(Bloomberg) Casi nadie tomó en serio a Donald Trump cuando dijo en marzo: "Haré que Apple empiece a fabricar sus computadoras y sus iPhone en nuestra tierra y no en China". Sin embargo, la pasada elección parece haber dado un vuelco a la situación: Apple habría manifestado que dos firmas asiáticas que ensamblan la mayor parte de sus iPhone evaluarán si pueden traer el trabajo a Estados Unidos. Una de ellas, Foxconn, aceptó estudiar el asunto.

Los partidarios de Trump han recibido esta noticia como señal del poder que él tiene para convencer a corporaciones rebeldes de cooperar para recuperar la grandeza de América. Pero como Apple y sus socios de manufactura saben, y como pronto averiguará el Presidente Trump, eso nunca sucederá: Estados Unidos carece de la fuerza laboral y las cadenas de suministro necesarias para que Apple traslade su operación iPhone de regreso a casa. Y, más específicamente, los estadounidenses no debieran querer que así fuera.

Aunque la cadena de suministro original de Apple incluyó un garaje americano en los suburbios, Asia se transformó rápidamente en un elemento central para el crecimiento de la compañía. En 1981, inauguró una instalación en Singapur para fabricar tarjetas lógicas y otros componentes. No había que pensarlo dos veces, según un administrador que dirigió la instalación: "Encontramos que ningún país puede ofrecer la combinación de infraestructura, capacidad técnica, industrias complementarias, eficiencia gubernamental, apoyo e incentivos que ofrece Singapur".

En las décadas posteriores, China emuló el método de Singapur en una escala masiva, y desarrolló conjuntos industriales con infraestructura de primer nivel y ofreció terrenos y subsidios a empresas dispuestas a trasladarse. Para el 2004, Apple había cerrado su última operación de manufactura en Estados Unidos, y China se había convertido en el eje industrial de su imperio global.

Los bajos costos de la mano de obra y la mínima regulación fueron ciertamente parte del atractivo de China, pero el factor más importante fue su enorme y diestra fuerza laboral. La principal instalación de iPhone en Zhengzhou ahora emplea a 110.000 trabajadores, y otras fábricas emplean a cientos de miles más. Los 270 millones de trabajadores migrantes de China –donde la mayoría es ambiciosa y oportunista- han demostrado ser indispensables para un negocio que valora la flexibilidad. El verano pasado, los contratistas de Apple habrían contratado a 100.000 trabajadores para incrementar la producción del iPhone 6s antes de su lanzamiento en el otoño.

En Estados Unidos es imposible algo parecido, sin importar lo que quiera el Presidente. Una movilización masiva de esa escala y con esa celeridad probablemente no se ha intentado desde la Segunda Guerra Mundial. Y hay pocos motivos para creer que tendría éxito o sería deseable en la actualidad, aunque Apple estuviera dispuesta a intentarla.

Encontrar suficiente mano de obra calificada no sería mucho más fácil. El año pasado, el máximo ejecutivo de Apple, Tim Cook, dijo a "60 Minutes" que gracias a la mejor educación técnico-profesional, ahora China tiene una fuerza laboral más capacitada que Estados Unidos. Los ejecutivos de Apple estiman que necesitarían 8.700 ingenieros industriales para supervisar a 200.000 trabajadores de una línea de armado, y sin embargo solo 7.000 estudiantes completaron programas de ingeniería industrial de grado universitario en EEUU en el 2014. Por el contrario, Shenzhen alberga 240.000 empleados de Foxconn, y millones de trabajadores e ingenieros adicionales.

Una concentración tan alta de actividad manufacturera e individuos capacitados es un solo lugar otorga a China su otra gran ventaja. La mayoría de los cientos de partes que lleva un iPhone se hacen a corta distancia de donde se arman los dispositivos. Esto acelera la producción, reduce la necesidad de almacenamiento y recorta los costos en logística. Esas fábricas también pueden incrementar la producción con la rapidez que Apple lo requiera, gracias a una oferta de mano de obra preparada. Se trata de un ecosistema industrial que tomó décadas en evolucionar, y no va a trasladarse a Estados Unidos.

Además, los estadounidenses no debieran querer que eso pasara. Ese ecosistema ha hecho de Apple una de las compañías más rentables del mundo, que sustenta 2 millones de empleos a nivel nacional. Eso es lo que permite a los estadounidenses comprar algunos gadgets increíbles a un precio (relativamente) asequible. Y está contribuyendo al surgimiento de una vasta clase media asiática que domina la tecnología, lo que a su vez genera abundantes clientes para bienes y servicios estadounidenses. Todo eso desaparecería si Apple de alguna forma se viera obligada a trasladar la producción de vuelta a territorio estadounidense, algo que posiblemente duplicaría los costos del proceso.

Si Trump quiere revivir la manufactura en Estados Unidos, tendrá que hacer algo más que intimidar a Apple. Tendrá que apoyar la educación técnico-profesional en una escala enorme, ofreciendo subsidios industriales al estilo de China y esperando unas décadas para que todo eso surta efecto; todo esto, para obtener empleos tediosos y de salario bajo que están cada vez más obsoletos en la medida que se optimizan los robots industriales.

La verdad es que un iPhone estadounidense es muy probablemente otra promesa hueca más típica de campaña electoral, y lo mejor es que así sea.

Esta columna no representa necesariamente la opinión del cuerpo editorial del Bloomberg y sus dueños.

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