Desde sus cimientos hasta su estructura, pasando por su fachada de 102 metros de altura, la vieja sede del Banco de Bilbao en Madrid (1981) es un rascacielos repleto de decisiones originales y con justicia está considerado una de las obras maestras de Francisco Javier Sáenz de Oiza. Pero como les pasa a todos los grandes creadores, en la larga carrera de este maestro de la modernidad también hubo momentos bajos.

Sin duda tocó fondo con el Palacio de Festivales de Santander (1990), una suerte de teatro griego plantado en los antiguos muelles de los astilleros que no gusta a nadie. Ni siquiera quedó contento su autor, que lo definió como "un pato" que volaba, nadaba y andaba pero que todo lo hacía medio mal. Por faltar, faltaba hasta el foso de orquesta.

Entre las muchas consideraciones a las que se puede llegar acerca de por qué un edificio funcionó y el otro no, un hecho al menos es objetivo: en el primer caso el cliente era un banco, representado entonces por un reconocido profesional del sector financiero como José Ángel Sánchez Asiaín; en el segundo, la administración pública, personificada en la figura de Juan Hormaechea, condenado en años posteriores por los delitos de malversación de fondos públicos y de prevaricación. Así, hubo rigor en un proyecto y sobrecostes y mil dislates más en el siguiente.

Con el flamante y soberbio Centro Botín, que ha servido para que la ciudad de Santander se haya quitado esa espinita que tenía clavada en forma de mastodóntico auditorio, de nuevo se ha demostrado lo importancia de la contraparte al construir un edificio. Las palabras de su arquitecto Renzo Piano a la muerte de Emilio Botín en septiembre de 2014 lo dejan bien claro:

"Las grandes obras de arquitectura no son solo fruto del trabajo del arquitecto que las diseñó. Son también, y casi sobre todo, del diálogo creativo con su cliente. Y Emilio Botín era el mejor cliente con el que un arquitecto puede soñar. En primer lugar porque teniendo clarísima su visión, lo que la Fundación Botín quería lograr con el Centro, jamás me dijo lo que tenía que hacer. […] Poca gente he conocido que escuchara como él, siempre dispuesto a cambiar de opinión si era necesario para buscar no lo bueno sino lo mejor […]".

Dentro y fueraLa referencia a aquella "visión" era más que pertinente. El Centro Botín no surge de un arrebato de megalomanía sino que su forma y contenido se meditaron a conciencia. Antes de empezar a hablar, Piano tuvo que leer un 'briefing' de solo dos páginas en el que quedaba bien claro lo que había que hacer (para que, por ejemplo, no ocurriera lo que en Palacio de Festivales).

Algunas de sus directrices eran en cierta medida previsibles, como que el Centro se convirtiera en "un referente de la vida cultural de la región". Otras resultaban ambiciosas: tenía que introducir "la bahía en la ciudad" y su programa educativo y cultural las dos principales patas del proyecto debía situarse "en el primer nivel del circuito del arte europeo". Y después de solicitar que el visitante pudiera vivir el espacio "tanto por dentro como por fuera", llamaba la atención, por su originalidad, que se pidiera que "no llegue a saber claramente si está dentro o fuera".

Apuesta seguraEl Centro no fue por tanto una ocurrencia. "Todo el mundo quiere un Guggenheim o un Silicon Valley salidos de la nada, pero eso no funciona", continúa Sáenz de Miera. "Se habían cumplido los 50 años de la fundación y surgió una etapa de reflexión, decidiéndose unir las áreas de artes y educación, dejando la de ciencias como sección independiente.

Por otro lado, llevábamos años trayendo exposiciones de primer nivel a Santander sin que un envoltorio que estuviera a su altura. Y en paralelo, el ayuntamiento se planteaba qué hacer en la zona del puerto y de los Jardines de Pereda. Una propuesta de este tipo encajaba muy bien porque en Santander hay una gran tradición cultural y promover este tipo de oferta es hoy en día un magnífico reclamo turístico. Todo convergió".

Abocado al marEl Centro Botín no solo realiza el mismo gesto sino que mejora la idea, puesto que se ha convertido en un lugar de paso y no solo de destino. La integración con la ciudad es así más completa. El carril-bici transcurre por debajo y, al estar a cubierto, ese tramo del muelle se ha convertido en el mejor punto de pesca de Santander. "Emilio Botín fue el primero en verlo", rememora Sáenz de Miera.

La luz. Piano la maneja como nadie, pues es un arquitecto con alma de poeta y con un dominio de la técnica propia de un ingeniero, como demostró de buenas a primeras en aquella obra de juventud que es el Centro Pompidou de París, cuya autoría comparte con Richard Rogers. Sáenz de Miera cuenta que, en su primera visita a Santander, el italiano quedó fascinado al descubrir una ciudad del Cantábrico que mira al sur.

Insistencia en el túnelLa reordenación duplicó el espacio de los jardines, que pasó de dos a cinco hectáreas, e hizo mover de ubicación el edificio, de forma que la sede social del Banco de Santander, también dividida en dos por un monumental arco, ya no está tan encima de él y el Centro respira mejor en todos los sentidos. Para encontrar un museo moderno tan bien integrado en un parque hay que volar hasta Nueva York de la mano de Renzo Piano.

Junto al Hudson, el arquitecto supo encajar con enorme finura el nuevo Whitney con el concurrido High Line Park. Excelente propuesta de edificio dividido en dos junto al mar (en realidad encima de él) es asimismo obra suya: el también reciente museo de arte moderno Astrup Fearnley, en Oslo (Noruega).

Un programa únicoLa estructura de mayor tamaño se reserva para las exposiciones artísticas y en esto el Centro, que se insiste en que no se llame "museo", también es algo único. La Fundación Botín desarrolla tres originales programas con un largo recorrido cada uno.

Desde 1994 invita a Santander, una vez al año, a artistas de renombrado prestigio Mona Hatoum, Carlos Garaicoa y Julie Mehretu, entre otros para que impartan un taller con jóvenes creadores de todo el mundo. A su vez expone su obra desde este verano en el Centro y compra alguna pieza que entra a formar parte de su colección permanente. Con un formato similar, otorga becas a artistas plásticos de todo el mundo para que desarrollen su obra, que compra y expone.