(Bloomberg) Es obvio que Occidente se enfrenta a una crisis de inmigración. En todas las economías del mundo desarrollado, que se encuentran en un proceso de envejecimiento y estancamiento, los ciudadanos se están rebelando contra lo que perciben como un ingreso sin control de extranjeros. Dejando de lado a Estados Unidos, la mayoría de estas economías también se enfrentan a una prolongada crisis de crecimiento. En otras circunstancias, la solución sería obvia: restablecer la vitalidad económica acogiendo a más individuos creativos y productivos de India, China y otras partes del mundo en desarrollo.

Pero, ¿cómo hacerlo dadas las tensas políticas de inmigración? Claramente hay algo insostenible en la postura actual de Occidente: la idea de que los países no acogerán a inmigrantes pero aceptarán por defecto a cualquiera que aterrice en sus tierras o consiga eludir el sistema para quedarse. Irónicamente, puede encontrarse una respuesta en un país que históricamente se ha opuesto a la inmigración como cualquier gobierno europeo defensor de la política de sangre y suelo: Japón.

Si bien las cifras de inmigración de Japón continúan siendo ínfimas, especialmente comparadas con las de países como Estados Unidos y Australia, están aumentando. Durante la gestión del primer ministro, Shinzo Abe, la cifra de extranjeros que viven en Japón creció un 10 por ciento. Los líderes japoneses han intentado reducir la oposición mediante un polémico programa para llevar "pasantes técnicos" a Japón; este grupo se ha expandido un 27 por ciento en el mismo período.

Sin duda, otros países tienen sistemas de permisos de trabajo de este tipo. Las empresas indias han abogado desde hace tiempo por un aumento de los traslados de trabajadores dentro de la misma empresa, por ejemplo, al Reino Unido. Estados Unidos cuenta con el programa de visados H1-B, en el que las empresas patrocinan a los empleados más cualificados. Pero las compañías están utilizando el programa de pasantías de Japón de una forma distinta: formando a los futuros empleados en sus países de origen incluso antes de que se trasladen. Hay una diferencia enorme política y culturalmente entre los proveedores de servicios de tecnología de la información de la India que envían trabajadores baratos a través de sus fronteras nacionales y las "campeonas nacionales" que importan empleados a su país.

Indudablemente, el rechazo al uso y abuso de los programas de permisos de trabajo por parte de las empresas tecnológicas en la India es bastante lógico. Las compañías han explotado el programa H1-B para importar ingenieros informáticos a bajo sueldo para proyectos específicos. Puede que estas prácticas mejoren la eficiencia general pero no benefician la productividad o la innovación a largo plazo ni de Estados Unidos ni de la India.

El paquete de reformas integrales a la inmigración en Estados Unidos que casi se aprobó hace unos años habría reformado significativamente el programa estadounidense, permitiendo a los individuos inmigrantes cambiar de empleo en lugar de depender de una sola empresa. Esto habría sido positivo para todos, excepto para las compañías de tecnología de la información, que habrían visto evaporarse su modelo de negocios.

Una reforma aún más crucial, sin duda, sería que las empresas multinacionales ayudaran a seleccionar el tipo de inmigrantes que sus países de origen quieren y necesitan realmente, y los preparen por adelantado para la vida en ese país. Lógicamente, los que prosperan en la cultura corporativa de una multinacional particular que muy frecuentemente está modelada por las actitudes e instintos del país de origen de la empresa deberían obtener buenos resultados al trasladarse. Incluso existe una palabra para estos empleados en los textos ingleses de gestión corporativa: "impatriados".

Cuando llegan al nuevo país, las empresas para las que trabajan pueden hacer lo que los gobiernos liberales tendrían dificultades para hacer: hacer conocer a los recién llegados las costumbres locales para que les ayuden a construir puentes culturales. En Sandvik de Suecia, por ejemplo, los descansos para los cafés o "fika" tenían este cometido para los impatriados indios.

No hay muchas más opciones. Los sistemas basados en puntos de Australia y Canadá que califican a los posibles inmigrante según la edad, si hablan inglés, nivel educación, etc. son intrínsecamente elitistas. Este sistema tropezaría con dificultades en países donde la sociedad igualitaria es una parte esencial de la imagen que el país tiene de sí mismo. Además, Australia y Canadá ya tienen unas sociedades multiculturales relativamente exitosas. Los países más homogéneos podrían preferir implícitamente que aquellos a los que ponen en el camino de la ciudadanía sean seleccionados de acuerdo con su capacidad para integrarse de una manera efectiva.

Dejando de lado problemas recientes, Estados Unidos probablemente había desarrollado los mecanismos para adquirir la ciudadanía más efectivos de Occidente, especialmente para los trabajadores cualificados. Su sector de enseñanza superior, el mejor del mundo, sirvió como imán para el talento; un periodo de gracia de un año tras haber finalizado los estudios permitía a los estudiantes encontrar empresas dispuestas a contratarlos. La experiencia universitaria favorecía su integración y el proceso de búsqueda de empleo servía como filtro para las capacidades útiles.

Sin embargo, pocos lugares tienen un sistema de educación universitaria tan atractivo como el de Estados Unidos; la tarea de seleccionar a posibles futuros ciudadanos no se puede dejar en manos de las universidades locales. Tampoco debería quedar relegada a los burócratas, ya que esto exigiría que tuviesen que diferenciar entre los distintos solicitantes de ciudadanía, algo que viola los principios liberales más profundos.

Las empresas están equipadas para esta tarea. Podrán identificar las cualidades que serán útiles y productivas más rápido de lo que jamás podrían hacerlo los gobiernos. Podrían elegir y seleccionar a posibles inmigrantes en sus países de origen, lo que ningún gobierno puede hacer. Y la capacidad para tener éxito en la cultura corporativa de una empresa particular sería un buen indicador de lo bien que los inmigrantes se adaptarían a su nuevo país. Quizás lo próximo que tenga que ser privatizado sea la inmigración.

Esta columna no refleja necesariamente la opinión de la comisión editorial ni de Bloomberg LP y sus propietarios.

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