Bailarines venezolanos. (Foto: AP).
Bailarines venezolanos. (Foto: AP).

La luz roja del semáforo se enciende y comienza la cuenta regresiva de 90 segundos para este trio de bailarines de breakdance que trabajan trece horas en una sucia calle limeña.

Karin Rojas, su esposo y un amigo realizan acrobacias y bailan mientras recogen las monedas que le entregan los pasajeros de los buses que esperan el retorno de la luz verde para seguir con su camino.

En la vereda, junto a la radio parlante portátil está Christopher, el hijo de cinco años de la pareja, que mira la secuencia del trío alrededor de ochenta veces por día hasta que anochece.

Todos ellos forman parte del medio millón de venezolanos que llegaron a Perú huyendo de la peor crisis económica de la historia del hemisferio occidental.

El país andino es el segundo destino de estos viajeros después de Colombia.

Karin y su esposo, Francisco Díaz, llegaron a fines de 2016 en una travesía que demoró medio año desde Mérida, su estado natal, porque avanzaban distancias cortas juntando dinero para sobrevivir e ir en dirección sur con destino a Lima.

“En la calle uno no sabe cómo le puede ir, un día está bien, un día está mal”, dice la mujer, de 25 años.

No obstante, en un balance rápido prefiere Perú porque puede comer tres veces al día. En Mérida hubo ocasiones en que no se alimentaba dos días seguidos, dice.

La vía limeña donde bailan es la ruta de los obreros rumbo a talleres de confección de ropa en Perú. Los bailarines saben que siempre habrá una moneda bondadosa en los bolsillos de sus circunstanciales espectadores.

El sol y el asfalto caliente son los peores enemigos de la piel y las manos de estos artistas callejeros. Karin tiene las palmas llenas de callos y a veces brotan pequeñas gotas de sangre de sus dedos.

Después de 13 horas de movimiento intenso, a veces tienen dolores de cabeza. También son comunes los dolores de los huesos húmeros, de la región lumbar y del carpo, sobre todo en las madrugadas.

Pese a la vida dura que llevan tienen esperanza. A corto plazo, la pareja junta dinero para comprar una trimoto y dedicarse al transporte. Sin embargo, no quieren olvidar el baile y buscan revitalizar un colectivo de breakdance que administraron en Mérida y llamaron “Inyectando Cultura”.

Su arte les permitió conocer a la actriz estadounidense Angelina Jolie, quien llegó en octubre a Lima como enviada del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados y vio sus destrezas antes de brindarles aliento.

Los lunes descansan, ordenan la habitación alquilada donde viven, lavan sus ropas y salen a pasear. Les gusta ir por el centro capitalino. Se sientan en las banquetas y miran a la gente.

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