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Joven, distraída y con un estilo impecable, Anissa Kheloufi forma parte de un grupo cada vez más grande de adictos a . Mientras esta joven de 21 años deambula por el suburbio parisino de Saint-Ouen, no para de sacar fotos y grabar videos. Por lo general son de su amiga Cynthia Karsenty, que se acicala para la cámara con prendas chics, desde shorts de tiro alto y buzos a rayas hasta grandes pantuflas mullidas.

Parece sin dudas un desfile de autocomplacencia: una vida excesivamente editada y ultracompartida. Pero quien ponga los ojos en blanco al mirarla no entiende que Kheloufi está construyendo un imperio de la indumentaria de a una foto por vez, el cual le permite ganar unos US$ 40,000 por mes.

Su material para las redes sociales envía un flujo constante de compradores a Belmiraz, la empresa de indumentaria que fundó cuando se hartó de la facultad de Derecho. La compañía tiene una tienda web y boutiques en Casablanca y París.

Sin embargo, la mayoría de los clientes de Kheloufi compra sus productos de la misma forma en que ella los vende: mediante una aplicación.“Creo que tengo el teléfono cosido a la mano”, dijo Kheloufi a Bloomberg. “Mis seres queridos están hartos”.

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El futuro de la venta minorista no es el , la venta omnicanal, las tiendas fugaces o las ventas instantáneas con . A medida que el consumismo de las redes sociales va cultivando un conjunto creciente de marcas deshilvanadas, estos emprendedores minoristas dejan completamente de lado la computadora (por no hablar de las tiendas físicas) y en su lugar exhiben y venden productos exclusivamente por smartphone.

Un nuevo shopping
En agosto del 2016, Instagram, propiedad de , comenzó a permitir que sus usuarios entraran al sitio de venta minorista de una marca desde la aplicación para celulares. También introdujo las “Stories”, una secuencia de publicaciones temporarias a lo más apta para hacer videos.

Unos meses más tarde, Instagram dejó que 20 empresas selectas, entre ellas J. Crew, Macy’s y Warby Parker, etiquetasen productos en publicaciones de Instagram y dirigiesen a la gente a un link a la tienda donde pudiesen “comprar ahora”.

Y así, sin más, nació un shopping virtual.

A diferencia de los tradicionales, llenos de patios de comida lúgubres y tiendas Sears gastadas, Instagram no tiene ningún problema para generar “visitantes” porque cuenta con 800 millones de personas que revisan activamente su portal todos los meses.

En mayo, la empresa dio el siguiente paso lógico: habilitó discretamente una función para que los usuarios agreguen tarjetas de crédito o débito. Pronto, los instagrammers no necesitarán salir de la plataforma para hacer una compra.En última instancia, las plataformas de compra sociales están demoliendo otra barrera de entrada más a la venta minorista.

En los noventa, sitios de comercio electrónico como les declararon la guerra a las tiendas de departamentos y los shoppings. Más recientemente, comenzaron a imponerse los servicios de “drop shipping” (en los cuales los vendedores usan a terceros para entregar los pedidos), lo cual empoderó a los revolucionarios digitales.

Un aspirante a Phil Knight o Kate Spade ya no tiene que ponerse a buscar capital y socios minoristas: todo lo que necesita es generar interés y tener seguidores.

Con el auge de la venta minorista por celular, se está abriendo un espacio comercial prácticamente ilimitado, en el cual al aspirante a minorista el marketing, el envío y los catálogos no le cuestan casi nada; el único costo indirecto es el precio de un iPhone.

“Son vendedores muy experienciales”, dice Lynsey Thornton, vicepresidenta de experiencia del usuario de Shopify, sobre los emprendedores que gravitan en torno a un . “Y les importa mucho desarrollar una marca”.