(Bloomberg).- Ningún presidente moderno de ha sido más hostil al apoyo federal a las ciencias que Donald Trump.

En los seis meses transcurridos desde que asumió la presidencia, destituyó a científicos, extrajo datos científicos de sitios web federales, propuso un presupuesto que recorta profundamente la investigación y designó a escépticos de la ciencia para dirigir la Agencia de Protección Ambiental y el Departamento de Energía.

¿Pero qué sucede realmente cuando un gobierno le retira sistemáticamente el apoyo --financiero, institucional e incluso retórico-- a la comunidad científica? Hace 10 años, con un experimento que resulta inquietantemente familiar, Canadá, bajo el primer ministro conservador Stephen Harper, se embarcó en tal ataque, amordazando a los científicos, destruyendo programas, recortando dotaciones y extrayendo datos de sitios web. Harper incluso se retiró de un importante acuerdo climático de las Naciones Unidas.

Pero, como se puede comprobar, el cielo no se vino abajo. Solo se oscureció de manera sutil: la participación de Canadá en las publicaciones científicas globales se redujo, al igual que el número de patentes atribuidas a inventores de Canadá y el número de personas inscritas en licenciaturas y doctorados en ciencias.

Para EE.UU., la década de Canadá bajo políticas científicas semejantes a las de Trump es una advertencia: las consecuencias medibles, lejos de ser catastróficas, probablemente sean moderadas, al menos al inicio y, por lo tanto, fáciles de ignorar. Como resultado, el incentivo político para revertir cualquier recorte también puede ser débil, incluso cuando una administración más amigable hacia la investigación científica gane el poder.

"Se necesitan años para que esos efectos se hagan evidentes", dijo David Naylor, ex presidente de la Universidad de Toronto y autor principal de un reciente estudio encargado por el gobierno sobre el impacto de los recortes de gastos en Canadá. "Eso es lo insidioso de exprimir fondos para la investigación básica".

Ganancias a largo plazoLos defensores de una mayor financiación científica dicen que la naturaleza de los daños a cuenta gotas refleja el carácter inherente de la investigación científica: sus ganancias son a largo plazo y difíciles de predecir, cuando son cuantificables en absoluto.

"Es realmente difícil medir las preguntas que no se hacen", dijo Michael Halpern, abogado de la Union of Concerned Scientists en Cambridge, Massachusetts, quien ha trabajado en campañas para oponerse a los recortes de fondos tanto en EE.UU. como en Canadá.

Los cambios en Canadá fueron seguidos por cambios económicos sutiles pero sostenidos. En cada uno de los últimos cuatro años, Canadá ha caído unas pocas posiciones en el ranking anual de innovación de Bloomberg, que usa métricas técnicas, incluyendo la productividad y la densidad de las industrias de alta tecnología.

Entre 2000 y 2006, la producción económica del país por persona ocupó el puesto 11º y 13º en el mundo, después de tomar en cuenta el poder adquisitivo local; ahora está en el puesto 18º.

Según John Holdren, asesor científico de Barack Obama, el mayor problema para reducir el gasto federal en ciencia es que los beneficios de ese gasto pueden cambiar a la sociedad, aunque los cambios tarden décadas en materializarse. Y citó las inversiones estadounidenses en todo, desde la eficiencia energética hasta la genética.

"La pregunta de cuánto es suficiente investigación y desarrollo es extremadamente difícil", dijo Holdren. Sin embargo, agregó, "la respuesta correcta no es menos (que hoy). Es casi seguro que sea más".