Hay una frase que se atribuye a Napoleón, que es fantástica: “La mejor forma de cumplir con las promesas es no hacerlas”. Fíjese en su antecesor, escribe Waldo Mendoza (Foto: USI).
Hay una frase que se atribuye a Napoleón, que es fantástica: “La mejor forma de cumplir con las promesas es no hacerlas”. Fíjese en su antecesor, escribe Waldo Mendoza (Foto: USI).

Por Waldo Mendoza Bellido
Profesor del Departamento de Economía de la PUCP

El principal problema que tiene actualmente el Perú es la corrupción. Los audios han llevado el problema a su clímax, opacando a y al Club de la Construcción. ¿Tiene arreglo este despelote que ha salpicado a todo el sistema de justicia en nuestro país?Intentemos entender el tema y averiguar si tenemos los actores para resolverlo, libres de pecado y listos para tirar la primera piedra.

Según la Real Academia Española, la corrupción en el sector público es la práctica consistente en la utilización de las funciones y medios del sector en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores. Eso es lo que hicieron los funcionarios sobornados por Odebrecht o por el Club de la Construcción, o los jueces, fiscales o consejeros del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), implicados en los audios de la vergüenza.

¿Por qué es tan difícil combatir este tipo de corrupción?

Primero, porque como nos ha enseñado Alfonso Quiroz, en su fenomenal Historia de la Corrupción en el Perú, la historia del Perú ha sido una historia de sucesivos ciclos de corrupción, seguidos por periodos sumamente breves de reformas anticorrupción, interrumpidos por intereses corruptos. Además, la corrupción, que puede medirse desde las postrimerías del periodo colonial, ha sido un fenómeno sistémico, no un acontecimiento anecdótico o periódico.

Entonces, si Quiroz nos dice que tenemos 260 años conviviendo con la corrupción, ¿por qué deberíamos esperar que este estado de cosas cambie en los próximos años o décadas? ¿De dónde vendría la fuerza divina que enfrente un fenómeno tan arraigado?

Segundo, porque Ricardo Gareca tiene razón. La frase bíblica que utilizó hace unos días, “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”, se ajusta perfectamente a nuestra gran carencia actual: ¿Cuántos y quiénes son las personas honestas que pueden liderar un proceso anti corrupción en el Perú?

Para responder a esta pregunta, me parece que hay que redefinir el concepto de honestidad. Según la literatura especializada, la honestidad está en una buena medida asociada con las oportunidades que las personas tienen para corromperse. ¿Por qué los abogados son más corruptos que los filósofos o los antropólogos? ¿Por qué los presidentes, los gobernadores regionales o los alcaldes son más corruptos que los profesores de matemáticas? Porque para los abogados, presidentes, gobernadores o alcaldes las oportunidades para corromperse están más al alcance que para los filósofos, antropólogos o profesores de matemática. Punto.

Si estamos de acuerdo en esta premisa, que las oportunidades son un determinante importante de la corrupción, podemos concebir tres grupos de honestos, definidos como personas que no cometen actos de corrupción.

Los honestos tipo I, que son, me parece, la amplia mayoría, son aquellos que lo son porque no han tenido oportunidades para delinquir. Trabajan en espacios donde no hay ocasiones para corromperse. Potencialmente son delincuentes, aunque todavía no lo sabemos. Los honestos tipo II son personas que trabajan en espacios donde existe la oportunidad de corromperse, pero los corruptores no se les acercan porque sospechan que van a rebotar, porque se les percibe incorruptibles. Por último, los honestos tipo III son aquellas personas que tienen la oportunidad de corromperse, han sido tentadas por los corruptores, han rechazado las ofertas, y los han denunciado.

Para llevar adelante la tarea anticorrupción, necesitamos, evidentemente, honestos del tipo II o del tipo III. ¿Qué porcentaje de las altas autoridades políticas y del sistema de justicia, potencialmente encargadas de resolver el problema de la corrupción, son del tipo II o III? ¿0,01 %? ¿0,1 %? ¿A cuántos conoce usted?

En resumen, por un lado, la corrupción es antigua, resistente y generalizada, por lo que reducirla sustantivamente va a ser muy difícil. Por otro lado, poquísimas autoridades políticas y del sistema de justicia pueden tirar la primera piedra. Tenemos un problema complicadísimo y tenemos muy poca gente calificada para resolverlo. Esa es la línea de base que hay que entender.

Dada esta línea de base, ¿qué se puede hacer?
Me parece que hay que concentrar toda la atención y las energías en el sistema de justicia y, dentro de este, porque no nos sobran autoridades con el perfil tipo II o tipo III, en el CNM. Explico por qué.

El libro de David Lovatón, “Sistema de justicia en el Perú”, me aclaró cómo está organizado nuestro sistema de justicia. Para lo que nos interesa en este momento, importa saber que los jueces del Poder Judicial administran justicia, los fiscales del Ministerio Público investigan y acusan en nombre de la sociedad a los que cometen delitos, y el CNM se encarga de designar, ratificar y destituir a jueces y fiscales.

De este trío, si hay que priorizar, hay que empujar con toda la fuerza posible la Reforma Constitucional del CNM que busca eliminar el sistema de representación en la elección de los consejeros, reemplazándolo por un concurso público de méritos. Si el CNM estuviese dirigido por personalidades del tipo II o del tipo III, cuidadosamente elegidos, puede iniciarse la gran reforma de justicia anticorrupción que el país espera. Sería un golpe durísimo para la corrupción si estos consejeros eligiesen o ratificasen jueces y fiscales del tipo II o III.

En consecuencia, aló Presidente Vizcarra, no debe perderse el tiempo ni las energías en distractores como la reinstauración de la bicameralidad o la prohibición de reelección de congresistas. La bicameralidad la teníamos a fines de los ochenta, y miren como terminamos: hiperinflación, gran depresión, terrorismo y corrupción al por mayor. Por otro lado, los más presentables del congreso actual son los reelegidos. Los grandes escándalos han provenido, básicamente, de los nuevos. Si prospera la reforma, seguro que el próximo congreso será peor que este.

No hace falta decir que, antes que todo, Pedro Chavarry, quien sería un personaje pintoresco de Alfonso Quiroz, tiene que irse.