El Perú es un país pequeño y abierto en el que la influencia de las condiciones internacionales es enorme. El presidente Vizcarra tiene buena suerte: las condiciones internacionales son muy buenas. Por eso, en los últimos meses, el crecimiento de la inversión privada, el PBI, la recaudación y la inversión pública se han acelerado. Pero ¿no deberíamos darle una mano a la buena suerte?

En el Perú, históricamente, cuando las condiciones internacionales han sido buenas, nos ha ido bien. Nuestras conexiones con el mundo son numerosas pero, de lejos, la principal variable que nos conecta con el mundo es el precio mundial del cobre. Podemos entonces contar una historia del país mirando solamente qué pasa con el precio de este mineral e ignorando quién es el presidente, o quién está a cargo del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) o del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP).

¿Qué pasa con nuestra economía cuando el precio del cobre sube?

En primer lugar, la rentabilidad del sector cuprífero se eleva, lo que alienta la inversión en el sector, principalmente extranjera. Dada la importancia del cobre dentro de la inversión minera, y de esta dentro de la inversión privada, la inversión privada total sube. En segundo lugar, se elevan los volúmenes de producción de cobre tanto en la minas en actividad como en aquellas que no lo estaban por los precios bajos, y algunas minas se amplían. El PBI minero se eleva y por lo tanto el PBI total. En tercer lugar, se elevan los beneficios del sector, por lo que pagan más impuestos a la renta, con lo que la recaudación sube. Además, como la mitad del Impuesto a la Renta minera se reparte entre los gobiernos regionales, los municipios y las universidades públicas como canon, que se usa para inversiones, la inversión pública también trepa.

En resumen, cuando sube el precio del cobre, todo parece bonito: suben la inversión privada, el PBI, la recaudación y la inversión pública. ¿Y si bajase el precio del cobre? Todo parece feo.

Veamos si es cierto. En el periodo 1950-2016, el coeficiente de correlación del precio del cobre con la inversión privada, construido con cifras del BCRP, es de 0.92, con el PBI es de 0.8, con la recaudación de 0.9 y con la inversión pública es de 0.8. Estas correlaciones son muy altas, y como el precio del cobre es una variable exógena, es posible afirmar que el precio del cobre tiene una enorme influencia en nuestro destino económico.

La buena noticia para el presidente Vizcarra es que el precio del cobre ha subido, desde US$ 2 la libra en enero del 2016 a US$ 3.15 en el primer cuatrimestre de este año. En consecuencia, como ha pasado antes, todas las variables macroeconómicas empiezan a mostrar un rostro más optimista.

En primer lugar, la inversión privada, que no dejaba de caer desde fines del 2014, ha empezado a crecer desde mediados del año pasado. En segundo lugar, la tasa de crecimiento del PBI no primario, el que genera la mayor parte del empleo en el país, ha venido acelerándose desde el tercer trimestre del 2017. En tercer lugar, los ingresos tributarios del Gobierno General, que no dejaron de caer desde fines del 2014, han empezado a crecer con fuerza desde el último trimestre del año pasado, siendo el crecimiento de abril el más alto de los últimos 12 años. Por último, la inversión pública, que casi no creció durante el 2017, ha subido en 15% en los primeros cuatro meses de este año.

Es decir, sin hacer casi nada, a la economía peruana le está yendo bien.

De todo lo dicho no debe desprenderse que la gestión económica no importa. Cuando la gestión económica es buena y tenemos buena suerte, avanzamos mucho más rápido que el resto, y cuando llega la mala suerte, retrocedemos mucho menos que el resto. Algo de eso pasó en el Perú del 2001 al 2016, el milagro peruano. En ese periodo, el crecimiento promedio de nuestro PBI fue el segundo en América Latina y el Caribe (ALC), después de Panamá; la inflación fue la más baja y, en ese periodo, el país que más redujo su deuda pública como porcentaje del PBI fue el Perú. Esas cifras sugieren que la gestión macroeconómica peruana fue una de las mejores de la región.

Sin embargo, esto parece ser historia. Por un lado, en el año y medio de gobierno de PPK, las promesas de bajar el IGV hasta llevarlo a 13 puntos en cinco años y bajar la informalidad en 20 puntos porcentuales en el mismo periodo le hicieron perder al MEF la reputación ganada a pulso. Por otro lado, los dos meses y medio de gestión económica del presidente Vizcarra, intensivo en vacilaciones, arrojan aún más dudas, en especial sobre la dirección de la gestión fiscal. Luego de seis años de una posición fiscal expansiva y en medio de un ciclo de alza de los precios de los minerales que producirá por sí solo una recuperación del PBI y el empleo, ¿no es el momento apropiado para una política fiscal que busque elevar los ingresos y reducir el ritmo de crecimiento del gasto?

Obviamente, no hay que esperar aplausos para ese tipo de políticas, pero son las que nos pueden permitir recuperar el logo del “milagro peruano”.

Profesor del Departamento de Economía de la PUCP