Redacción Gestión

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(Reuters).- El guión era simple: organizar el , ganarlo por sexta vez y subirse a una ola de euforia para mantenerse otros cuatro años en el poder. Sin embargo, la presidenta brasileña Dilma Rousseff podría darse cuenta de que esto no es tan fácil.

La historia reciente muestra una baja correlación entre coronarse campeón mundial de fútbol y triunfar en las elecciones, pese a las incontables especulaciones sobre lo contrario entre los brasileños de todo signo político.

En el mejor de los casos, podría conseguir un alza temporal en las encuestas tras una victoria de la favorita selección local en julio, pero esto probablemente se desvanecería en pocas semanas, dejando más de dos meses para que el electorado tome en cuenta la realidad antes de las elecciones del 5 de octubre.

En el peor escenario, el desastre de una eliminación temprana del torneo podría contribuir a la frustración por cómo ha gestionado los preparativos del torneo y alentar el deseo de un cambio.

De hecho, lo que se suponía que fuese un momento de orgullo nacional se ha convertido en un campo minado para una presidenta cuya popularidad se ha debilitado.

Una serie de protestas violentas realizadas el año pasado durante la Copa Confederaciones convocaron a cientos de miles de manifestantes a las calles y elevaron lo que políticamente se pone en juego en la Copa del Mundo, que comienza el 12 de junio en Sao Paulo.

Las victorias deportivas 10 días antes de una elección pueden aportar 1 a 2 puntos porcentuales al candidato de Gobierno, pero los partidos jugados dos semanas antes tienen poca repercusión, según un estudio elaborado en 2010 por la Escuela de Graduados de Economía de Stanford.

Desde 1994, las elecciones generales que se realizan en Brasil cada cuatro años han coincidido con el Mundial. Ese año, ganó el torneo justo antes de que se aplicara un plan de estabilización, que incluyó la introducción de una nueva moneda, el real.

A partir de ahí, la correlación se pierde. En 1998, Cardoso fue reelegido pese a que Brasil perdió la final con Francia. Cuatro años después, Brasil derrotó a Alemania para convertirse en campeón del mundo por quinta vez, pero aún así el líder opositor Luiz Inácio Lula da Silva derrotó a Cardoso en las urnas.

Lula se reeligió con facilidad en 2006, cuando Brasil cayó en cuartos de final ante Francia, y Rousseff, con el apoyo de Lula, consiguió la victoria en 2010, unos meses después de que Holanda eliminó a Brasil en Sudáfrica.

Riesgo en campo propioLa gran diferencia en esta ocasión es que la Copa del Mundo se juega en casa y hay muchas cosas pueden pasar fuera de la cancha.

Las deficiencias del transporte pueden evitar que equipos e hinchas lleguen a tiempo a los partidos. Estadios construidos con prisa pueden presentar fallas, las comunicaciones pueden saturarse y en los encuentros incluso podrían haber apagones.

Peor aún, los juegos pueden verse afectados por protestas callejeras de brasileños que consideran que el Gobierno debió construir hospitales, escuelas y sistemas de transporte en lugar de costosos estadios, que algunas ciudades ni siquiera necesitaban.

"La presidenta Rousseff debe estar deseando que Brasil no hubiese sido anfitrión de la Copa del Mundo en un año de elecciones", dijo Thiago de Aragão, socio de la consultora Arko Advice en Brasilia.

Una eliminación temprana de Brasil es el principal riesgo para Rousseff, dijo el senador Romero Jucá del partido PMDB, quien observa una correlación inversa entre el desempeño de la selección y las protestas: mientras mejor lo haga Brasil más pequeñas serán las manifestaciones.