(Bloomberg) Avanzada la noche del martes, funcionarios electorales vestidos de azul sentados en sillas plásticas examinaban unos 1.3 millones de votos en disputa en un recuento que decidiría quién sería el próximo presidente del país.

El lugar: el Coliseo Rumiñahui en Quito, Ecuador, donde persiste la marea roja que retrocede en Latinoamérica y donde el guión nacional es demasiado importante para dejarlo librado al juego limpio democrático.

Apenas antes de las 22:00, el consejo electoral nacional anunció lo que pocos de los diligentes funcionarios –y muy pocos ecuatorianos- dudaban. El presidente Rafael Correa había ganado.

Sí, Correa, que en mayo llegará al fin de su gestión luego de una década de populismo tempestuoso, no participó en la elección. Pero al convalidar la ajustada victoria del sucesor que él mismo eligió –que lleva el adecuado nombre de Lenín Moreno-, la vacilante "revolución ciudadana" de Ecuador parece haberse rescatado y haberse insuflado nueva vida a lo que queda de la aventura de socialismo bolivariano del continente.

No es que se haya manipulado el resultado electoral. La Organización de Estados Americanos y otros grupos fueron testigos de un recuento limpio. Pero al autorizarse la revisión de menos del 12% de los votos del país en lugar de disponerse un recuento general de la segunda vuelta del 2 de abril, los funcionarios del consejo electoral nacional presentaron una fachada de transparencia sin tener que correr sus riesgos.

Había margen para la duda. Después de todo, una encuesta a boca de urna de Cedatos, la firma encuestadora más respetada del país, había indicado una victoria de Guillermo Lasso, de la coalición de centro-derecha Creo-Suma. Esas son las reglas de los nuevos gobernantes de izquierda de Latinoamérica, que en los últimos 10 años aprendieron a manejar los resortes del poder de modo tal de predeterminar un resultado al tiempo que proclaman que respetan la voluntad popular y el imperio de la ley.

Lasso, que había exigido un recuento nacional, calificó de farsa el publicitado evento del martes, que se transmitió en vivo en los sitios web gubernamentales. A juzgar por los lacónicos titulares del día siguiente de los medios nacionales –"Lenín Moreno sumó la centésima parte de un punto porcentual en el recuento", anunció El Universo-, el resto de Ecuador se mostró impasible.

Es verdad, los vacilantes bolivarianos no son los únicos cuya legitimidad se pone a prueba. El brasileño Michel Temer, que llegó a la presidencia tras el juicio político del año pasado a Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores, ha visto derrumbarse a un solo dígito el nivel de aprobación a su gestión.

La agenda reformista de Mauricio Macri se encuentra bajo asedio en una Argentina sumida en la recesión, mientras que el colombiano Juan Manuel Santos se esfuerza por recuperar la popularidad perdida durante el controvertido acuerdo de paz del gobierno con la guerrilla.

Pero la izquierda latina que dominó en la década de 2000 es la que más siente la reacción popular. Las palmas se las lleva el presidente venezolano Nicolás Maduro, cuya truculencia ha llenado las calles de manifestantes, genera la rebelión de integrantes del régimen y logra que hasta los cómodos vecinos del país hagan oír su voz.

Ahora Moreno, que no tiene elocuencia ni la habilidad maquiavélica de su mentor –como tampoco el viento de cola del auge de las materias primas de la década pasada-, corre el riesgo de sumarse al grupo.

La victoria de Moreno llega después de una reñida campaña desarrollada en dos vueltas, en febrero y en abril, y que culminó con el recuento parcial del 18 de abril, en el que se impuso por apenas algo más de 200.000 de los más de 10 millones de votos emitidos. Lasso, sin embargo, ganó las mayores ciudades del país. "Creo que Correa no quiso apostar a un recuento general porque no confiaba en cuál sería el resultado", me dijo Risa Grais-Targow, analista de Eurasia Group para la región andina.

Alimentaba ese temor la vacilante economía ecuatoriana, que el año pasado se contrajo y que es probable que se mantenga plana este año, calcula Eurasia Group.

Si bien el desempleo sigue siendo bajo en términos de la región, la cantidad de ecuatorianos subocupados –trabajadores de media jornada que ganan menos que el salario mínimo- aumentó de 17% a más de 21% en los 12 meses hasta marzo, según la Oficina Nacional de Estadísticas. La economía postrada y el creciente endeudamiento limitarán a Moreno, al que le costará cumplir su promesa de incrementar el gasto social.

El último acto de Correa fue rescatar una revolución declinante. Ahora Lenín Moreno tiene un gran balcón que llenar y mucho menos magia para los ciudadanos que lo observan.

_Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial ni la de Bloomberg LP y sus dueños.

Mac Margolis escribe sobre Latinoamérica para Bloomberg View. Fue periodista de Newsweek y es el autor de "The Last New World: The Conquest of the Amazon Frontier."_