vehículos eléctricos
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La mayoría de la gente estará feliz con el deceso del motor de combustión interna. El aire más limpio y la menor dependencia del petróleo son buenas razones para esperar con ansias la adopción masiva de los automóviles eléctricos.

Sin embargo, para los cerca de 3 millones de europeos que trabajan en la industria automotriz la transición hacia la nueva tecnología es una fuente de enorme ansiedad. Si bien las cifras son objeto de un debate candente, los trabajos en el sector probablemente serán más escasos porque los vehículos eléctricos necesitan menos piezas y menos mantenimiento que los convencionales.

Comforme la automatización, el Brexit y las guerras arancelarias del presidente Donald Trump también afectan al sector europeo, las cosas no pintan bien para los trabajadores de la industria. Ford eliminará 12,000 empleos en el continente (los fabricantes de automóviles despidieron a 38,000 personas a nivel mundial hasta mayo).

El telón de fondo industrial más amplio tampoco es alentador: la manufactura como porcentaje del PBI de la Unión Europea cayó de 19% a 14% entre 1991 y 2018. Esto no es lo ideal para los líderes políticos establecidos que intentan salvaguardar trabajos decentes para contrarrestar el atractivo de sus rivales populistas.

Las autoridades monetarias deben actuar mejor. Hasta ahora parecen estar improvisando en medio de este desafío histórico para los fabricantes del continente. Tome como ejemplo la interferencia contraproducente de París en el intento de Fiat Chrysler de fusionarse con Renault, un acuerdo que buscaba crear una compañía mejor equipada para afrontar la transformación de la industria.

La velocidad con la cual la tecnología altera el panorama de las empresas suele tomar por sorpresa a políticos y trabajadores. Mientras los gobiernos debaten si los objetivos de emisiones de carbonos deben cumplirse para 2050, 2040 o antes, los fabricantes de automóviles y otras empresas manufactureras ya reasignan grandes cantidades de capital para adelantarse a la demanda de productos más limpios por parte de los consumidores. Volkswagen, por ejemplo, prometió invertir US$ 34,000 millones en autos eléctricos.

De acuerdo con datos de BloombergNEF, los grandes vehículos eléctricos pueden ser más baratos en la UE que sus contrapartes con motor de combustión interna en el 2022. Hace solo dos años la estimación era 2026, lo cual demuestra lo rápido que cambian las cosas.

La acelerada caída del costo de las baterías debería encender alarmas sobre las consecuencias en términos de empleo en el sector industrial. Desafortunadamente, las autoridades monetarias han tenido problemas para responder a la pérdida de empleos en sectores y habilidades particulares.

El gran sindicato comercial alemán IG Metall considera que la recapacitación del personal es la mejor respuesta a la posible pérdida de 75,000 empleos en el sector automotor del país por el cambio hacia los vehículos eléctricos, pero no es ninguna panacea.

El Fondo Europeo de Adaptación a la Globalización, que otorga fondos para recapacitar trabajadores desempleados, ha tenido un resultado dispar según el centro de estudios Bruegel: la tasa promedio de recontratación de aquellos que accedieron al fondo llegó a un impresionante 92% en la República Checa, pero sumó solo 26% en Bélgica. Es de tamaño muy pequeño con 150 millones de euros (US$ 169 millones) al año y sus criterios son demasiado restrictivos para marcar una gran diferencia, aunque gobiernos del bloque buscan modificarlo.

A nivel nacional, Alemania por lo menos se ha mostrado dispuesta a responder a la transición más amplia hacia las energías renovables, por ejemplo a través de un paquete de 40,000 millones de euros para aquellos que se verán afectados por el plan de descarbonización que tiene previsto llevar a cabo. La inversión incluye mejoras en infraestructura como vías y enlaces de telecomunicaciones, así como también más trabajos en el servicio público.

La interrogante es si la redistribución será suficiente (o si es sostenible) si el crecimiento económico y la productividad europea no se reactiva pronto. ¿De verdad pueden los alemanes reemplazar esos empleos automotores de gran calidad por puestos similares en manufactura? A Francia, en tanto, le preocupa la posibilidad de que haya un mayor descontento social ante el avance del proceso de "desindustrialización".

El economista de Natixis Patrick Artus piensa que el débil aumento de la productividad y el escaso crecimiento de los salarios en el país, sumados a la pérdida de empleos y el incremento de los precios energéticos, pueden provocar una repetición de la crisis de los chalecos amarillos.

No existe un acto de magia que pueda solucionar estos problemas. Los líderes europeos deben moverse mucho más rápido.

Por Lionel Laurent

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

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