Maribel Vilca no asistió a una reunión en su comunidad indígena cercana al Titicaca, el lago navegable más alto del mundo y cuna mítica de los Incas, donde sus vecinos escucharon por primera vez información sobre la inmunización contra el coronavirus que se aplica hace ocho meses en Perú.
“¿Qué pasa si muero con la vacuna? Tengo hijos pequeños”, dijo Vilca, quien asegura no llevar en su cuerpo ninguna inmunización a sus 38 años y tiene penosos recuerdos del trato recibido en los servicios estatales de salud durante las complicaciones por preeclampsia de sus dos embarazos.
A pesar de que Perú ha vacunado contra el COVID-19 a más del 53% de su población objetivo incluso con inmunizaciones masivas de enorme acogida en zonas urbanas, las cifras muestran que el avance en zonas de población indígena es lento, alrededor de 25%, según datos oficiales.
“Estoy viva de milagro”, añadió la mujer que vive en la comunidad indígena Jochi San Francisco, donde todos hablan la lengua quechua. Vilca relató que su compadre Víctor Ávila, de 70 años y quien estuvo infectado con el virus, se colocó hace poco las dos dosis y quedó casi sordo.
Los rumores sobre las vacunas se han transmitido de boca en boca, a través de las redes sociales o de radios en lenguas originarias y han inundado las aldeas indígenas de los Andes o de la Amazonía, donde viven más de seis millones, casi la quinta parte de los peruanos, de acuerdo con el gobierno.
Desde el inicio de la pandemia el nuevo coronavirus ha provocado más de 200,000 muertos en Perú y más de dos millones de contagiados, según consta en el último registro del sitio de la Universidad John Hopkins.
Para empeorar, en varias zonas rurales aún se recuerda un plan de esterilizaciones realizado por médicos y enfermeros sobre 273,000 mujeres indígenas impulsado hace 25 años por el gobierno del entonces presidente Alberto Fujimori, quien está preso por otros delitos, pero acusado por su presunta autoría mediata en la muerte de cinco mujeres y en las lesiones graves de otras 1,300.
Julio Mendigure, director de pueblos indígenas del Ministerio de Salud, dijo que los rumores más comunes sobre las vacunas son los que indican que se les está “colocando un chip para manejarlos, que podría ser una forma de esterilizar a las mujeres, que los hombres podrían tener bajo desempeño sexual, que podrían morirse en poco tiempo o que es castigo divino”.
La enfermera rural Marina Checalla añadió que otros creen que la vacuna puede provocarles un magnetismo capaz de que atraer cucharas o monedas y mejorar la señal de telefonía e internet.
Tras hallar dificultades para inmunizar en aldeas indígenas, Perú pidió ayuda al movimiento de la Cruz Roja, con buena reputación en zonas rurales, y desde agosto expediciones de enfermeros estatales y voluntarios han visitado 64 comunidades donde han respondido a preguntas en lenguas originarias. Luego de las charlas interculturales con un total de 1,777 ciudadanos, el 70%, se han inmunizado, según datos otorgados por Paul Acosta, coordinador de salud de la Cruz Roja peruana.
El gobierno ha notado los avances en las vacunaciones cuando se anteceden de una charla informativa y el director de pueblos indígenas indicó que con un próximo presupuesto de US$ 6 millones impulsarán las inmunizaciones en la Amazonía contratando miembros de las comunidades que facilitarán el acercamiento para explicar en su propia lengua las bondades de la vacuna.
Tarcila Rivera, de la organización indígena Chirapaq, señaló que Perú debe ganarse la confianza de las comunidades con información en lengua originaria e impulsar la participación de promotores de salud de las comunidades. “El Estado debe tomarse el trabajo de conversar con la población indígena, coordinar con sus autoridades tradicionales y plantear estrategias interculturales”.
El desafío es constante porque en varios centros de salud ubicados en aldeas indígenas los enfermeros ni siquiera cuentan con dinero suficiente para comprar combustible e ir en busca de los ciudadanos de su jurisdicción y en otros casos desconocen la lengua originaria de sus pacientes.
The Associated Press recorrió la última semana varias comunidades de la región Puno, donde la vacunación tiene uno de los índices más bajos de Perú y se habla las lenguas quechua y aimara.
En Santa Cruz de Mijani, en otro diálogo comunal intercultural con asistencia de la Cruz Roja, Josefa Espinoza, de 54 años, declaró ante los inmunizadores “prefiero morirme sin hacerme vacunar”, porque había escuchado de la existencia de “vacunas buenas” y otras que “causaban la muerte”.
Espinoza, que sintoniza en las madrugadas un noticiero radial en quechua mientras alimenta su ganado, añadió que el coronavirus había sido creado en un laboratorio por “los países ricos” y que una nueva cepa más potente iba a llegar pronto mediante picaduras de piojos, abejas y culebras.
“Esos animales pueden producir los países ricos...los ricachones, nos manejarán a nosotros y por eso me da preocupación”, indicó Espinoza, de 54 años, quien vive con su único nieto de 11 años.
Alicia Chura, de San Antonio de Putina, dijo que escuchó comentar a sus vecinos que el objetivo de las vacunas es matar a los más ancianos para disminuir la población en Perú, que suma 32 millones.
“Ya estamos llenándonos de mucha gente y eso (la vacuna) es para morir, porque ya no necesitamos gente y por eso están empezando por los de mayor edad”, indicó la mujer de 36 años, quien al igual que sus padres octogenarios, no se ha vacunado.
El miedo también está presente en las islas de los Uros, que están ubicadas a seis kilómetros de las orillas del Titicaca, el lago navegable más alto del mundo y cuna mítica de los Incas.
Los Uros son un pueblo indígena considerado más antiguo que los Incas y viven sobre 80 pequeñas islas. En una de ellas vive Joel Huilca, quien conduce un bote donde transporta turistas.
Huilca dijo que no se había inmunizado porque estaba observando cómo reaccionaban sus vecinos que se habían vacunado. “Dicen que te deja como zombi, te van a poner un chip y van a saber a qué sitios vas y qué es lo que haces”, comentó el hombre de 38 años quien tiene temor a las vacunas desde niño cuando le aplicaron una contra el sarampión que le provocó dolor por varios meses.
Los rumores contra las vacunas no son nuevos. En el Perú colonial del siglo XIX la primera misión vacunadora contra la viruela experimentó bienvenidas y rechazos. En la región Lambayeque nadie quiso alojarlos y en las afueras de Lima tuvieron que rogar por las calles para inmunizar.
En la reciente reunión intercultural en Jochi San Francisco asistieron más de 70, pero sólo se vacunaron 30. “Son los mitos que hacen daño y no nos permiten llegar a las poblaciones”, dijo la enfermera Marina Checalla.
Pero no todos se creen los rumores. Después de finalizada la charla comunal, Celso Quispe, de 82 años, dijo que decidió recibir su segunda vacuna pese a que su mujer y sus tres hijos mayores de 50 años no tienen ninguna. “Hay comentarios, pero yo no creía”, comentó. “¿Qué sabe la gente?”, dijo.