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Por Verónica ZapataEditora de votencamotes.com

Para los amantes del cine no es difícil encontrar relación entre este arte con prácticamente todos los aspectos de la realidad. La premisa de El derecho va al cine, libro recientemente editado por la Universidad del Pacífico, es que la disciplina jurídica no es la excepción. Sus trece artículos no se limitan únicamente a relaciones directas, como las del courtroom drama, sino que también exploran cómo las películas nos van mostrando aspectos estudiados por el derecho: la justicia, la propiedad, el establecimiento del orden y la aplicación de las leyes, por dar algunos ejemplos.

Así, El derecho va al cine se vuelve un buen pretexto para revisar algunas películas. En su artículo, Fernando de Trazegnies nos cuenta la interesante historia de El proceso (1962), dirigida por Orson Welles, quien realiza una adaptación muy personal sobre la obra del mismo nombre de Franz Kafka (quien, curiosamente, era también abogado). El proceso narra la odisea de Joseph K, funcionario de un banco, desde un mal día en el que es acusado y luego detenido por la policía sin saber qué delito ha cometido y lo acompaña en su agobiante búsqueda de justicia. Cualquier parecido con el Poder Judicial peruano no es pura coincidencia.

La extraordinaria Rashomon (1950) de Akira Kurosawa muestra otro interesante relato judicial, en el que se trata de esclarecer el crimen de un samurái, que transitaba en el bosque con su esposa, a partir de la base de los recuerdos de los testigos del crimen. Otro relato que demuestra lo ciega que puede ser la justicia es Más allá de la duda (1956), de Fritz Lang, en la que el dueño de un diario y su yerno planean sembrar pruebas falsas para que este último se autoinculpe por un crimen que no ha cometido, con el fin de mostrar las arbitrariedades que se pueden cometer cuando alguien es condenado a la pena de muerte. Pasando a cintas más contemporáneas, Cuestión de honor (1992) de Rob Reiner es un clásico de los courtroom dramas que vale la pena volver a ver.

Por su parte, Alfredo Bullard muestra la crítica al capitalismo desde la ciencia ficción: la opresión de los ricos mediante la tecnología, la deshumanización de la sociedad y una imagen desoladora del futuro. Blade Runner (1982) y Metrópolis (1927), dos clásicos del género, ilustran esta hipótesis. El Estado ausente y su repercusión sobre sus ciudadanos son reseñados por Ricardo Bedoya y Cecilia O'Neill, editora del libro, en dos películas latinoamericanas: la peruana Paraíso (2010) y la colombiana La estrategia del Caracol (1993).

Pero incluso hay lugar para las comedias: Por favor, rebobinar (2008)- en la que un par de trabajadores de una tienda de alquiler de videos deciden recrear nuevos y divertidos finales para sus películas favoritas- da excusa a Miguel Morachimo para hablarnos de la pugna entre los derechos de autor y la libertad de crear. En el libro también se recuerda a los villanos más emblemáticos del capitalismo cinematográfico: el Gordon Gekko de Wall Street (1982) y el escalofriante Patrick Bateman de Psicópata Americano (2000).