árbol de navidad
árbol de navidad

Los pinos de Navidad naturales autorizados suponen, más allá de ser la emblemática ornamenta de la festividad, un impacto positivo para el medioambiente por sus múltiples aplicaciones una vez terminada la temporada de fiestas.

Desde el 1 de enero, en México se ponen al servicio del ciudadano centros de acopio donde se reciben los árboles y son usados para reciclaje, elaboración de compotas e incluso artesanías, contó a Efe la encargada del área de Plantaciones Comerciales de la Comisión Nacional Forestal (Conafor), Silvia Murillo.

Más allá de lo que pueda pensarse, no todos los árboles naturales están autorizados. Existe una venta ilegal que prolifera y convive también con los árboles artificiales elaborados a base de plástico, un material que, al derivar del petróleo, concibe "árboles cuya descomposición lleva muchísimo tiempo".

"El periodo de degradación de un árbol de estas características es muchísimo más grande que el de un árbol natural y, obviamente, sus consecuencias son peores para el medioambiente", alertó.

Los árboles considerados ilegales son aquellos que están extraídos de bosque natural y que, por tanto, implican la depredación indiscriminada de los mismos.

Por ello, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) impone condiciones para la producción forestal y su posterior venta para asegurarse de que no causen un impacto ambiental negativo.

Las personas interesadas en ser productores deben presentar un programa de manejo y tiene que tratarse de terrenos que no sean forestales, es decir, "dedicados a la ganadería o agricultura tradicional o terrenos ociosos, sin ninguna vocación, abandonados".

La Semarnat revisa los datos y, si cumple todos los requisitos, valida la plantación, emitiendo un número de registro que la avala.

De acuerdo con la Conafor, de los 848 productores registrados en México, 155 tienen la posibilidad este año de comercializar sus árboles por tener la edad y talla adecuada.

De las 11,335 hectáreas de plantaciones de árboles de Navidad en el país, 5,127 ubicadas en 86 municipios de 19 entidades han sido apoyadas por la institución desde el 2002 hasta la fecha.

A las afueras de la Ciudad de México, uno de los puntos de venta autorizados es el vivero Potreritos, una magna extensión de casi dos hectáreas de pinos dispuestos bajo el cielo raso.

El productor del vivero, Jaime Camacho, habla con Efe sobre los arbolitos que en el 2004 le entregó Semarnat midiendo apenas 30 centímetros y que hoy día doblan en altura al agricultor, quien los cuidó durante años.

"Hacemos el agujero y los plantamos. Tiene que ser en tiempo de aguas para que tenga humedad y los arbolitos prosperen", dijo, explicando el proceso de crecimiento.

Cuando llegaron los árboles, como si de un bebé se tratase, eran regados uno por uno cuidadosamente, ya que "todavía no podían adquirir la humedad por sí solos".

"No todos llegan a sobrevivir", lamentó, ya que algunos mueren al tener la raíz muy expuesta.

En su mayoría, los árboles son de la especie Pinus Ayacahuite, y necesitan de unos cinco años de edad aproximadamente para que puedan venderse.

"Todos los retoños que salen muy distorsionados se le van cortando de modo que se vaya formando el arbolito", explicó el agricultor sobre la "forma tradicional del árbol", que se confecciona con mimo y tiempo, como una pieza de orfebrería.

Los precios de los abetos van desde los 250 a los 1,000 pesos (de los US$ 10 a los US$ 50 dólares), dependiendo de su tamaño.

Donde antes hubo un árbol, en la huella que dejó sobre la tierra, en un futuro habrá otro, sirviéndose probablemente del abono obtenido de los árboles que ya cumplieron su función.

"Si dejamos un retoñito de un árbol que cortamos, ahí crecerá otro árbol", aseguró.

Pero, ¿de qué depende que una familia escoja un árbol u otro?, Camacho lo tiene claro: "Son los niños los que determinan qué árbol se elige".

Más allá de la extensión, se trata de la ilusión que les provoca el tener su arbolito y ver cómo sus faldas se llenan de regalos, explicó Camacho con una sonrisa por la que se colaron los recuerdos de varias décadas llevando árboles de Navidad a cada casa.