(Bloomberg View).- La temporada de fiestas de fin de año siempre ha tenido un lugar especial en el calendario de la República Bolivariana de . Para el difunto Hugo Chávez, era una época para indultar a un grupo selecto de prisioneros (con excepción del juez que había encarcelado por un dictamen que lo disgustó), bendecir a los dueños de teléfonos móviles con correo chatarra navideño, o recordar a sus compatriotas de la inspiración divina de su revolución, apareciendo junto al niño Jesús en el pesebre de una escena navideña.

Con su carisma y sus dones teatrales, Chávez se salía con la suya con el truco de Papá Noel aun cuando los venezolanos tenían problemas para sobrevivir. Pero lo mismo no ocurre con su Santa Claus subalterno, Nicolás Maduro, quien sucedió a Chávez en el 2013 y desde entonces ha llevado a la ruina la economía dependiente de la riqueza petrolera y lo que queda de su otrora vibrante democracia.

Por supuesto, Maduro no está completamente ciego ante el padecimiento de los venezolanos. El 9 de diciembre, su funcionario responsable de los precios ordenó la confiscación de millones de juguetes de un importante proveedor nacional, acusado de manipulación de precios, y redistribuyó los objetos a las casas de los más pobres. Pero como la inflación está fuera de control y fin de año es también el momento de dar, Maduro también despachó a sus compatriotas por otra Vía Dolorosa económica.

Los venezolanos recibieron 72 horas para entregar sus viejos billetes de 100 bolívares, cada uno de los cuales vale centavos de dólar, a cambio de nuevos billetes de mayor denominación, creando por ende más colas interminables en una tierra donde las espeluznantes filas de consumidores ya son leyenda. El problema fue que, los billetes apenas impresos de 500 bolívares y los de 20.000 bolívares que estaban por venir aún no estaban disponibles, lo cual desencadenó disturbios el fin de semana.

Tampoco el próximo año en Venezuela será un regalo. Ya considerada la economía de peor desempeño del mundo, no se prevé que a Venezuela le vaya mucho mejor en el 2017. La gallina de los huevos de oro del país, Petróleos de Venezuela, conocida por sus iniciales PDVSA, coquetea con la cesación de pagos. El descalabro económico en ciernes y conflictos crecientes entre el gobierno de Maduro y el legislativo encabezado por los disidentes han espantado a los inversionistas.

Incluso China, que ha prestado unos US$ 65,000 millones a Venezuela desde el 2007 y que rara vez se arredra por regímenes desagradables, está cubriendo su posición asegurando a un precio fijo cuotas cada vez más grandes de la producción de crudo del país y entablando lazos con la oposición, en caso de que Maduro caiga.

Quizás eso no suceda. Gracias a años de acumulación de poder bajo Chávez, Maduro ha heredado una maquinaria estatal operada por manos amigas. El Consejo Nacional Electoral ha accionado todas las palancas del poder para limitar la iniciativa de la oposición para una revocatoria.

El Tribunal Supremo de Justicia, compuesto de chavistas, ha emitido dictámenes a favor de mantener a los críticos más tenaces del régimen en la cárcel y ha obstaculizado la labor del poder legislativo, la única institución que Maduro no controla. Y al nombrar a altos mandos militares para que controlen sectores vitales de la economía, Maduro hasta el momento ha aplacado a las fuerzas armadas, donde acechan apóstatas.

Pero el gobierno errático y cada vez más beligerante de Maduro desmienten una mano debilitada. Para ser justos, fue Chávez quien preparó el terreno para el colapso de Venezuela, desperdiciando una de las reservas más fabulosas de riqueza petrolera en la quimera del socialismo del siglo XXI. "Es una historia trágica de gran potencial con desempeño pavoroso", dijo el economista venezolano Francisco Monaldi.

Ahora la bonanza ha terminado, la revolución está avanzando con el tanque vacío, y la industria petrolera, que ha sido un alter ego de la propia Venezuela, extrae menos crudo hoy que cuando Chávez asumió el poder hace 17 Navidades. Es una medida de la miseria de Venezuela que hoy se extrañe a Hugo Chávez.

Por Mac Margolis

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