La tecnología práctica e inevitablemente causará una montaña rusa de trastornos laborales y evitar que las personas desplazadas se desesperen es crucial.
La tecnología práctica e inevitablemente causará una montaña rusa de trastornos laborales y evitar que las personas desplazadas se desesperen es crucial.

Imagine que su jefe llega a su oficina y le dice que un colega subalterno es mejor que usted y lo reemplazará, con lo que usted queda sin trabajo. Ahora imagine un escenario similar, excepto que el jefe dice que lo despedirán porque un tomará de su puesto.

En una encuesta a más de 2,000 personas en Europa y América del Norte, los encuestados estaban mucho más molestos al imaginarse en el primer escenario, es decir, siendo reemplazados por otro ser humano. La fue más fácil de aceptar porque no golpeó la autoimagen de las personas de manera tan brutal.

Esto no seguirá siendo algo teórico. La tecnología práctica e inevitablemente causará una montaña rusa de trastornos laborales y evitar que las personas desplazadas se desesperen es crucial. Desde ya, a medida que avanza este nuevo siglo, los médicos están observando un aumento en lo que llaman muertes por desesperación, reflejadas en suicidios y complicaciones por abuso de alcohol y drogas. Las personas necesitan sentirse útiles, sentir que importan. Un trabajo es, a menudo, una gran parte de eso.

Uno de los autores del estudio, Christoph Fuchs, de la Universidad Técnica de Múnich, dijo que las actitudes cambiaron cuando a las personas se les preguntó acerca de los robots que asumían el trabajo de otras personas, o que asumían el trabajo en un sentido abstracto. Además, los encuestados prefirieron que los trabajos fueran para otros seres humanos. Solo cuando su propio trabajo estaba en juego se sintieron menos mal por ser reemplazados por un robot. “Es muy fundamental para los seres humanos”, dijo. “Tendemos a compararnos con otras personas”.

Comparó el hecho de ser reemplazado por un ser humano con personas engañadas en una relación romántica, o abandonadas por otra pareja, que generalmente es una experiencia muy estresante y dañina para la autoestima. Quizás en ese caso, también, el ser engañado por un robot no sería tan malo.

En la novela “Máquinas como yo”, de Ian McEwan, un nuevo se presenta en formas masculinas y femeninas: Adanes y Evas. El protagonista quería que Eva se fuera a vivir con él y su novia, pero se agotaron (no es sorprendente) y termina con un Adán, que no solo es más inteligente que él, sino que también luce mejor físicamente y es superior en casi cualquier métrica imaginable. La historia no termina de manera feliz, pero los tres coexisten mucho más de lo que sería plausible si la pareja hubiera considerado a Adán un ser humano.

La puede funcionar sin problemas cuando las personas no se sienten reemplazadas, sino más bien liberadas. Es fácil imaginar un bufete de abogados donde socios iguales descargan gran parte de las tareas pesadas a los robots y, en consecuencia, pasan más tiempo haciendo cosas donde sus habilidades realmente importan. Un grupo de médicos podría aprovechar el análisis y diagnóstico de imágenes automatizados para invertir más tiempo con los pacientes para conversar sobre sus opciones de tratamiento y los posibles efectos secundarios de cada uno.

En un mundo ideal, el avance de los robots podría liberar a los seres humanos de las tareas necesarias para la supervivencia y daría la oportunidad a más personas de participar en cosas divertidas y no tan rentables, como actuar en obras de teatro y enviar sondas a otros planetas. Pero no vivimos en un mundo ideal y los seres humanos no estamos bien adaptados para los cambios repentinos. Somos competitivos y frágiles por naturaleza. No es de extrañar que estemos tratando de inventar algo mejor.

Por Faye Flam

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.