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Dagiana Peves
Las Palmas Magisteriales son el máximo galardón que reconoce a los maestros con mayor contribución al desarrollo del país. Gestión habló con tres de los honrados este año para revelar que la lucha de una profesión suele ser romantizada.
Violeta Ardiles
Premio en categoría amauta
Cuestionando por qué los docentes no querían ir a enseñar a zonas rurales, la ancashina Violeta Ardiles terminó su formación como educadora y emprendió camino al alejado pueblo quechuahablante Rampac Grande, en Carhuaz. Alejada de la ciudad, inició su primera experiencia como profesora. “No había dónde comprar un pancito, dónde cobijarse o tomar algo”, cuenta la maestra de 70 años.
Su trabajo estuvo marcado por esfuerzo y entrega. Muestra de ello es que logró que se ofreciera primaria completa en la escuela de Rampac Grande. Antes de su llegada al lugar, solo se enseñaba hasta tercero de primaria. “Donde yo nací también era una zona rural, pero recuerdo que mi papá tenía una pequeña biblioteca. En este pueblito no sabían qué era un libro. Fue un choque inmenso”, recuerda Violeta Ardiles.
Sin embargo, confiada en la calidad educativa que se brindaba en este humilde centro, la maestra educó aquí a sus dos hijos. “No entiendo cómo profesores de colegios nacionales ponen a sus niños en particulares. Eso quiere decir que reconocen su falencia”, expresa.
A los 42 años, Ardiles dejó la docencia para dedicarse a sus hijos, pero continúa contribuyendo voluntariamente a través de la literatura infantil. Cuenta con 16 publicaciones, una de ellas escrita en quechua.
Danny Bernales
Premio en categoría maestro
Cada miércoles, cuando el reloj marca las 8:00 a.m., Vilcabamba detiene toda actividad económica para sentarse a leer en la Plaza de Armas durante 30 minutos.
Danny Bernales es el hombre detrás de este proyecto llamado “Silencio, vilcabambinos leyendo” .
La lectura es prioridad para el docente de 34 años. Por eso, su misión, junto a 47 profesores del distrito, es la implementación de bibliotecas familiares en todos los hogares.
“Cada familia tiene un horario de lectura y todo lo que leen se registra en un cartel que llamamos ‘lectómetro’”, detalla el maestro del jardín 49.
El objetivo es difícil. Su red educativa cuenta con, máximo, 300 libros para primaria, “gracias a los donativos del Ministerio de Educación y la campaña de recolección que hacemos en Cusco”, cuenta el fiel lector de José María Arguedas.
“Pero todavía no es suficiente. Casi se ha leído todo”, señala Bernales que, como lectura obligatoria, incluye a autores apurimeños. “Uno de ellos es Daniel Palomino, por ejemplo, egresado de aquí”, comenta.
Asimismo, el profesor espera que el material educativo se escriba en quechua, “la lengua nativa de la mayoría de su comunidad”.
Al gobierno regional pide invertir más en formación docente a nivel de pregrado. “Así, podríamos mejorar a Apurímac, que es una región olvidada por el Estado”, sentencia el maestro, quien espera una mejor remuneración.
Diana Asunción
Premio en categoría educadora
Educa a través del arte desde hace más de 25 años. Su experiencia lejos de la ciudad del Cusco como maestra ayudó a Diana Asunción a descubrir este poder para enseñar.
“Me fui al campo, a una escuelita de origen matsigenka. Ahí conocí la realidad de la educación peruana”, cuenta.
En ese entonces, debía enseñar de primero a quinto de primaria en un mismo ambiente, educación unitaria, y en el lenguaje de la población, una de las principales dificultades de Asunción.
Esta experiencia le ayudó a fortalecer sus lazos con la comunidad.
Ahora la maestra trabaja con las mujeres matsigenkas y les enseña a realizar pulseras, collares y carteras para que puedan aportar económicamente en sus hogares con la venta de estos.