(Bloomberg).- En algún momento en el próximo par de meses, el Dodge Challenger SRT Demon con sus 808 caballos de fuerza aparecerá en los escaparates de concesionarios como una especie de fábrica pequeña y roja de derretir neumáticos. Sí, 808 caballos de fuerza. No hay ningún error tipográfico.

Los adolescentes perderán la cabeza. Algunos más viejos, también. Pero dejando de lado el club de fans de Vin Diesel, en realidad ya no es tan impresionante.

El año pasado, los conductores estadounidenses a la caza de más de 600 caballos de fuerza tenían 18 modelos para elegir, incluidos un sedán Cadillac que se ve más ostentoso que furioso. Por su parte, hasta los modelos sedán aburridos de quienes se trasladan al trabajo están exhibiendo especificaciones de potencia que habrían sido inauditas durante la administración Ford.

Los caballos en la industria automotriz están desbocados.

Analizamos cuatro décadas de datos sobre pruebas de emisiones de la Agencia de Protección Ambiental y llegamos a una conclusión simple: todos los coches en estos días son rápidos y furiosos --incluso los camiones.

Si un conductor de 1976 echara mano de alguna manera a un coche de 2017, correría un grave riesgo de traumatismo cervical. Desde aquellos tiempos, los caballos de fuerza en los Estados Unidos casi se han duplicado, y el modelo mediano subió de 145 a 283 caballos.

No es de extrañar que todo el parque automotor estadounidense esté cada vez más dispuesto a correr picadas: el tiempo medio que tardaba un vehículo en pasar de 0 a 60 millas por hora se redujo a la mitad, de casi 14 segundos a siete.

Hace cuatro décadas, había un automóvil producido en los Estados Unidos que llegaba a tener 285 caballos de fuerza: el Aston Martin DBS. Tenía una campana de ventilación que era como una boca abierta y 75 caballos más que un Chevrolet Corvette.

Hoy en día, más de la mitad de los autos y camiones en venta cuenta con esa potencia o más, incluyendo el tímido Kia Sorento. Un Aston Martin Vanquish, por su parte, alcanza 568 caballos de fuerza, casi el doble de la fuerza de su antecesor.

Por supuesto, era lógico que la ingeniería del automóvil avanzara con el transcurso de las décadas como cualquier tecnología, pero su reciente aceleración impresionaría a Don Garlits.

"Ha sido increíblemente emocionante", dijo Bob Faschetti, jefe de ingeniería de motores de Ford Motor Co. "Si retrocedemos y analizamos el grado de cambio en los últimos cinco o seis años en comparación con los cinco o seis anteriores o los cinco o los cinco o seis previos a esos, es radical".

"Aun teniendo la vieja filosofía del auto potente, la eficiencia de combustible es actualmente algo descontado".

La velocidad es, naturalmente, una condición humana, conectada directamente al ADN humano. La misma chispa atávica que mantuvo a salvo a nuestros ancestros entre los mamuts lanudos también pergeñó el "Demon" de Dodge.

Lo más notable, empero, es que esta carrera armamentista de la combustión tuvo lugar bajo normas de eficiencia cada vez mayores. Si bien los vehículos se han vuelto más potentes, sus motores se han encogido. Además, todo el parque automotor se está estirando un galón de nafta más, gracias en parte a los motores eléctricos.

Los motores de combustión en las carreteras de Estados Unidos son aproximadamente un 42% más pequeños de lo que eran hace 40 años. Al mismo tiempo, la medición promedio de la Agencia de Protección Ambiental de millas por galón se ha duplicado, desde 15 a 30.

La mayoría de estos aumentos se hizo bajo la presión de las exigencias federales en materia de eficiencia. El gran avance de la potencia comenzó en 1985 justo cuando el sector había alcanzado un umbral de 27.5 millas por galón.

Los vehículos dieron otro salto en eficiencia a partir de 2007, cuando un nuevo proyecto de ley energética estableció un umbral de 35 millas por galón. Esta vez, empero, los fabricantes de automóviles siguieron añadiendo potencia.