Redacción Gestión

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Como teatro político, las convenciones partidarias de Estados Unidos no tienen paralelo. Los activistas convergen para elegir a sus candidatos presidenciales y celebrar el conservadurismo (los republicanos) y el progresismo (los demócratas). Pero este año ha sido distinto y no solo porque se convirtió en la primera mujer en alcanzar la nominación de un partido grande de su país.

Las convenciones subrayaron una nueva línea divisoria: no entre izquierda y derecha sino entre apertura y aislamiento. Donald Trump, el candidato republicano, lo resumió así: "El americanismo, no el globalismo, será nuestro credo". Sus diatribas contra el libre comercio son similares a las que repiten los partidarios del demócrata Bernie Sanders.

No se trata de un caso aislado. En Europa, los políticos en alza son aquellos que sostienen que el mundo es un lugar feo y amenazador, y que los países pensantes deberían protegerse construyendo muros. Tales argumentos han permitido la elección de un Gobierno ultranacionalista en Hungría y otro en Polonia que ofrece una mezcla al estilo Trump de xenofobia y menosprecio a las normas constitucionales.

Los partidos populistas y autoritarios europeos de derecha o izquierda tienen ahora el doble de respaldo que en el 2000 y forman parte de los gobiernos de nueve países.

Hasta ahora, el Brexit ha sido el mayor triunfo de los antiglobalización y las noticias que refuerzan su atractivo aparecen casi a diario, como las atrocidades terroristas en Francia y Alemania. El peligro es que una creciente sensación de inseguridad conduzca a más victorias de las opciones aislacionistas.

Se trata del riesgo más grave que enfrenta el mundo libre desde el comunismo y nada importa más que contenerlo, considerando qué está en juego. El sistema multilateral de instituciones, reglas y alianzas, liderado por , ha sostenido la prosperidad global por siete décadas: permitió la reconstrucción de la Europa de la posguerra, puso fin al bloque soviético y, al conectar China a la economía mundial, generó la mayor reducción de la pobreza en la historia.

Un mundo lleno de muros será más pobre y peligroso. Si Europa se divide y Estados Unidos se aísla, otros poderes menos benignos tomarán su lugar. Es irresponsable que Trump haya dicho que no defenderá a los aliados bálticos de la OTAN (si resulta elegido presidente). No sorprende que Vladimir Putin le apoye; pese a lo cual es vergonzoso que haya pedido a Rusia que continúe pirateando los e-mails de los demócratas.

Los aislacionistas ya han causado daños. Reino Unido se acerca a la recisión y la Unión Europea (UE) está tambaleando. Si Francia elige a la nacionalista Marine Le Pen el próximo año y sigue el mal ejemplo británico, el bloque podría colapsar.

Si un candidato a la presidencia de la mayor economía mundial amenaza con impedir nuevos acuerdos comerciales, desechar los existentes y salirse de la Organización Mundial del Comercio, ninguna empresa que comercia con el exterior podrá proyectar su 2017 con serenidad.

Contener a los aislacionistas requerirá una retórica convincente, políticas audaces y tácticas inteligentes. Los defensores de un mundo abierto deben recordarles a los votantes por qué la OTAN es importante para y la UE para Europa, cómo el libre comercio y la apertura a la migración enriquece las sociedades, y por qué la lucha contra el terrorismo exige cooperación.

Solo unos cuantos líderes están siendo lo suficientemente valientes —el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, o el ministro de Economía de Francia, Emmanuel Macron—. Aquellos que creen en la apertura tienen que luchar por ella, aunque reconociendo que la globalización necesita afinarse.

Es que el comercio crea muchos perdedores y la rápida inmigración puede ser perjudicial para las comunidades. Pero levantar barreras no es la mejor forma de abordar estos problemas, sino idear políticas que preserven los beneficios de la apertura al tiempo que subsanan sus efectos colaterales. Por ejemplo, reforzando la protección social para que ofrezca nuevas oportunidades a quienes pierdan sus empleos.

Y para mejorar el manejo del flujo migratorio, hay que invertir en infraestructura, asegurarse que los migrantes trabajen y reglamentar límites (al igual que las reglas comerciales permiten a los países limitar aumentos repentinos de importaciones).

Respecto a las tácticas, la pregunta que deben hacerse las posturas a favor de la apertura, tanto de izquierda como de derecha, es cómo ganar. La respuesta depende del país. En Países Bajos y Suecia, los partidos de centro se han unido para bloquear a los nacionalistas.

Una alianza similar derrotó al Frente Nacional de Le Pen en la segunda vuelta francesa del 2002 y podría volver a ser necesaria el 2017. Para Reino Unido, quizá haga falta un nuevo partido de centro.

En Estados Unidos, donde casi todo está en juego, la respuesta tendrá que provenir de la estructura partidaria existente. Los republicanos que no comulgan con los antiglobalización deberán taparse la nariz y respaldar a Clinton.

Y la candidata demócrata tiene que erigirse en la clara defensora de la apertura. Su decisión de nombrar a Tim Kaine, un globalista que habla castellano, como su acompañante en la plancha presidencial, es una buena señal. El futuro del orden mundial liberal dependerá de su victoria en noviembre.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez