(Bloomberg) Hace un año y medio, junto con otra docena de periodistas, asistí a un almuerzo en la residencia del embajador francés en Londres.

El orador invitado era Emmanuel Macron, entonces ministro de Economía de Francia, que había cruzado el canal para promocionar a su país como destino de inversión para bancos y compañías de alta tecnología.

Lo que más me impresionó del hombre que el domingo pasado se convirtió en el presidente de Francia más joven de la historia no fue su ilimitada ambición u obsesiva atención a los detalles. Fue su patente eurofilia, que un año más tarde se convertiría en uno de los rasgos definitorios de su apuesta a la presidencia.

En momentos de creciente indignación con Bruselas, Macron aparece como un viajero en el tiempo de la era anterior a la crisis. Con 39 años, es el símbolo más prominente de la "generación de Erasmo" –que lleva el nombre del emblemático programa de intercambio universitario de la Unión Europea que permite a los estudiantes pasar un año en otro país del bloque–.

Ahora con 30 y pico a 40 y pico de años, estos jóvenes profesionales con excelente formación han visto florecer su carrera y su vida social gracias a las fronteras abiertas.

Muchos de ellos se han aferrado a sueños federalistas, con la esperanza de que un día la UE se parezca más a los Estados Unidos de Europa.

Ahora que ocupa el cargo más alto en su país, Macron tiene la oportunidad de hacer que el sueño de esa generación se vuelva realidad. Pero enfrenta dos obstáculos principales: el primero es convencer a Alemania de que acepte las consecuencias de una mayor integración de la eurozona.

El segundo es detener la oleada de escepticismo europeo que está penetrando entre los mismos jóvenes que solían mirar a la UE con entusiasmo. Estos son desafíos difíciles de superar.

Sin embargo, si alguien puede hacerlo, esa persona es Macron. Visualiza la eurozona como una unión fiscal integrada, con un ministro de Hacienda que maneje un presupuesto común y rinda cuentas al Parlamento europeo. Esta idea –que para muchos economistas es necesaria a fin de que la unión monetaria sobreviva– ha chocado con una feroz oposición de Alemania.

Los líderes de Berlín temen que estados miembros más débiles usen dinero de los contribuyentes alemanes para financiar un mayor gasto en vez de tratar de mejorar su competitividad. Aunque felicitó a Macron por su victoria, la canciller alemana Angela Merkel también dejó claro que no tiene intenciones de aflojar las estrictas reglas fiscales de la zona del euro.

Afortunadamente, Macron entiende que una unión de transferencias en la cual los estados más fuertes apoyen a los más débiles debe basarse en concesiones mutuas.

"Uno no puede decir que está a favor de una Europa fuerte y, al mismo tiempo, negarse rotundamente a una unión de transferencias… o a reformar su propio país", nos dijo en aquel almuerzo en Londres.

Su razonabilidad contrasta de manera dramática con la posición de otros líderes europeos que juraron reformar la UE. Matteo Renzi, el ex primer ministro de Italia, se ha resistido a una mayor supervisión de los presupuestos nacionales por parte de Bruselas, al tiempo que pedía más "flexibilidad" presupuestaria para aumentar el gasto actual –difícilmente una manera de lograr que se sumaran los alemanes-.

La otra prueba que enfrenta el nuevo presidente de Francia es convencer a los jóvenes europeos de que vale la pena ir tras el sueño de la generación de Erasmo. Macron ganó por un margen de 2 a 1 en la segunda vuelta de la elección presidencial, logrando la mayoría en todos los grupos etarios.

No obstante, Marine Le Pen, su oponente euroescéptica, tuvo un desempeño mucho mejor entre los votantes más jóvenes y de edad mediana. Un factor decisivo parece haber sido la frustración de los votantes jóvenes por la falta de empleos bien pagos. El mismo enojo ha impulsado a otros partidos populistas de Europa, empezando por el Movimiento 5 Estrellas en Italia, donde el desempleo entre los jóvenes supera el 35%.

Puede que Macron haya llegado en el momento justo. La economía de la eurozona disfruta de una leve recuperación, que podría cobrar impulso ahora que los inversores pueden dejar de preocuparse por el riesgo de un presidente euroescéptico en el Palacio del Eliseo. Conforme se fortalezca el crecimiento económico, el desempleo juvenil debería caer, lo que a su vez aumentaría el apoyo a la UE.

Por cierto, hay muchas razones para preguntarse con inquietud si Macron podrá lograr aunque sea una pequeña parte de su ambicioso programa. Podría no obtener una mayoría en las elecciones legislativas del mes próximo, lo que sería un obstáculo para su iniciativa de reformas en su país. Alemania puede rehusarse empecinadamente a unirse a la partida. Una nueva crisis económica en un país como Italia podría detener bruscamente la recuperación.

Sin embargo, si hubo alguna vez un momento para sentirse esperanzado respecto de la eurozona, es este. La generación de Erasmo parece haber alcanzado la mayoría de edad.

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