protagonista escucha música en iPods, disparó la venta de dispositivos retro en el 2017 (la película estuvo nominada a los Premios de la Academia por mezcla y edición de sonido).

Muchas personas perciben la música a través de historias, tanto personales como inventadas, pero siempre emocionales. Algunas veces la historia simplemente está vinculada a una pieza musical. Pocas personas pueden recordar en qué dispositivo se reprodujo la primera canción que bailaron con sus parejas. En otros casos, sin embargo, el dispositivo o la tecnología específicos también son importantes.

Como escribió Goran Bolin de la Universidad Sodertorn en Estocolmo en el 2014, las personas "desarrollan relaciones específicas, a veces apasionadas, con las tecnologías de reproducción como el vinilo, los casetes, los cómics y otros medios extintos o casi extintos".

La pasión, dice Bolin, "se activa por las relaciones nostálgicas con experiencias de medios pasadas, las remembranzas agridulces de los hábitos de medios relacionados con una etapa previa de la vida".

Eso implica un vínculo, no solo con un disco, sino con un disco en específico, el cual resuena en algún lugar especial y causa un desgarre particular; no solo con una canción, sino con un casete en el que se grabó posteriormente.

Bolin hizo su investigación con personas mayores, las generaciones de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Muchos de los compradores modernos de casetes o LP nunca tuvieron experiencias infantiles agridulces con estos medios, pero han adquirido una añoranza tardía por estas experiencias a través de una película o algún otro recuerdo nostálgico de la generación de sus padres.

En otras palabras, quieren acceso a nuestras experiencias, una sensación de apego emocional a un objeto, algo difícil de lograr con un archivo en la nube llevado a ellos gracias a un servicio de suscripción.

La nostalgia y la propiedad emocional están muy relacionadas con la fragilidad física. No recuerdo haber sentido placer nunca volviendo a enrollar cinta en un casete, pero es importante si se quiere una experiencia análoga del mundo con la música.

"Los casetes son particularmente potentes porque representan la muerte y el declive con más fuerza que el vinilo", escribió Joanna Demers, de la Universidad del Sur de California en el 2017.

También hay algo en la resurrección del casete que recuerda su radicalismo cultural en la década de 1980: las cintas eran baratas, y las personas las usaban para copiar y compartir música de discos costosos, una forma primaria de piratería.

En la Unión Soviética, mientras yo crecía, la disquera estatal no sacaba la música que escuchábamos, así que las bandas y los emprendedores clandestinos la distribuían en casetes. "La cultura del casete de hoy, al esquivar los formatos contemporáneos por otros más esotéricos, aprovecha la tradición de la antigua cultura del casete de rechazar los formatos dominantes de la industria", escribió en un ensayo del 2011 el productor Craig Eley.

Todos estos motivos probablemente contribuyeron al improbable auge de ventas de casetes; parece que la tecnología antigua no morirá del todo mientras pueda tocar una fibra sensible y contar una historia.

Tal vez algún día, cuando las asistentes digitales de hoy sean historia, alguna película revivirá el interés en las Alexas y las Siris del 2019; pedirles reproducir algo de Billi Eilish será lo más interesante, nostálgico y contracultural.