(Bloomberg).- La humanidad tiene un método para tratar de evitar que las se salgan de las manos: analizar las posibles consecuencias negativas, involucrando a todas las partes afectadas, y llegar a algún acuerdo con respecto a las formas de mitigarlas.

Sin embargo, nuevas investigaciones sugieren que el ritmo acelerado del cambio pronto podría volver ineficaz este enfoque.

Las personas emplean leyes, normas sociales y acuerdos internacionales para cosechar los beneficios de la tecnología minimizando a la vez cosas no deseadas como el daño ambiental. A los efectos de encontrar esas normas de conducta, muchas veces nos inspiramos en lo que los teóricos de juegos llaman "un equilibrio de Nash", que toma su nombre del matemático y economista John Nash.

En la teoría de juegos, un equilibrio de Nash es un conjunto de estrategias que, una vez descubiertas por un conjunto de jugadores, provee un punto fijo estable en el que ninguno tiene un incentivo para apartarse de su estrategia actual.

Para alcanzar ese equilibrio, los jugadores deben entender las consecuencias de las posibles acciones propias y de los otros. Durante la Guerra Fría, por ejemplo, la paz entre las potencias nucleares dependía de entender que cualquier ataque garantizaría la destrucción de todos.

Del mismo modo, desde las regulaciones locales hasta el derecho internacional, las negociaciones pueden considerarse una exploración gradual de todos los movimientos posibles para encontrar un marco estable de normas aceptables para todos, y que no dé a nadie un incentivo para hacer trampa --porque los dejaría peor.

Pero ¿qué pasaría si la tecnología se vuelve tan compleja y comienza a evolucionar tan rápidamente que los humanos no pueden imaginar las consecuencias de una nueva acción? Es la pregunta que analizan dos científicos --Dimitri Jusnezov de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear y Wendell Jones, recientemente retirado de los Sandia National Labs-- en un artículo reciente. Su conclusión es inquietante: el concepto de equilibrio estratégico como principio organizador es quizá casi obsoleto.

Kusnezov y Jones derivan esta percepción de estudios matemáticos recientes de juegos con múltiples jugadores y muchas opciones de acción posibles. Una conclusión básica es una marcada división en dos tipos, estable e inestable. Por debajo de cierto nivel de complejidad, un equilibrio de Nash es útil para describir los resultados probables.

Más allá, hay una zona caótica en la cual los jugadores nunca consiguen encontrar estrategias estables y confiables, sino que salen adelante sólo cambiando constantemente sus conductas de una manera sumamente irregular. Lo que sucede es esencialmente aleatorio e impredecible.

Los autores sostienen que las tecnologías emergentes --especialmente la computación, el software y la biotecnología como la edición genética-- tienen muchas más probabilidades de caer en la categoría inestable. En esas áreas, las perturbaciones se están volviendo más grandes y más frecuentes en tanto los costos bajan y las plataformas compartidas permiten una innovación abierta.

Por ende, estas tecnologías evolucionarán con una rapidez mayor que la velocidad de respuesta de los marcos regulatorios --al menos tal como se los concibe tradicionalmente.

¿Qué podemos hacer? Kusnezov y Jones no tienen una respuesta fácil. Una clara consecuencia es que probablemente sea un error copiar técnicas utilizadas para las tecnologías del pasado que evolucionaban con más lentitud y estaban menos disponibles. Este suele ser el enfoque predeterminado, como lo ilustran las propuestas para regular las técnicas de edición genética.

Es probable que dichas iniciativas estén condenadas en un mundo donde las tecnologías se desarrollan gracias a los esfuerzos paralelos de una población mundial con objetivos e intereses diversos. Quizá la futura regulación deba depender a su vez de las tecnologías emergentes, como ya lo están explorando algunos para las finanzas.

Nos acercamos, quizás a un momento intenso en la historia, en el cual la idea orientadora del equilibrio estratégico en la que confiamos durante 75 años chocará con sus propios límites. En ese caso, la regulación se convertirá en un juego completamente distinto.

Por Mark Buchanan

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.