Redacción Gestión

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(Bloomberg) Es probable que el desplome tecnológico que todos esperaban ya haya llegado. La financiación de capital de riesgo declina, las empresas obtienen dinero a valuaciones menores y el ritmo de creación "unicornio" (compañías privadas financiadas con capital de riesgo a un valor de más de US$ 1,000 millones) se ha desacelerado.

Nadie sabe hasta dónde llegará la caída, cuántos unicornios suspenderán su actividad ni en qué medida se agotará el financiamiento del mercado privado. En las primeras etapas de un derrumbe, es muy difícil determinar cuánto van a empeorar las cosas. Cuando los precios de las viviendas comenzaron a caer en 2007, por ejemplo, la primera reacción fue sólo de una vaga incomodidad. En realidad, la caída podría resultar ser sólo algo temporario, ya que Fidelity, que en noviembre fue noticia al reducir sus estimaciones del valor de muchos importantes emprendimientos, hace poco elevó el valor de muchos.

Con esa salvedad, sin embargo, lo interesante es qué poca consternación y qué escaso pánico genera el derrumbe. Ni siquiera la posibilidad de una caída peor o más prolongada en el mundo de los emprendimientos tecnológicos causa el tipo de pesar nacional que generó la explosión de la burbuja tecnológica en 2000. También el mundo financiero parece en calma.

¿Por qué? Pienso que las razones son varias, y todas apuntan a una misma conclusión: esta vez el sistema financiero de los Estados Unidos funciona como se supone que debe funcionar.

En primer lugar, lo que pasa en el ámbito tecnológico no es una burbuja, si bien con frecuencia se lo llama así. Una verdadera burbuja no significa que por accidente la gente paga por activos más de lo que en realidad valen. Significa que el mercado se vuelve loco. Algunas teorías dicen que las burbujas implican especulación, inversores que compran a precios que saben que están por encima del valor de los fundamentos en el largo plazo, con la expectativa de poder encontrar a "alguien más tonto" que compre los activos a valuaciones aún mayores. Otras teorías sostienen que las burbujas se caracterizan por un comportamiento de rebaño: los inversores ven que otros compran y se suman, con la expectativa de que la gente a la cual imitan sepa lo que hace.

Pero en el caso actual de burbuja tecnológica, no hay comportamiento de rebaño ni especulación que hayan avanzado mucho, dado que la mayor parte de la acción estuvo confinada a los mercados privados. Es difícil especular en los mercados privados, dado que no hay muchas oportunidades de reventa de las acciones. También el comportamiento de rebaño resulta difícil, ya que la cantidad de actores del mercado es mucho menor y las acciones de cada compañía tienen menos compradores que en los mercados públicos.

Sí, algo de esos fenómenos podría haber estado presente en el reciente auge tecnológico: el "temor a perderse algo" puede funcionar como el comportamiento de rebaño, y algunos de los primeros inversores vendieron sus acciones. Pero la iliquidez de los mercados privados impidió que pasaran esas dos cosas en gran escala, de modo que los mercados no pudieron alejarse demasiado de la irracionalidad.

Como ese auge tecnológico nunca fue una verdadera burbuja, es improbable que el derrumbe sea tan grave como en 2000.

Una segunda razón para que el mundo no parezca entrar en pánico en relación con la tecnología es que el inversor promedio esta vez no está tan expuesto al sector. Las asombrosas valuaciones de compañías como Uber son sólo hipotéticas. La cantidad de dólares invertida en realidad es mucho menor. Hasta los mayores fondos de capital de riesgo son chicos. Sequoia Capital, por ejemplo, gestiona sólo alrededor de US$10.000 millones en total, alrededor de la séptima parte de los fondos de cobertura grandes y 1/25 de las dimensiones de los mayores fondos comunes administrados de forma activa. Los grandes inversores como los fondos de pensión y los fondos comunes de inversión asignan sólo pequeños porcentajes de sus activos a emprendimientos tecnológicos.

Eso significa que, a diferencia de 2000, un desplome del sector tecnológico no hará que se evapore el patrimonio de mucha gente común ni generará una drástica reducción del gasto en consumo. El sistema financiero tampoco quedará muy expuesto en esta ocasión. Incluso si el derrumbe tecnológico se hace en verdad catastrófico, pocas personas perderán los ahorros de toda su vida, los bancos no quebrarán y la economía no se desplomará.

En otras palabras, el sistema financiero de los Estados Unidos hace lo que se supone que debe hacer: financiar la inversión productiva al tiempo que maneja eficientemente el riesgo. En lugar de disfrazar las inversiones de riesgo de activos seguros, como se hizo en la burbuja inmobiliaria, el sector financiero ha mantenido las inversiones en emprendimientos de tecnología confinadas y limitadas. En los buenos tiempos, la financiación se expandió lo suficiente para permitir a los emprendedores tecnológicos hacer grandes cosas como crear cohetes de aterrizaje autónomo y revolucionar la industria de los taxis. Ahora que el sector se enfría, el capital se retira, pero no en la forma de una caída desastrosa.

Algunos fundadores y empleados de la primera hora –está por verse cuántos- perderán dinero, pero sabían en qué se estaban metiendo cuando lo hicieron. El capital es arriesgado, el capital de riesgo es más arriesgado, y el capital de riesgo en industrias de alta tecnología supone el mayor de los riesgos. Esta vez, a diferencia de lo que pasó en las grandes burbujas de las décadas de 1990 y 2000, se harán cargo del riesgo las personas que optaron por correrlo.

Aún está por verse si nuestro sector financiero ha aprendido la lección o si la era posterior a 2008 es simplemente un breve período de cautela poco común. Por ahora, sin embargo, el sistema funciona como debe hacerlo. En cuanto a los ingenieros y los fundadores tecnológicos, volverán. La tecnología es una industria cíclica, y es improbable que se agote durante mucho tiempo la demanda de personas inteligentes y emprendedoras que hacen cosas nuevas interesantes.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la comisión editorial de Bloomberg LP ni la de sus dueños.