Bloomberg.- Con toda su pompa y envergadura, una visita papal nunca es simplemente una cuestión católica. En particular para el papa Francisco, pontífice políticamente hábil, que ha usado su púlpito global para difundir mensajes de toda índole, y no siempre para deleite de su público.

No fue diferente en Colombia, donde la semana pasada Francisco fue sin duda recibido con entusiasmo para una visita de cinco días, pero sus loas a la tolerancia y la misericordia cayeron sobre un país dividido.

Después de todo, Colombia todavía se ve agitada por el acuerdo de paz del año pasado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), los insurgentes que libraron la guerra más prolongada en el hemisferio occidental, que cobró más de 220.000 vidas y desplazó a millones de personas.

El ex presidente Álvaro Uribe describió ese acuerdo como una "capitulación" y destrozó el reciente alto el fuego del Gobierno con otra banda rebelde, el ELN (Ejército de Liberación Nacional).

Y a menudo ha sido así cuando Francisco ha aterrizado en su América Latina nativa, donde se encuentra el público más numeroso y quizá políticamente más exigente del catolicismo. Dado el delicado camino que debe transitar, la política de las homilías de Francisco en su región natal a veces puede ser difícil de analizar.

Indudablemente, en algunos de sus viajes, Francisco adoptó posiciones directas e inequívocas contra la injusticia y la miseria humana. En Bolivia se hizo tiempo para visitar la peor cárcel del país; en México, condenó la corrupción parado junto al presidente mexicano Enrique Peña Nieto; en el caso de Estados Unidos, lo señaló explícitamente como refugio para inmigrantes.

No obstante, la opinión a veces matizada del papa Francisco respecto de las furiosas controversias y crisis de América Latina también ha frustrado a menudo a los rebeldes de la región pese a elevar al mismo tiempo sus expectativas. El papa fomentó el acercamiento de Cuba con Estados Unidos y celebró misa en La Habana en 2015. Sin embargo, no hablar en contra de los abusos en materia de derechos humanos ni reunirse con disidentes bajo el régimen de Raúl Castro, fue una decepción para los demócratas silenciados en la isla.

Asimismo, la de Francisco fue probablemente una de las primeras voces que se hicieron oír a favor de una solución no violenta de la crisis política en Venezuela, y durante su viaje a Colombia destinó tiempo para reunirse con una delegación de obispos venezolanos a raíz de la creciente emergencia social en el país. De todas maneras, los llamados del Vaticano a una negociación y su evitación de cualquier crítica directa de los métodos autoritarios del Gobierno de Nicolás Maduro sonaron a falso a la oposición sofocada del país.

Los papas normalmente no hacen política a favor de causas partidarias ni convierten una homilía en una arenga, por supuesto. "Para un líder espiritual como Francisco, es mucho más fácil adoptar una posición cristiana con respecto a la paz que llamar la atención a un líder político", me dijo el historiador Robert Karl, académico especializado en Colombia en la Universidad de Princeton. A decir verdad, dentro de los límites tradicionales de su misión, Francisco ha hecho gravitar considerablemente el peso simbólico de su investidura pastoral sobre las cuestiones más urgentes de su tiempo.

Por anodino que parezca, exhortar a los colombianos a dejar de lado sus disputas en medio de una paz incierta y perdonar a sus transgresores --cuyas fortunas ilícitas recientemente reveladas constituyen una afrenta adicional-- es a la vez una declaración audaz y una jugada política. Pensemos en los 1,3 millones de fieles que atrajo Francisco a su misa de despedida en Medellín, ex bastión de Pablo Escobar, el barón de la droga más poderoso de Colombia. Las bendiciones de un papa quizá no basten para ablandar a una Colombia polarizada, ni para llevar a Humberto de la Calle, ex principal negociador colombiano por la paz y candidato a la presidencia el año próximo. Pero es difícil pasar por alto el discurso del papa.

Las peregrinaciones latinoamericanas de Francisco --seis países visitados en 29 meses-- demuestran que no sólo es políticamente astuto "sino que es un animal político" en palabras del historiador argentino Federico Finchelstein, de la New School for Social Research. Hasta su admisión reciente de que, en su juventud, siendo sacerdote jesuita, había hecho psicoanálisis con un terapeuta judío parece elaborada para consumo público. "Cada vez que Francisco habla está marcando una posición", dijo Finchelstein. "Está diciendo que es un pensador ecuménico y un modernizador, que desde el comienzo se ha propuesto atacar algunas viejas costumbres del Vaticano y la Iglesia". Prueba de ello es el anuncio que realizó cerca del final de su viaje otorgando más facultades a los obispos locales para traducir la liturgia según les parezca conveniente; es un giro crucial respecto de las posiciones adoptadas por varios de sus predecesores más retrógrados, y una jugada potencialmente estratégica para Roma en tanto compite por las almas con órdenes cristianas evangélicas más agresivas.

Las actitudes del papa Francisco hacia la política secular pueden, por momentos, no ser claras --¿qué es un sacerdote sin un enigma, después de todo? Y sin embargo, no es difícil adivinar la senda progresista por la que piensa conducir a su rebaño.

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